sábado, 5 de diciembre de 2009



EL CLAMOR DE NAZARET (VII)

SÉPTIMA PALABRA: CRUZ

Sé de antemano que no voy a tener palabras porque no se tienen para explicar el dolor y la muerte. Como un mazazo que me dejó temblando cayó sobre mí el súbito descubrimiento de que la primera vez que se escribe oficialmente para la historia el nombre de Nazaret es para que éste figure clavado en una cruz. “Jesús de Nazaret, rey de los judíos”.
Nazaret nace para el mundo en el Gólgota. Y nace escrito de la mano de un pagano. Desde ese momento es imposible disociar el nombre de Nazaret de la cruz. En muchos hogares está, por lo menos, la inicial que configura la primera palabra formada por siglas que se conserva: INRI. Y quizá esa “n” tan silenciosa, tan humilde que resulta invisible, bendice el hogar que la contiene.
Pilatos nos hizo, sin saberlo, un gran favor. Nos legó el nombre de Nazaret pero sobre todo, clavó en la cruz una inmensa lección de teología: el hogar de Nazaret, de donde era ese despojo humano colgado en la cruz, tenía al final del camino, la cruz como horizonte. No pretendamos pues, vivir la espiritualidad de Nazaret sin asumir que nuestra vida estará también vinculada a la cruz.
Nazaret es, por supuesto, silencio, trabajo bien hecho, oración constante y paz interior. Pero es la cruz, el sacrificio aceptado, quien vertebra ese Misterio que tanto nos atrae. No se trata de representar, como tantas veces ha hecho el arte, a un Niño jugando con la cruz en el taller de José. Con la cruz no es posible el juego.
María debió temblar cuando Simeón completó el anuncio del Ángel:

“Alégrate (Lc 1,28)... una espada atravesará tu corazón (Lc 2,35)

También a José el ángel le habla de muerte, le ordena huir para salvar al niño (Mt 2,13)
El evangelio hubiera sido una maravillosa fábula si no llevara en sus orígenes el certificado de dolor. “Sólo el sufrimiento hace creíble el amor” (Pablo VI). Y no hubo hogar más creíble, más auténtico, que el de Nazaret. Los tres asumieron la cruz; en los tres se realiza el canto de Isaías:

“No tenían forma ni belleza que envidiar,
ni aspecto que pudiéramos apreciar...
los teníamos por nada, despreciables.
Y, sin embargo, eran nuestros males los que soportaban,
Nuestros dolores los que cargaban...
Sus heridas nos han curado. (Is 52.53,5 )
[1]

Este texto, tradicionalmente aplicado a Jesús, puede ser leído en clave nazarena. La Sagrada Familia no destacó nunca, ni tuvo una vida envidiable. Nadie, salvo los vecinos de Nazaret, supo nunca de su existencia. Si la comparamos con los grandes del Imperio romano, con los patricios, con los poderosos, la suya fue una existencia despreciable. Sometidos a la murmuración de todo el pueblo cuando María quedó embarazada, yendo a empadronarse en vigilias del parto y sin alguien que acogiese a María en tal trance. Sin otra cuna que un pesebre y sin otras visitas que la de los pastores, esos seres marginales de la sociedad judía. Huyendo de noche, viviendo como emigrantes en un pueblo de cultura y lengua muy distinta a la suya. Con el miedo pegado al cuerpo, con la preocupación por sostener a la familia. Refugiándose en Nazaret y sumergiéndose en el anonimato.
José y María se sabían débiles. Pero pusieron su debilidad en manos de Dios y experimentaron que cuanto más débiles parecían, más fuertes eran (2 Cor 12,10), más se manifestaba en ellos la Gloria de Dios. Sus heridas nos curan a todos y Nazaret se convierte en Salvación, en Salud para el mundo.
Jesús fue el Ungido de Dios pero no fue ungido con aceite de realeza sino con corona de espinas. Y fue ungido porque se abajó como esclavo a lavarnos los pies. Porque aprendió de su madre a ser esclavo del Señor haciéndose esclavo de quienes más sufren. Vivir la espiritualidad de Nazaret significa pues saber estar concrucificado con Cristo y con el mundo.
Muchos autores espirituales han establecido el paralelismo entre el pesebre y la cruz. Los dos significan humillación, desnudez total. Hoy, muchos hermanos nuestros viven el dolor de ver a sus hijos en un pesebre: campos de refugiados, niños atados a un trabajo esclavo, niñas vendidas y prostituidas, adolescentes vendidos en plaza pública, niños arrancados de su hogar, mutilados por minas...Y muchos viven la cruz diaria del desprecio por ser extranjero, por ir sucio y oler mal, por no tener trabajo, por ser una “carga” cuando se es anciano...
Ser de Nazaret nos impide asistir desde nuestra confortabilidad a estas escenas diarias de injusticia. Es preciso abajarse, ponerse el delantal y comenzar a servir. Y eso solo sabemos hacerlo de forma auténtica si hemos aceptado la cruz en nuestra vida. Esa que nadie conoce o que es pública. Esa que duele o que humilla. Esa que no quisiéramos...Abrazarse a la cruz es ser fiel a Nazaret. ¿Acaso no estaba María al pie de la cruz?
La cruz es la Palabra: si buscas escuchar cuál es el mensaje de Dios para ti, fija los ojos en el crucificado que clama su sed. Tiene sed de ti, de tu corazón. Si buscas la cercanía de tu Dios en ese dolor que atraviesa tu vida, míralo traspasado y crucificado y escóndete en sus llagas. Si buscas la unidad porque sientes que tu vida se dispersa, contempla a Aquel que con la cruz ata para siempre el destino de la humanidad al Cielo, que es donde tenemos nuestra sede. Si buscas ver claro porque estás sumergido en la noche, acércate a la cruz y deja que Él te mire y te ponga en brazos de su Madre. Si buscas el sentido de tu existencia anodina y rutinaria, ama la cruz que atravesó, como columna, la vida rutinaria de Nazaret. Y, sobre todo, si buscas a Dios, no te muevas del Calvario porque allí, desfigurado, está el que desea transfigurarte. Allí está, más escondida aún que en Nazaret, la Divinidad. Que no te engañen los sentidos, que supla tu fe lo que ellos no perciben: esa vida tan cantada de Nazaret, esa vida sencilla y humilde, lleva al Gólgota. Quien emprende el camino espiritual de Nazaret debe saberlo.

[1] Adaptación libre al plural

viernes, 27 de noviembre de 2009





ESPERARÉ


Esperaré a que crezca el árbol
y me dé sombra.
Pero abonaré la espera con mis hojas secas.
Esperaré a que brote el manantial
y me dé agua
Pero despejaré mi cauce
de memorias enlodadas.

Esperaré a que apunte
la aurora y me ilumine.
Pero sacudiré mi noche
de postraciones y sudarios
Esperaré a que llegue
lo que no sé y me sorprenda
Pero vaciaré mi casa de todo lo enquistado.

Y al abonar el árbol,
despejar el cauce,
sacudir la noche
y vaciar la casa,
la tierra y el lamento se abrirán a la esperanza

(Benjamín González Buelta)

sábado, 21 de noviembre de 2009

viernes, 20 de noviembre de 2009

EL CLAMOR DE NAZARET (VI)
SEXTA PALABRA: RUTINA

La palabra rutina no nos gusta. La asociamos a aquellas cosas que parecen no requerir especial atención o creatividad. Pero lo cierto es que hemos ido creciendo en la forja de la rutina. Recordemos nuestra infancia, nuestra adolescencia y veremos cómo destacan recuerdos luminosos o tristes, sí, pero destacan en un mar de hechos sencillos que, seamos o no conscientes de ello, son los que nos han forjado.
La vida de Nazaret es, sin lugar a dudas, un nuevo génesis, una nueva creación. Con esa vida tan anodina se forja el Salvador. El relato de la Creación, en el libro del Génesis, es un maravilloso himno; hoy sabemos que la creación fue lenta, muy lenta y tuvo algo de invisibilidad; o quizá mucho. No obstante, desde el primer instante estuvo empapada de Luz como lo estuvo la vida de María y José
Qué bien lo percibieron los poetas:

“De una Virgen hermosa celos tiene el sol
Porque vio en sus brazos otro Sol mayor” (Lope de Vega)

Los científicos actuales reconocen no saber explicar casi nada y, mucho menos, la luz. De manera compleja hablan de un orden explicado y un orden implicado. Éste último sería el germen creativo de todo o en palabras de Swimme “un abismo que lo nutre todo”.
La vida pública de Jesús pertenece al orden explicado de la Salvación; mas la vida de Nazaret es el orden implicado, es el misterio insondable germen de esa nueva creación que aún se está expandiendo. Es el misterio que nutre a Jesús en todas su decisiones, en sus afectos, en su voluntad, en sus sentimientos. Es la escuela en la que ha aprendido, de una vez para siempre, que sólo es importante hacer la Voluntad de Dios. Jesús es la más maravillosa “creación” del Misterio de Nazaret. Y Él mismo exige, con su predicación, no ser el único.
En ese misterio nutriente de Nazaret no existe el tiempo tal como nosotros lo concebimos. Para Dios, canta el salmista “mil años en tu presencia son como un ayer que pasó” (ps 90) . Todo está ante Dios y por eso la espiritualidad de Nazaret se yergue sobre el “hoy”. Hoy es día de Creación, hoy es el tiempo de Salvación.
Podríamos poetizar la rutina porque Nazaret es pura rutina. Basta imaginar la vida de una familia normal y corriente que vive en un pueblo desdeñado por todos. En Nazaret no ocurre nada salvo alguna boda, un nacimiento, una muerte o alguna mala noticia que llega del mundo romano. Eso es lo explicado y explicable.
Pero la Santa Familia está recreando el mundo con una fuerza imparable mientras vive – qué tremenda para nosotros la palabra – sometida. A la Ley, a la obediencia…a la rutina. Recrean el mundo anclados en el hoy, fino conducto de tiempo que tiene sabor de eternidad.
El pueblo hebreo había aprendido a vivir pendiente del manná de cada día, había aprendido que sólo es cántico el cántico que se canta cada día. Jesús, en su vida adulta, enseñará a pedir el pan diario y prometerá al buen ladrón que es hoy que se entrega la Salvación. María y José habían reconocido el paso de Dios en sus vidas porque vivían naturalmente aquello que siglos más tarde un no-cristiano, Mahatma Ghandi, formularia:

“Si cuando metemos las manos en el agua para lavarnos o bañarnos, y cuando cocinamos la comida o la comemos, y cuando alineamos columnas de números en la contabilidad o trabajamos la tierra del campo o ejercemos cualquier otra profesión, y cuando hablamos y nos relacionamos con las demás personas en cualquier lugar, no realizamos exactamente la misma vida religiosa que si estuviéramos orando a Dios, el mundo humano jamás se salvará”.

Para la Sagrada Familia siempre fue tiempo de Salvación porque su rutina se elevó como el incienso de la tarde, como la oración más preciada.
Por eso, la rutina aparente de Nazaret es eso: sólo aparente. Para Jesús, José y María todo estaba transido de novedad divina porque Dios, grande y misterioso, requería cada día lo monótono, lo cotidiano de sus vidas para emerger y expandirse. La grandeza de los tres de Nazaret estriba en que supieron beber en su rutina hasta encontrar ese manantial que salta y da vida. Cuando Jesús, años más tarde, hable de dos mujeres que, haciendo lo mismo, merecen trato distinto pues una es tomada y otra dejada ( Mt 24,41) nos está explicando en qué consistió la santidad de Nazaret: santificar el tiempo que se nos da, escuchando los signos débiles de Dios. Sólo la gramática del amor nos permite semejante “milagro”. Sólo desde el amor captamos cómo Dios obra en mí, en el otro, en el mundo.
Para ello, José y María, debieron asumir, desde el principio, que Dios y ellos tenían ritmos distintos y acertaron a acompasar el suyo al de Dios, con lo cual su rutina – el taller, la casa...- se convirtió en la más maravillosa teofanía de Dios. Lo cotidiano amado, lo habitual transido de fe, los capacitó para lo extraordinario. Y Dios se manifestó en María y José, que tejieron día a día su vida sin aspavientos ni alborotos; sin entender mucho, la verdad, pero sobrecogidos de misterio. La rutina se hizo así “capaz de Dios” y el Verbo no pudo hallar cuna más cómoda para nacer.
Lo cotidiano está llamado, desde Nazaret, a ser transformado. A ser transfigurado. Y sólo si amamos nuestros ojos serán capaces de ver al Invisible en la visible sencillez que Dios nos haya asignado. .
Y Dios invadirá nuestra cotidianeidad, como invadió la de José y María, para permitir, casi jugando, que lo encontremos entre pucheros, en la oficina o en la cama de un hospital.
“Dichoso el que no se escandalice de mí” (Lc 7,28) dirá Jesús. Dichoso aquel a quien esa presencia arrolladora de Dios en la vida le basta y le sobra. Ya no es preciso esperar grandes revelaciones. Nazaret es la plenitud de los tiempos. Y esa plenitud nos la alcanza la Sagrada Familia, y en especial Jesús, al enseñarnos que nuestra cotidianeidad es tiempo de salvación.
Nazaret es el paradigma de lo que es el tiempo de Dios. Sólo si vamos a la escuela de Nazaret nos cambian los ojos, la mirada. Y lo ordinario se tiñe para siempre de un valor extraordinario.


domingo, 15 de noviembre de 2009

UNA HISTORIA DE REDENCIÓN

viernes, 13 de noviembre de 2009

SOBRE SAN JOSÉ

"...tomé por abogado y señor al glorioso San José y encomendéme mucho a él. Vi claro que ansí de esta necesidad como de otras mayores de honra y pérdida del alma, este padre y señor mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo, de los peligros que me ha librado, ansí de cuerpo como de alma; que a otros santos parece le dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, a este glorioso santo tengo experiencia que socorre en todas..."
(Santa Teresa de Ávila)

martes, 3 de noviembre de 2009


EL CLAMOR DE NAZARET (V)

QUINTA PALABRA: CLARIVIDENCIA

La palabra de hoy es, a mi modo de ver, la suma de otras dos. No nos basta con mirar y a veces ya nos cuesta, pues vemos sin mirar, sin darnos cuenta de la realidad, propia y ajena. Tenemos ojos y no vemos…
Existe una novela reciente que ha causado gran impacto por lo que tiene de parábola de nuestro mundo. Se trata de “Ensayo sobre la ceguera” del gran escritor José Saramago. En ella se nos narra como un hombre que espera a que cambie el semáforo mientras se dirige al trabajo pierde repentinamente la vista. No se trata de que tenga una lesión sino de una epidemia que pronto va afectando a todos los ciudadanos. Todos tienen el sistema óptico saludable pero todos van perdiendo la vista con lo cual la ciudad degenera en muy poco tiempo: las basuras no se recogen, surgen enfermedades, las personas no cuidan su aspecto, se paraliza el transporte, no llegan los alimentos ni el combustible...Reina el caos. Sólo la mujer del médico, en esa ciudad afectada por lo que dan en llamar “la ceguera blanca” no se contamina y es la encargada de mantener la esperanza.
Tremenda la parábola con la que Saramago ha querido retratar un mundo que si está como está es porque, aún viendo, no vemos. El hambre, las guerras, la destrucción de la naturaleza, la falta de respeto a la vida ajena y tantas cosas más, sólo son consecuencia de no saber mirar.
A pesar de ello, hay que dar un paso más. Guardar todo en el corazón, pasarlo por el silencio y la reflexión. Contemplar. Sólo cuando el mirar va seguido de la contemplación – que pide silencio a los sentidos, sosiego al corazón…- nace la clarividencia. Bajo una mirada contemplativa todo es clarividente. Por ello la clarividencia es el sello de Nazaret

La Sagrada Familia es escuela de contemplación. El primer paso que nos enseñan los tres de Nazaret es que Dios nos mira y su mirada, llena de amor, nos engrandece y dignifica. Nos hace valiosos de una manera impensable:

“Ha mirado la humillación de su esclava; desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lc 1,48)

La mirada de Dios “viste de hermosura” y ya el pueblo de Israel intuyó que esa mirada revestía de luz:

“Que sea nuestro estandarte la luz de tu mirada” (ps 4,7)

Mirarse, contemplarse absortos, es propio de los enamorados:

Me has robado el corazón, hermana y esposa mía
Me has robado el corazón con una sola mirada de tus ojos” (Cant 4,9)
Nazaret es el hogar que robó el corazón de Dios y por ello no aparta de él su mirada como ellos no cesan de contemplar maravillados la grandeza de Dios. Los tres caminan bajo la luz de su mirada y ello les enseña que Dios mira el mundo de manera muy distinta.
Como dice el teólogo Albert Nolan, Jesús vino a poner el mundo al derecho porque estaba “al revés”. Pero ya antes de Jesús, María nos habla de cómo es el mundo según Dios:
Dios mira a los pequeños, Dios dispersa a los hombres de corazón altivo, derriba a los poderosos, enaltece a los humildes, colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los que se creen ricos. Con lo cual es fácil concluir que nosotros tendemos a tener una mirada muy distinta a la de Dios. Cuando Jesús comience a predicar seguirá hablando de un mundo “al derecho”, que es el que Él ha vivido en su casa. Un mundo en el que Dios no guarda memoria del pecado, como en la parábola del hijo pródigo; un mundo en el que el publicano es justificado porque reza con humildad, en el que la mujer que ama mucho es perdonada y Zaqueo recibe la visita de Jesús. Todo lo que la sociedad judía daba por sentado es puesto en entredicho por Jesús. Él enseña que no hay que vengarse, que hay que hacer bien a los que nos odian, que ser pobre es una bendición de Dios, que debemos alegrarnos si hablan mal de nosotros, que la grandeza no va unida al poder, que hay que ser como niños, que no se debe condenar nunca la persona, que la ley es relativa, que el dolor no es malo y puede ser redentor…
Sólo quien es contemplativo puede abocar sobre el mundo un mensaje tan novedoso y revolucionario. Pero ¿qué es contemplar? Sencillamente, dejarse mirar y guardar en el corazón, aún sin entender, el Misterio fecundo de Dios. La contemplación está hecha de silencio y deseo; se comienza hablando con Dios para dejar pronto paso a la escucha; se dialoga y finalmente se establece el silencio, no solo de palabras, sino de todo el ser. “Nada se parece más a Dios que el silencio” (Maestro Eckarth) Uno se sabe mirado y amado tal como es. Y aprende que de esa misma manera hay que mirar a todas las personas: amándolas. Lo contrario es ceguedad, que es la imagen del pecado. El primer paso hacia la ceguera es muy simple: la distracción. Por ello la Iglesia reza “Accende lumen sensibus” ( ilumina nuestros sentidos); porque bajo la mirada de Dios todos nuestros sentidos son transformados y sabemos “ver aquello que no vemos porque las cosas que vemos pasan y las que no vemos perduran” (2 cor 4,18) .
Nazaret es escuela de mirada. Hay que llevar nuestros sentidos a Nazaret para que vean en el anonimato de José la gloria del Padre, en la humillación de María la inhabitación del Espíritu y en un bebé, el salvador del mundo. “Señor, que vea!” Esta es una de las peticiones más bellas que recoge el evangelio. Ver, contemplar con los ojos del corazón el paso de Dios por mi vida y la de los otros. Ver que en los otros, sean como sean, habita Dios con toda su fuerza. Ver un mundo herido que reclama nuestra acción. Ver con clarividencia porque “tenemos los ojos puestos en Jesús” (Hb 12,2) y Él rasga el velo que cubría nuestra mirada y la ilumina con su mirar.
Llevar nuestros sentidos a Nazaret hasta que “estando ya mi casa sosegada” podamos salir definitivamente de nosotros y ascender hacia la Luz.


lunes, 19 de octubre de 2009

viernes, 16 de octubre de 2009


EL CLAMOR DE NAZARET (IV)
CUARTA PALABRA: UNIDAD
El alcance de la ciencia después de Einstein nos lleva a pensar, inexorablemente, en el misterio que se realizó en Nazaret. Así que voy a tener que hacer un pequeño excursus para poder centrar una de las palabras más bellas de Nazaret: unidad
Los científicos anteriores a Einstein concibieron el mundo como una máquina de reloj perfecta donde todo estaba ensamblado y funcionaba. Dios le había dado cuerda y el reloj seguía “dando la hora”. Pero se creaba una distancia entre Dios y su obra. Dios y su obra no eran uno. Esta visión mecanicista ha sido rechazada por la ciencia actual precisamente por ser acientífica. Todo, decían antes, tiene su causa. A causa B y B causa C. Y esto mismo hemos aplicado a la teología cuando hemos visto a Dios como causa primera y hemos explicado el pecado como causa de la Encarnación, del misterio de Nazaret. Felix culpa cantamos la noche de Pascua como si sin pecado no se hubiera dado la Encarnación. Ahora la ciencia nos dice que el universo es un sistema de sistemas dentro de sistemas. No hay una causa sino una red de causas y condiciones. Cada cosa natural es la parte de un todo y, a su vez, es un todo. Es lo que Arthur Koestler llamó “Holón” y que el diccionario más reciente explica diciendo que “Toda la realidad esta compuesta por totalidades/parte, es decir por holones. Cosas que son simultáneamente totalidades y partes. Nada es solo totalidad, ni nada es solo parte”.
Creo que este planteamiento produce vértigo si pensamos que Dios hizo el mundo a su imagen y semejanza; que la Trinidad es, por tanto, un todo de tres personas y que cada persona divina no puede existir sin formar parte de la Trinidad. No es el Padre origen, ni el Espíritu la relación entre Padre e Hijo. No hay camino de relación como no hay ningún camino para la luz. Es Misterio.
Y la Sagrada Familia de Nazaret, imagen viviente de la Trinidad, se convierte así en un signo de los tiempos no sólo para la familia sino para nuestra concepción del mundo y también de Dios. Jesús no se encarnó por causa alguna sino que si el Universo está en continua expansión – pasamos de conocer nuestra galaxia a saber que hay 144.000 millones de galaxias (hasta ahora) que se van alejando unas de otras agrandando nuestra concepción de universo- la Trinidad se expandió también en Jesús y Jesús fue el “agujero negro” el punto de crecimiento de María y José, prototipo de una nueva humanidad, de una nueva creación sin pecado, y, a la vez, el Misterio de Nazaret se sigue expandiendo en cada persona, en cada cristiano, en cada ser que vive una relación de profunda unidad con el Universo. Así lo entendió Francisco de Asís con su “Dios mío y todas las cosas” o Teilhard de Chardin con su misa sobre el mundo.Y Matilde de Magdeburgo (1210-1280) escribe: “vi y supe que había visto todas las cosas en Dios y Dios en todas las cosas”. Más recientemente un empresario japonés, Yazaki, tras su experiencia en un monasterio budista explica: «Los seres humanos han separado el yo del mundo, la naturaleza de la humanidad y el yo personal de los otros yos. Por eso han caído en la trampa de las ilusiones en el esfuerzo de llenar el yo vacío. Y se han convertido en víctimas fatales de un aterrador escenario de autoengaño, de hipocresía y de fariseísmo».
Parece ser que la experiencia mística de todos consiste en vivir la revelación de la profunda unidad que guarda este mundo. Desde ese momento todos los que han vivido esa experiencia tienen paz. Ven el mundo como lo ve Dios. Todo camina hacia una profunda unidad, todo es ya unidad, todo es un todo. Y, por ello, Dios no está en su mundo y nosotros en el nuestro con un puente que llamamos Jesús; nosotros formamos parte de Él como Él de nosotros. Cuesta vislumbrar esta realidad sin rozar el panteísmo. Algunos teólogos hablan de panenteísmo pero otros dan un paso más al afirmar que Dios se encarnó en el universo, que es el cuerpo de Dios. De hecho, toda la humanidad ha percibido intuitivamente el carácter sagrado del mundo. Este cuerpo de Dios se ha particularizado en Nazaret. El nacimiento de Jesús en el seno de la Sagrada Familia, es parte de ese misterio que está en constante expansión. Es el big-ben que dará lugar a una nueva creación que ya ha empezado. Todo es muy lento, Dios no hace las cosas con prisas; pero todo es de una belleza que nos sobrepasa.
Ya S. Agustín definió el pecado como la ruptura de la unidad humana. Somos conscientes de lo que ha traído el egoísmo: hambres, guerra, esclavitud…Pues resulta que, en cierto modo, los científicos explican también el pecado: el cáncer, dicen, podría explicarse como una crisis holonística: los todos no reconocen depender de sus partes subsidiarias y las partes no reconocen más la autoridad organizativa de los todos.
Sólo en el último sentido, cuando nosotros no reconocemos al Todo, puede explicarse el pecado y todos los cánceres de la humanidad nacen de ahí.
Sin embargo, una familia santa está puesta en el corazón del mundo. Una familia que es un todo y es parte del Todo. Esa es la alegría que ostentamos los de Nazaret: el corazón del mundo está sano en su raíz. Ha estallado ya una sanación imparable porque sólo la unidad nos sana.
Cuando nos acercamos a comulgar no recibimos solamente el Cuerpo de Cristo. Es comunión con el Todo del que formamos parte; es comunión, también, con la Santa Familia. Es asumir que somos cuerpo de Cristo y Cristo, cabeza de todo, forma parte también del Todo Supremo.
No es de extrañar que a las puertas de la muerte la oración de Jesús fuera oración de unidad: que todos sean uno.
Jesús fue un hombre de una libertad radical porque creció en la unidad. De ahí que supiera relativizar tantas cosas, incluida la Ley.
Que Nazaret sea signo de unión que permita al mundo crecer en la libertad de los hijos de Dios.

martes, 13 de octubre de 2009

Una poesía que canta tanto lo pequeño, como la cercanía de Dios en lo pequeño. Una poesía que dice mucho de la espiritualidad de Nazaret:


Dios está aquí, sobre esta mesa mía
tan revuelta de sueños y papeles;
en esta vieja, azul fotografía
de Grindelwald cuajada de claveles.

Dios está aquí o allí, sobre la alfombra,
en el hueco sencillo de la almohada;
y lo grande es que apenas si me asombra
mirarle compartir mi madrugada.

Doy a la luz y Dios se enciende: toco
la silla y toco a Dios; mi diccionario
se abre de golpe en «Dios»; si callo un poco
oigo jugar a Dios en el armario.

Abro la puerta, y entra Dios -¡Si estaba
ya dentro!...-; cierro, y sale, mas se queda;
voy a lavar mi cara y Dios se lava
también, y el agua vuélvese de seda.

Dios está aquí: lo palpo en mi bolsillo,
lo siento en mi reloj y, aunque me empeño,
ni me sorprendo ni me maravillo
de verle tan enorme y tan pequeño.

Me lo dobla el cristal, me lo devuelve
hecho yo mismo -Dios, perdón- su frío
,y no intento explicarme por qué envuelve
su cuerpo este pobre traje mío.

Hoy he encontrado a Dios en esta estancia
alta y antigua donde vivo.Hacía
por salvar, escribiendo, la distancia
y se me desbordó en lo que escribía.

Y aquí sigue; tan cerca, que me quemo,
que me mojo las manos con su espuma;
tan cerca, que termino, porque temo
estarle haciendo daño con la pluma.

Carlos MURCIANO

jueves, 8 de octubre de 2009



"Señor Dios mío: estoy en ti como pez en el agua: lávame;

estoy en ti como las aves en el aire: susténtame;

estoy en ti como el niño en el seno materno: guárdame;

estoy en ti como la pupila en el ojo: defiéndeme;

estoy en ti como un carbón apagado en el fuego: enciéndeme.


Pero... Tú también, Dios mío, estás en mí;

estás en mí como maestro en tu escuela: enséñame;

como médico en un hospital: sáname;

como sol en el cielo: ilumíname;

como Dios en su templo: santifícame;

para que te conozca y ame más perfectamente,

para que más sincera y cuidadosamente te siga.


(Mariana Allsopp)

martes, 6 de octubre de 2009



NO OLVIDEN APADRINAR UN SACERDOTE...

domingo, 4 de octubre de 2009

EL CLAMOR DE NAZARET (III)

TERCERA PALABRA: CERCANÍA

“Verdaderamente, ¿qué nación tiene un dios tan cercano como el Señor, nuestro Dios, que está cerca siempre que lo invocamos? (Dt 4,7)

Ya la experiencia del pueblo de Israel es la de gozar de un Dios que, aún en su esplendor y omnipotencia, es un Dios cercano, que oye el gemido de su pueblo y se apresta a socorrerlo. Esta cercanía de Dios se nos narra ya en el Génesis de forma maravillosamente humana: Dios desciende de su ámbito para pasear con sus criaturas y charlar con ellos como amigos. Con certera intuición el pueblo del Antiguo Testamento nos dibuja un Dios cercano y amigo. Así lo proclaman los profetas cuando proclaman que la Salvación ya está cerca (Is 46,13) y cuando invitan al pueblo a no vivir pasivamente esa cercanía sino a salir a la búsqueda de Aquel que se deja encontrar:

Buscad al Señor ahora que se deja encontrar,
Invocadlo ahora que está cerca (Is 55,6)

Con frecuencia, Dios habla por medio de sus escogidos para ratificar esa cercanía:

“Pactaré con ellos una alianza eterna: no me cansaré de estar cerca de ellos para hacerles el bien” (Jr 32,40)

Dios está cerca de todos pero lo está, especialmente, de los afligidos, los tristes, los que sufren. La cercanía de Dios se manifestó en el Antiguo Testamento en la Tienda y en la Ley. Eran dos signos de la presencia cercana de Yahvé.

Pero La Trinidad no se contentó con esos signos sino que envió al Hijo para que esa cercanía presentida fuera realidad.
Nazaret nos habla de la ausencia de todo pecado que es, en definitiva, la única lejanía de Dios. Todo en el hogar de Jesús, José y María es santidad, es cercanía con Dios. Dios ya no sólo está cerca sino que es uno de nosotros. Dios con nosotros, Enmanuel es su nombre. Esa cercanía de Dios la vivieron de tal manera en Nazaret que Jesús lo convertirá en el centro de su mensaje:

“Convertíos que el reino de los cielos está cerca” (Mt 3,2 )

Ya la cercanía se ha convertido en presencia. En Nazaret se cumplen todas las esperanzas que nadie se había atrevido a esperar. Se podía creer que Dios era cercano pero ¿tanto?. Para plantar su tienda entre nosotros se despojó de su condición divina, no hice alarde alguno de su rango. Actuó como cualquier vecino, vivió, creció, sufrió entre nosotros.
Si algo agradecemos en este mundo ajetreado, en este mundo donde tenemos que demostrar a cada instante nuestra valía y nuestra eficacia que no parecen dejar tiempo ni cabida para el detalle humano, para la conversación y la escucha, es encontrarnos a alguien cercano, alguien que está a tu lado sin que tú se lo pidas, alguien que sí que tiene tiempo para escuchar nuestras vidas. Si, encima, quién nos escucha es alguien importante demostramos nuestro asombro diciendo: es una persona muy cercana…
Este elogio explica cuánta necesidad tenemos de sentir compañía en muchos momentos de nuestra vida y constituye el reconocimiento explícito de la importancia de esa persona “cercana”

La Sagrada Familia fue familia cercana al estilo de Dios: con preferencia – así lo demostrará Jesús – por los pobres, los excluidos, los sufrientes. Jesús en su vida adulta no inventa nada que no hubiera vivido en su hogar. Por eso, verlo hablando y comiendo con los pecadores, verlo tocar a los leprosos, acercarse a los ciegos, sentarse a la falda a los niños, llamar a su grupo a mujeres, nos habla de la vocación de justicia social de Nazaret.
Nazaret es cercanía con todo ese mundo marginal; Nazaret es oído sensible y corazón misericordioso ante el clamor de tanta gente que sufre. Si la confianza del cristiano estriba en que “tenemos cerca del Padre un defensor, Jesucristo, que es justo” (1Jn 2,1) la confianza de nuestro mundo debería residir en que Nazaret se erige en defensor de su dolor y Nazaret es un hogar “justo”, donde brilla la santidad. Y por ello mismo, está cerca de Dios.
Esta cercanía de Dios supone gozo alborozado, preparación. Dice el poeta que “la vigilia de la fiesta es ya fiesta en el corazón”. Actitud básica en Nazaret es esperar. Esperar a quien se acerca para salirle al encuentro. En Nazaret siempre es Adviento. Porque cada mañana el clarear del nuevo día nos trae la magnífica noticia:

“El Señor está cerca” (Flp 4,5)

Manyanet hace decir a Jesús que “su delicia es estar entre los hombres” y muchas veces, cuando llega Desideria alguno de los tres personajes reclama: acércate, sientáte cerquita…
Estar cerca es, en Manyanet, sinónimo de intimidad. Entrar en la casa de Nazaret, en la intimidad del hogar es un don que el Padre concede a algunos. Y que Manyanet tenía claro que era concedido a los laicos, no solo a los consagrados. De ahí el nombre que él escogió para su soñada tercera orden: Camareros…como el que entra en la habitación del rey, los laicos están llamados a vivir en profunda intimidad en el hogar de Nazaret.

La espiritualidad de Nazaret actualiza día a día está cercanía que ya es presencia de Dios con la vivencia de la Eucaristía que es, en el fondo, una encarnación diaria y sencilla, sin estridencias ni anuncios de ángeles.
Quizá por ello el apóstol afirma:
“Ahora la salvación está más cerca que cuando abrazamos la fe” (Rm 13,11)

Porque si en el Antiguo Testamento Dios estaba cerca y en el Nuevo esta cercanía se hizo presencia ahora, con la plenitud del Espíritu, el corazón de toda persona es el hogar santo de Nazaret en el que Dios tiene puestas sus complacencias.

viernes, 2 de octubre de 2009


DÍA DE LOS ÁNGELES CUSTODIOS
Sé sencillamente, para cuantos te rodean, manifestación sensible de la presencia de Dios. Que dondequiera que estés, los demás capten y sientan la bondad, la belleza, la verdad, la unidad, la fraternidad, la armonía, el valor de Dios.... Entonces... serás un ángel para ellos.
HIMNO DE LAUDES AL SANTO ÁNGEL DE LA GUARDA

Ángel santo de la guarda, compañero de mi vida,
tú que nunca me abandonas, ni de noche ni de día.
Aunque espíritu invisible, se que te hallas a mi lado,
escuchas mis oraciones y cuenta todos mis pasos.
En las sombras de la noche, me defiendes del demonio,
tendiendo sobre mi pecho tus alas de nácar y oro.
Ángel de Dios, que yo escuche tu mensaje y que lo siga,
que vaya siempre contigo hacia Dios, que me lo envía.
Testigo de lo invisible, presencia del cielo amiga,
gracias por tu fiel custodia, gracias por tu compañía.
En presencia de los Ángeles, suba al cielo nuestro canto:
gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo. Amén.



sábado, 26 de septiembre de 2009

EN EL AÑO SACERDOTAL
El 19 de junio, coincidiendo con la Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, el Papa inauguraba el año sacerdotal. Bajo la figura del cura de Ars, del cual se celebra el 150 aniversario de su muerte, recordaba el Papa:
«El corazón de cada sacerdote debe ser, de manera similar al de Jesús, un corazón que se conmueve delante de las heridas y de los sufrimientos espirituales, morales y corporales de los seres humanos […] a ejemplo de Jesús, Buen Pastor».

Este blog te propone apadrinar durante todo el año con la oración y algún sacrificio - que no vendrá mal - a un sacerdote. Lo tendrás presente en el momento de la Elevación en la Eucaristía y cada día orarás por él. Si se lo quieres comunicar a él - ¡oye, que te apadrino! - mucho mejor, quizá en esas horas bajas que todos tenemos, le ayudará saber que alguien reza por él.
Si quieres comunicar el nombre de tu apadrinado a este blog otros podemos también rezar "por todos los del blog" así que basta que introduzcas el nombre. Y si algún sacerdote lee este blog (muchas gracias) y quiere ser apadrinado, que lo diga. Para eso estamos!


QUIERO SER DESIDERIA Y OIR ESTA VOZ...

Déjate seducir por Él y camina, Desideria, tras sus pasos.

Llévale el agua de tu pecado a Caná para que, convirtiéndola en vino, su Gloria se manifieste en ti.

Ve con Él a la orilla del lago y ofrécele tu barca, déjale que se suba en ella, que se duerma en ella, que desde ella calme todas tus tempestades.

Síguele por los caminos, deja tu casa y los tuyos, tu oficio y tu tierra. Cánsate por Él y con Él.

Súbete con Zaqueo al árbol, asciende sobre ti misma y deja que pose en ti su mirada. Alborózate porque quiere morar en tu casa.

Grita con el ciego:”¡Señor, que vea!”. Llévale también tus pasividades, tus parálisis, tus manos secas para el bien, la lepra de tu corazón, los demonios que te convulsionan. Ten fe, Él es el médico, la Salud del mundo. Recibirás más de lo que pides, se te dará el perdón de los pecados.

Acércate a Él por detrás cuando sientas que la vida se te escapa, cuando la derrochas, cuando, como la hemorroísa, la pierdes: tócale la orla de su manto y póstrate ante Él cuando te llame.

Escucha su voz, tú que estás muerta a la Gracia, siente su mano tirando de ti y su voz ordenándote: ¡Levántate!.

Reposa con Él en Betania, arrodíllate y escucha su Palabra, deja saciar tu sed, acoge al Amigo. Úngele con el perfume de tu amor.

Inclina, como Juan, tu cabeza en su pecho, hazlo más íntimo a ti que tu propia intimidad. Y cuando le niegues, como Pedro, llora, llora hasta que surcos tengan tus mejillas.

Come su Pan, bebe su Sangre. Adora, devota, y canta el Misterio.

Sólo así le acompañarás a Getsemaní, a esa noche en que tú, tú debes consolar al Vivo Desconsuelo. A esa noche en que tu debes ser luz para la Luz, guía para el Pastor.

Por el camino de la cruz, no le abandones. Que te lacere el alma cada caída y conviértete en nueva Verónica. Deja que tu corazón seque, enjuague el Rostro de Cristo y que en ti quede por siempre impresa la Santa Faz.

Síguele, aunque temas, hasta el Gólgota. Sacia su sed, recibe su perdón, acoge a su Madre, espera su Paraíso.
Permanece, Desideria, junto a la Cruz y que tus lágrimas sean su consuelo. Él muere por ti. Refúgiate en su costado abierto para que, en dulce intercambio, Él siga viviendo en ti.

Recibe con María su cuerpo yerto, besa sus heridas, acaricia su rostro. Acuna tanto sufrimiento a ti debido.

Y en la mañana del domingo vuelve al sepulcro, sorpréndete, alégrate, exulta con los ángeles:¡El ha resucitado!.

Que el fuego de la Pascua haga arder tu corazón cuando vayas comprendiendo sus palabras.

Y vuelve a Galilea. Y de Galilea regresa, regresa siempre a Nazaret, vuelve a tu amor primero.
Vivirás allí el inicio de esta historia de Salvación que cada día debes cantar.
Hallarás en María y José los guías.
Sí, siempre sí.
Hónrate por ser de Nazaret, hogar en el que Jesús nunca sintió añoranza del cielo.
Allí comenzó la historia que todos llevamos escrita en el corazón.
Allí encontrarás lo que tu corazón desea.

martes, 22 de septiembre de 2009

EL CLAMOR DE NAZARET (II)

SEGUNDA PALABRA: ESCONDIDO

En Nazaret se realiza el misterio, el designio de Dios, que es Jesucristo, oculto en el silencio de los siglos (Rm. 16,25) Porque Dios, nuestro Dios es un “Dios escondido” que nos sale al encuentro si le buscamos. Y Nazaret es a la vez ocultamiento y búsqueda de Dios.
En Nazaret la Familia Divina, la Trinidad que forman el Padre, el Hijo y el Espíritu se ocultan en la familia humana formada por José, María y Jesús. Y a partir de ese instante la característica más grande de Nazaret es la ausencia de Misterio.
Quizá por ello la pregunta que toda persona de Nazaret debe llevar grabada a fuego en su corazón, la primera palabra que debe brotar de su ser al despertar el día es “Adónde”.

¿Adónde te escondiste
Amado y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste
habiéndome herido;
Salí tras ti clamando, y eras ido.

Las personas tendemos a formarnos una imagen de Dios. Algunos, por desgracia, tienen una imagen negativa de Él: juez, árbitro severo que penaliza toda falta...Otros tienen imágenes amorosas, positivas: Padre bueno, comprensivo... Pero toda imagen es limitada y, por tanto, Dios siempre es más. Dios no está en mi imagen, en la que yo tengo de Él. Está escondido tras ella y debo aprender a romper esa imagen, día a día, para que Él, cuando quiera, pueda mostrar su rostro. Lo dice magistralmente Gregorio de Nisa:
“Los conceptos crean ídolos de Dios, sólo el sobrecogimiento presiente algo”

Jesús, José y María son los que más han llegado a presentir el misterio de Dios; sin embargo, la Sagrada Familia vivió en la perenne desinstalación de no saber cuál era el rostro de Dios porque Dios siempre es el que está escondido a nuestros esquemas, nuestra lógica, nuestros estudios. Sólo con el corazón es posible verlo y Jesús lo proclama así en su Magnificat:
“Te has revelado a los sencillos y te has ocultado a los sabios y entendidos”.

Nazaret es el ámbito donde Dios más se deja presentir. Porque es interioridad y esa es la premisa básica para que Dios se manifieste. Jesús sabía lo que decía cuando proclamaba:

“Ora a tu Padre que está en lo escondido”.

Nuestro máximo Nazaret es el propio corazón. Allí reside el Altísimo hecho intimidad, compañero del alma. Vivir la espiritualidad de Nazaret supone, por tanto, cultivar el corazón. Cuidarlo, alimentarlo, purificarlo. Y saber, como decía Santa Teresa con gracejo:

“Hijas, que no estáis huecas!”

Mi corazón es Nazaret. Es el espacio en que Dios planta su tienda y se revela. Es el desierto al que me lleva y me habla. Es la fuente que apaga mi sed, la sombra que me cubre, el manná que me alimenta. Y no estoy hueca sino habitada. Soy la casa que Dios ha querido habitar pero debo franquearle la entrada porque Él está a la puerta llamando. No puedo decir “mañana le abriremos...para lo mismo responder mañana”. Porque si es así, todos sabemos cómo y cuánto se deterioran las casas que no se habitan

Dios tiene una lógica muy distinta a la nuestra. Nosotros tendemos a esconder lo malo, como vemos en Adán y Eva que se esconden tras pecar; Dios, en cambio, se oculta para permitirnos la mayor libertad: buscarlo. Si Dios se manifestara, se revelara en totalidad y evidencia nuestra libertad quedaría anulada. Él es el Dios que no se impone, que se esconde precisamente porque es bueno. Por eso hay que buscarlo como tesoro escondido.
Cuentan de un rabino que miraba cómo su nieto jugaba al escondite con unos amiguitos. En un momento dado, cuanto el nieto estaba escondido, los otros se cansaron y se fueron. Y el nietecillo se fue llorando a su abuelo porque nadie le buscaba. El rabino lo consoló diciendo: Así llora Yavhé cuando no es buscado...
En Nazaret Dios no llora. Es el hogar en que no siente añoranza del cielo porque los tres buscaron en su vida la primacía de Dios.
La mayor parte de las personas pasan su vida de manera anónima, oculta. Por eso la espiritualidad de Nazaret es una espiritualidad laical por definición, porque Dios la ha ofrecido al mundo para que se viva en familia, de manera anónima y por toda condición de persona.
Jesús explicó su experiencia de ocultamiento con la imagen entrañable del grano de trigo que muere que, por extraño que parezca, sólo hemos sabido aplicar a la cruz cuando esa es una realidad vivida día a día por millones de personas.
Del mismo modo se habla poco de San José ignorando, quizá, que puede ser patrono de nuestra manera de vivir, de ese anonimato, de ese estar sin que se note. El evangelio sólo nos habla de las noches de José. Noche turbada cuando descubre el embarazo de María. Noche asustada cuando huye a Egipto para proteger al niño. Noche alborozada cuando, por fin, puede regresar a su patria. Pero las noches de José son noches transparentes, noches que revelan el Misterio y dejan hablar al Dios escondido. Esa noche es el paradigma de la espiritualidad de Nazaret. Porque el sol, con su esplendor, oculta la belleza de un cielo cuajado de estrellas; el sol puede distraerrnos los sentidos que sólo la noche recoge. Nazaret es noche para el mundo. Nadie se enteró de cuánto estaba ocurriendo en aquella aldea. Porque Dios no es espectáculo sino noche encendida, soledad sonora.
La noche de Nazaret consiguió juntar Amado con amada, juntó a Dios con la amada humanidad. Y fue noche más amable que la alborada...
En silencio, oculto, germinó Dios para el mundo. Porque “el espacio de Dios es el mundo y el secreto del mundo es la presencia escondida de Dios. Cristo es la articulación de esa presencia y el nombre de ese secreto” (Dumas) La espiritualidad de Nazaret nos enseña a no mirar al cielo para buscar a Dios porque el mundo y especialmente las personas son teofanía patente.
De la misma manera que la presencia del Padre se escondió para Jesús en José, todas las personas ocultan en su ser la presencia de Dios. Y hay que saber ver, pedir cada día: “Señor, que vea, que te vea!” Juan de la Cruz lo decía poéticamente:
“Descubre tu presencia y hermosura...”
Para poder rezar por la noche:
“Mis ojos han contemplado al Salvador...” Con la clara conciencia de que si no lo hemos sabido ver, si no lo hemos contemplado, ese no es un día vivido en Nazaret.
Cada vez más “la exquisita fragancia” (Manyanet) que emana del Misterio de Nazaret atrae a más y más cristianos que encuentran en la espiritualidad de Nazaret la manera de vivir en el mundo transformándolo desde dentro. Cada vez son más los que saben que en Nazaret hallarán la paz y verdadera alegría que el corazón desea.
Vivir en Nazaret supone buscar al Dios que siempre “es ido”, al Dios que sólo deja huellas. Al Dios que nos dice: Buscadme y viviréis (Am 5,4)

Como vive por siempre la Trinidad de la tierra, Jesús, María y José.

martes, 15 de septiembre de 2009



EL CLAMOR DE NAZARET (I)


Con frecuencia se oye, al hablar de Nazaret y su espiritualidad, de esa lección de silencio y vida oculta que nos ofrece el misterio de la Trinidad formada por la Santa Familia. Pero creo que ese silencio, como el de los millones de pobres y desamparados, de ese mundo sufriente y dolorido que pese a no tener voz es ya grito y clamor, es ya Palabra gritada, Palabra que es preciso atender. Es verdad que podemos seguir haciéndonos los sordos pero no por ello Nazaret deja de ser, para quien quiere oir, una Palabra in crescendo, un Misterio que se revela a lo largo de los siglos.
El mensaje de Nazaret es insondable. Vamos, no obstante, a escuhar algunas de las palabras más claras que nos hace llegar. Y lo vamos a hacer como esa devoción tan arraigada que cada año rememora las siete palabras de Cristo en la Cruz. Jesús, José y María también nos hablan.

PRIMERA PALABRA: ESCUCHAR

El hogar de Nazaret es la realización perfecta de aquel paraíso que nos narra el libro del Génesis. Sabemos que la bella descripción del Edén, realizada en el exilio de Babilona, no es algo histórico que se hubiere perdido sino el fin al que tendemos. Es nuestra vocación última. En ese ámbito, Dios y la persona pasean juntos por el jardín y conversan como amigos.
Conversar significa escuchar. Todo el Antiguo Testamento está atravesado por la palabra “escuchar”. Dios reclama a su pueblo que lo escuche y el hombre reclama a Dios que lo escuche. Los profetas son, por definición, aquellos que han escuchado y hablan en nombre de Dios. La oración que la Sagrada Familia recitaba varias veces al día comienza diciendo: Escucha Israel...
Nazaret es ámbito de escucha. Escuchar supone atención amorosa a la Palabra de Dios que no se manifiesta en el terremoto sino en la brisa suave. Dios habla continuamente y sólo la arrogancia y la rebelión impiden oír lo que éste nos dice. Dios es el Dios que reclama continuamente a Israel que le escuche porque desea instruir su corazón, mostrarle sus decretos para llevarlo a la Vida. Pero Israel no hizo caso.
Pues bien, Nazaret es el nuevo y definitivo Israel, aquel que escucha atentamente las palabras divinas. No solo eso: es el que se sabe escuchado por Dios porque Dios escucha siempre al pobre, al afligido, al que sufre persecución. Jesús asimiló tan profundamente esa lección de vida que en la cruz, cuando Dios parece el gran ausente, Él sigue hablándole, convencido en medio de su desgarro, de ser escuchado: “Dios mío, Dios mío por qué me has abandonado?” Aprendió de sus padres esa absoluta confianza en que Dios siempre nos escucha. Y aprendió a escuchar, puesto que tanto José como María eran, por definición, los oyentes de la Palabra.
La Palabra se escucha, no se lee. Podemos leer libros de ciencia o libros que nos sirven de distracción. Los leemos, los pasamos por la mente. Pero la Palabra es siempre interpersonal y debe ser escuchada con el corazón. No leemos lo que Dios nos dice, lo escuchamos. Y el verbo escuchar está íntimamente relacionado con obedecer. Ob-audire, obedecer lo que se oye. Por eso Jesús exigirá que sus palabras sean escuchadas y puestas por obra. Sólo así nuestra casa se construirá sobre roca.
Escuchar supone estar atento a las circunstancias de la vida, a los hechos, a las personas. Por tanto, Nazaret es una espiritualidad que nos sumerge en la realidad. No es una torre vigía desde donde se contempla todo sino una calle por la que transita Dios con las ropas del vecino, del enfermo, del emigrante. Nazaret es barro y polvo, suciedad y cansancio. No es monasterio ni convento, palacio ni iglesia. Es mercado, plaza, fuente y camino. Es murmullo y encuentro, relación y amistad, sorpresa y ayuda. Esa espiritualidad de lo real es la sanación de la persona porque sabemos que, en la medida que nos refugiamos en mundos virtuales o de fantasía, enfermamos. Nazaret es la salud del mundo, el pan amasado, la luz encendida. Alimento y fiesta.
Para escuchar es preciso el silencio que tan bien definía Pablo VI: “El silencio es la actividad profunda del amor que escucha” No es pasividad porque supone ir acallando los sentidos – tan estimulados hoy, tan exacerbados, tan excitados – hasta que “estando ya mi casa sosegada” pueda salir de casa “en ansias, en amores inflamada”. Escuchar a Dios presupone adoración. No se le escucha a Él como puedo escuchar una preciosa sinfonía. Porque escuchar a Dios supone concederle primacía, poder para transformar – Él y sólo Él – mi vida. Los tres de Nazaret fueron absolutamente configurados por la Palabra.
José, convertido en custodio del Misterio, fue el nuevo Noé que guió el arca de la Nueva Alianza y salvó para Dios, en su Hijo, toda la humanidad. Su pequeña casa recuerda esa arca de Noé que flotó sobre las aguas del diluvio para comenzar de nuevo. Sólo que ahora estamos ya ante el comienzo definitivo, ante una nueva creación.
María que llevó en su seno la Palabra no sólo la escuchó sino que la entregó al mundo. Engendrada por ella, la engendró; alimentada por ella, la amamantó; obediente a ella, la educó. Ella, con José, hizo humana la Palabra divina a fin de que pudiéramos entenderla.
Y Jesús, habituado a escuchar, tomó conciencia de que en Él la revelación era plena. Por eso pudo decir: Habéis oído...pero yo os digo...
Los tres vivieron inmersos en la Palabra, en su escucha. Pero no la entendieron, la acunaron en su corazón. Jesús retrata su familia cuando nos habla del campesino que siembra el campo y se va a dormir y, sin que él sepa cómo, ve como va creciendo y brotando la semilla. Dios no reveló a la Sagrada Familia sus planes. Les pidió que escucharan día a día. Y la atención a cuánto Dios decía a través de las pequeñas cosas convirtió una vida anodina en una vida colmada de gozo. Porque es un gozo jugar al escondite con Dios y andar descubriéndolo a cada paso; porque es una alegría todo encuentro con su Presencia.
Escuchar es sinónimo de amor, de adoración, de alegría. Porque quien vive en Nazaret escucha que Dios “está en la puerta y llama. Y abre la puerta para que entre y se siente a cenar con él y El con nosotros (Ap, 3,20). Eso es Nazaret: banquete diario con Dios, conversación de sobremesa. Y sin darnos cuenta casi, configuración de un rostro y un talante que nos lleva a tener los mismos sentimientos de Dios.
Nazaret es pues buena noticia para tanta soledad como hoy conocemos, para tanta tristeza, para tanto deseo de ser escuchado y escuchar.
Dios está en nuestra mesa.

sábado, 12 de septiembre de 2009

AL COMENZAR EL CURSO.

Comenzar un nuevo curso puede ser una buena oportunidad para revisar la motivación profunda de cuanto hacemos. Siempre nos quejamos de "no tener tiempo", de "no dar abasto"...de...¿diría lo mismo María o José? Quizá en ellos y en el estilo de Nazaret se inspira esta dramatización titulada "la mujer invisible". Te invito a que la lleves a la oración personal.

miércoles, 29 de julio de 2009



"Es de todo punto necesaria la vuelta al interior, entrar dentro de nosotros mismos, para que Dios nazca en el alma. Apremia lograr un fuerte impulso de recogimiento, recoger e introducir todas nuestras potencias, inferiores y superiores, y trocar la dispersión en concentración, pues, como dicen, la unión hace la fuerza.
Cuando un tirador pretende golpe certero en el blanco cierra un ojo para fijarse mejor con el otro. Así el que quiera conocer algo a fondo necesita que todos sus sentidos concurran en un punto, dirigirlos al centro del alma de donde salieron."

Juan Tauler

sábado, 25 de julio de 2009

La multiplicación de los panes...hoy.
Prosigue este domingo el Evangelio del domingo pasado cómo Jesús percibió otro tipo de carencia, más elemental quizás pero igualmente evidente, entre aquella multitud que le seguía: no sólo no tenían pastor y por lo tanto había que enseñarles, sino que tampoco tenían pan, y entonces, igualmente había que alimentarles: "Jesús, al ver que acudía mucha gente dijo a Felipe: ¿con qué compraremos panes para que coman éstos?". En medio de la extrañeza de Felipe llega Andrés y apunta un conato de solución: aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces, ¿pero qué es eso para tantos?
La evidente provocación estaba servida, y ante la desmedida empresa de tener que alimentar a tantos con tan poco, era lógica aquella reacción de los discípulos: nos supera, no sabemos qué hacer ni por dónde empezar. Como dice el Evangelio de Marcos: "vamos nosotros a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?".
Jesús hizo ese milagro ante todos, y quedó manifiesta la grandeza de Dios... pero a través de la pequeñez humana: fue realizado con la ayuda humilde del muchacho que encontró Andrés: con sus cinco panes y sus dos peces. Es un impresionante testimonio de cómo Jesús no ha querido mostrarnos un rostro de Dios autosuficiente y despectivo respecto de sus hijos, sino que -por así decirlo-
ha querido tener necesidad de nuestra pequeña colaboración humana para que su grandeza divina pueda ser manifestada.
Otras hambres de otros panes tiene planteadas nuestra querida humanidad: la paz, el trabajo, la justicia, el amor, el respeto, la esperanza, la fe, la verdad... y un largo etcétera tan inmenso como grande es la humanidad. Son muchas las hambres de los hombres. Quizás haya quien espere de Dios un milagro sonoro y tumbativo, un milagro de Dios y a lo divino. Mientras que Jesús nos seguirá diciendo como entonces: dadles vosotros de comer, buscad el pan adecuado para esas hambres concretas. Entonces sentiremos el mismo estupor y desbordamiento que sintieron los discípulos en el lago de Galilea. Jesús sigue haciendo milagros, pero éstos pasan por nuestras manos, nuestro corazón, nuestros ojos, nuestros labios: Él necesita también hoy nuestros panes y nuestros peces, para dar de comer a la multitud de tan diversas hambres. El milagro somos nosotros, que ofreciendo nuestra pequeñez, Dios convierte en grandeza, en signo. Y también hoy la gente quedará saciada. ¿No vemos el hambre? ¿No nos vemos como el pan que las manos de Jesús reparten? Dejémonos tomar, partir y repartir, dejémonos ser milagro para los demás.


Jesús Sanz Obispo de Jaca y Huesca

viernes, 24 de julio de 2009

Fuente de agua viva
Señor,tú me has dado la fuerza con la que puedo vencer mis miedos,
con la que puedo vencer mis angustias,
con la que puedo vencer mis depresiones,
con la que puedo vencer mi sentimientos de abandono,
con la que puedo vencer mis intuiciones oscuras y negativas,
con la que puedo vencer mis malas costumbres,
con la que puedo vencer mis malos hábitos,
con la que puedo vencer mi flojera mental,
con la que puedo vencer mi cansancio interior,
con la que puedo vencer mi agotamiento interior,
con la que puedo vencer mi vacío interior.
Tú eres la fuente de agua viva que refresca el alma.

Señor,tú me has dado la fuerza
con la que puedo alcanzar mis metas,
con la que puedo construir un futuro para mi familia,
con la que puedo construir mi prosperidad,
con la que puedo educar a mis hijos,
con la que puedo soportar todas mis enfermedades,
con la que puedo soportar todo mi dolor y mi sufrimiento,
con la que aprendí a ser agradecido en medio de las dificultades,
con la que me llené de ánimo y motivación.

Altísimo Dios, Dios Eterno,tú me has dado la fuerza y el poder
con los que puedo soportar a mi alma herida por el pecado,sin abandonar tus caminos;
con los que puedo soportar mis preguntas sin respuestas,sin abandonar mi fe;
con los que puedo soportar persecución por tu causa,sin traicionar a tu Hijo Jesucristo.

Padre mío,
fuente de luz,
fuente de agua viva,
fuente de paz,
fuente de motivación,
fuente de esperanza,
fuente de energía,
fuente de confianza,
fuente de juventud,
fuente de vida eterna,
fuente de sabiduría,
fuente de conocimiento y ciencia,
fuente de inteligencia y temor de Dios;
quien de ti beba no tendrá sed jamás.

martes, 14 de julio de 2009



SÍSTOLE Y DIÁSTOLE EN LA ESPIRITUALIDAD DE NAZARET

La creciente expansión de la espiritualidad de Nazaret es uno de los signos de riqueza de nuestro s. XX. Durante siglos y pese a la gran devoción mariana no se pensó nunca en la Santa Familia. José fue una figura oscura, olvidada; una excusa casi para no dejar a la intemperie a María. A partir del s. XVI comienza a tener relieve, se profundiza en su figura y se expande su devoción y en el s. XVII comienza la devoción a la “Sagrada Familia”. Se crean cofradías, asociaciones.... En el s. XIX hay un auténtico “boom” de fundadores que centran su espiritualidad y la de los Institutos fundados en la Sagrada Familia. Diría que es un movimiento de sístole en el corazón de la Iglesia; recordemos que sístole es el movimiento de contracción del corazón y de las arterias para empujar la sangre por el sistema circulatorio del cuerpo.
Durante años muchos Institutos religiosos han vivido como propia la espiritualidad de Nazaret. Era un movimiento de contracción, de profundización necesaria, de preservación para llegar al movimiento de diástole que consiste en un movimiento de dilatación de las cavidades cardíacas durante el cual estas se llenan de sangre.
A mi parecer la Iglesia vive hoy, respecto a la espiritualidad de Nazaret, el movimiento de diástole: ha empezado ya una dilatación imparable de la devoción a la Sagrada Familia que ha pasado ya a los laicos, a numerosos Movimientos, Asociaciones familiares etc que se inspiran en el estilo de la familia de Nazaret para vivir su vida sumergidos en el mundo. Esto llena de vida la Iglesia y constituye un gozo inconmensurable. El corazón tiene ambos movimientos. Laicos y consagrados somos un todo en Nazaret...

ACTITUDES DE NAZARET (último)

Séptima actitud: la fecundidad

María virgen es, por pura gracia, madre fecunda. Dicen los sabios que Dios podía sólo encarnarse en una virgen. Si virgen significa no habitada, cierto. María no está más que habitada por Dios y para que Dios quepa en el hombre, el hombre tiene que tender a la nada. Al desasimiento. Todo es nada. Vaciarse es tarea de toda una vida. Y, desde luego, no es fácil. Cuando has tirado un cacharro viejo por la ventana, se ha colado un gato por la puerta. Vaciarse es la actividad más constante de Nazaret. Nazaret es escuela de humanidad y la humanidad pasa por la soledad. Soledad que duele, soledad que chilla. Soledad, sobre todo, que espera.
Una madre espera nueve meses la llegada del hijo. Sin espera no hay fecundidad y la espera requiere paciencia, abandono, confianza. No sabemos lo que crece en nuestro interior, no sabemos cómo nos hará germinar Dios. Posiblemente, como no esperamos. Pero si dejamos que su Sombra nos cubra, que el sol se oscurezca sobre nosotros, brotaremos.

Octava actitud: la santidad

La santidad no es la culminación, el logro final de una vida; no es equiparable a un diploma o una meta conseguida. La santidad es la sal cotidiana que sazona la comida ordinaria y la hace agradable al paladar. Ser santos es, en Nazaret, el estilo de familia: Dios es santo y lo es José y lo es María y lo es el Niño; ser santos es el sello genético que llevamos en nuestro ADN.
¿Y cómo ser santos? Los santos son personas luminosas, personas transfiguradas.
José educa a Jesús para enseñarle a ser hombre. De su mano, tanto como de la de María, aprende a ser tan humano, este Dios niño, que luego esa será toda su lección: cómo debemos ser, cómo debemos amarnos...Dice la liturgia que Dios se hizo hombre para enseñar al hombre a ser Dios. Pero ya Pablo VI lo corrigió: pero antes, para enseñarnos a ser personas. Ser lo que somos. Esa es la santidad que se nos pide.

NAZARET, DIOS CON NOSOTROS.

Todas estas actitudes – y otras muchas – son posibles porque Él está con nosotros. Ese es el misterio que Nazaret – no la vida pública, no las parábolas, no los milagros, ni siquiera la cruz y resurrección – revela. Dios anda por nuestras calles, es uno de nosotros, nuestro vecino. Es el que me pide hospedaje, el que me enseña a reír, a mirar. Es el que tiene hambre, se cansa y llora. Dios es como yo. Era más fácil que Dios encajara en mi medida que yo en la suya. Pero desde que Él encajó en la mía, mi medida es ya la medida de la Gloria.

martes, 30 de junio de 2009

A VUELTAS CON LA CONTRACTURA

Sí, sigo precisando rehabilitación. Es fastidioso, a veces doloroso y, con frecuencia aburrido. Pero no dejo de pensar que el centro al que voy es como una parábola de lo que es o debería ser nuestro mundo. Me explico.
A la hora que voy solemos coincidir cuatro personas: José, un chico de veinte años que tuvo un accidente de moto y trabaja su pierna, pues va casi cojo, Marta, una señora que cayó en casa y se dislocó el hombro de la manera más tonta, Carla una treinteañera que sale de una operación de menisco y yo, que rodé por las escaleras. Si estamos allí es porque todos, a pesar de que no nos guste, nos sabemos necesitados o, si queréis, un poquito..."estropeados". Al principio no decíamos nada y cada cual iba a la suya pero hemos acabado explicando qué nos pasa y dónde nos duele con naturalidad. Algo que no hacemos cuando se trata del corazón...
Se ha creado entre nosotros una cierta complicidad y respeto: yo sé mis límites y entiendo los ajenos. Cuando José pone cara de manzana arrugada sé que su pierna le duele como a mí mis cervicales. El dolor del otro me infunde respeto pero me admira ver como todos trabajan sus partes dañadas. La solidaridad entre nosotros se ha ido acentuando: si a uno se le cae algo, otro se adelanta a recogerlo...
Lo que está claro es que un centro de rehabilitación te quita cualquier máscara. Si estás allí es porque tu cuerpo no es "ya" perfecto. En la vida, en cambio, vamos con muchas máscaras y solemos fingirnos más valientes, audaces o insensibles de lo que somos. Y no. Todos tenemos "taras" de corazón que hay que rehablitar: esa envidia que se cuela en el alma, la pereza espiritual, una ofensa que no acabo de perdonar...
Dios tiene su propio centro de rehabilitación ( sigo insistiendo: es gratis) pero hay que reconocer que necesitas de su ayuda. Y luego...algo te dolerá porque no es posible apartarse del mal sin un cierto desgarro. Si fuéramos más sencillos y el mundo fuera un gimnasio donde todos aceptáramos los límites del otro y lo animáramos a superarse...mientras hacemos lo mismo!
No sé si mejoraré mucho mis cervicales. Pero me han dado que pensar...

A SAN JOSÉ

“Enséñanos, Jose,
cómo se es “no protagonista”
cómo se avanza sin pisotear,
cómo se colabora sin imponerse,
cómo se ama sin reclamar,
como se obedece sin rechistar,
cómo ser eslabón entre el presente y el futuro
cómo luchar contra tanta desesperanza,
cómo sentirse eternamente joven.

Dinos, José, cómo se vive siendo “número dos”,
cómo se hacen cosas fenomenales
desde un segundo puesto,
cómo se sirve sin mirar a quien,
como se sueña sin más tarde dudar,
cómo morir a nosotros mismos,
como cerrar los ojos, al igual que tú,
en los brazos de la Buena Madre.
Explícanos
cómo se es grande si exhibirse,
cómo se lucha sin aplauso,
cómo se avanza sin publicidad,
cómo se persevera y se muere uno
sin esperanza de un póstumo homenaje.
Cómo se alcanza la gloria desde el silencio,
cómo se es fiel sin enfadarse con el cielo”

(Javier Leoz)

domingo, 28 de junio de 2009


ACTITUDES DE NAZARET (VI)

Sexta actitud: la osadía

La palabra griega que nos lleva a decir a Dios “Padre” es “parresía”. Se necesita atrevimiento, osadía para llamar a Dios, Papá. Pero es que la osadía es una de las grandes virtudes de Nazaret. No temas, ordena el ángel a María y José. No temáis dirá Jesús más tarde. No se puede tener a Dios por Padre, creerlo de verdad, y andar muertos de miedo por los juicios humanos. La osadía de ser de Nazaret, de llamar a Dios “papi” y vivir con María y José siguiendo a su Hijo, sabiendo como sabemos que nos circunda el pecado y la limitación, nos hace hombres y mujeres libres. Literalmente, puedo ponerme el mundo por montera si me creo que Dios es mi Padre y actúa en mi. María podía temer morir lapidada, José podía temer el ridículo social. Pero Nazaret ahuyenta el temor, los miedos humanos. En Nazaret sale el sol y decimos: Abbá. Y se pone el sol y nos despedimos: Abbá.
Jesús aprende a no temer mirando a José. Nosotros aprendemos a no temer viviendo con los tres. Si ellos están con nosotros...¿qué tememos?

Séptima actitud: la fecundidad

María virgen es, por pura gracia, madre fecunda. Dicen los sabios que Dios podía sólo encarnarse en una virgen. Si virgen significa no habitada, cierto. María no está más que habitada por Dios y para que Dios quepa en el hombre, el hombre tiene que tender a la nada. Al desasimiento. Todo es nada. Vaciarse es tarea de toda una vida. Y, desde luego, no es fácil. Cuando has tirado un cacharro viejo por la ventana, se ha colado un gato por la puerta. Vaciarse es la actividad más constante de Nazaret. Nazaret es escuela de humanidad y la humanidad pasa por la soledad. Soledad que duele, soledad que chilla. Soledad, sobre todo, que espera.
Una madre espera nueve meses la llegada del hijo. Sin espera no hay fecundidad y la espera requiere paciencia, abandono, confianza. No sabemos lo que crece en nuestro interior, no sabemos cómo nos hará germinar Dios. Posiblemente, como no esperamos. Pero si dejamos que su Sombra nos cubra, que el sol se oscurezca sobre nosotros, brotaremos.

martes, 23 de junio de 2009



DAVID Y GOLIAT O CÓMO ENFRENTARSE A LA TENTACIÓN

Con frecuencia la tentación nos acecha. En la biblia hay numerosos relatos de cómo somos tentados y, también, cómo puede vencerse la tentación. La historia de David y Goliat es un ejemplo de ello ( 1ºSam (9:17:1 - 9:17:58)

David se sabe pequeño y quizá nosotros también nos sentimos muy pequeños, muy frágiles ante la tentación. Tentación de desánimo, de romper nuestros compromisos, de acomodarnos para no complicarnos la vida, de querer ser "como todos", de abandono de la vida interior, de egoísmo pequeño consentido...¡tantas veces nos circunda la tentación!.

Pero David nos da la primera lección al "mantener distancia". No se acerca, no lucha cuerpo a cuerpo con Goliat pues hubiera sido derrotado. Si nos acercamos a aquello que es objeto de nuestra tentación nos pasa como a las mariposas ante la luz: mueren quemadas. Normalmente el objeto de nuestra tentación nos "fascina" pero si me acerco...puedo morir. Por tanto, distancia.

La segunda lección es que David lanza una piedra a la cabeza de Goliat. La cabeza es la sede del pensamiento y, en general, la tentación comienza por el pensar: "ahora me quedaría en casa tan a gustito", "si todos los padres ceden porqué tengo que estar batallando yo" "ya iré otro día a la reunión" "no puedo más, es superior a mis fuerzas"... David lanzaría una piedra con fuerza y eso es lo que hay que hacer: detectar el pensamiento y ¡piedra!.

Si mantenemos distancia porque nos sabemos frágiles y lanzamos pedradas a ese pensamiento incordiante que se nos ha colado...derrotaremos nuestro Goliat.

¿Y qué piedras? Cada uno encuentra la suya: una frase de un salmo, una jaculatoria, un mirar al cielo...Nadie lo va a notar pero tú estás venciendo.

lunes, 22 de junio de 2009

ACTITUDES DE NAZARET (V)
Quinta actitud: la lectura entre líneas.

Dios habla y María, sin entender, reflexiona. El evangelista insiste: guardaba todo en su corazón. Y es que el corazón es la primera escuela en la que Dios nos enseña su alfabeto. Hay que ir a la escuela, hay que recorrer los caminos que llevan al corazón. Sólo él nos hace la traducción simultánea de lo que Dios dice en el día a día a través de sucesos, hechos importantes o triviales, sentimientos de gozo o dolor. José y María no reflexionaron sólo en el momento de la gran decisión. Entre líneas, veían la bondad de Dios en la lluvia, en el trabajo que le llegaba a José, en las amistades, en el peregrinaje a Jerusalén. Más difícil resultó leer a Dios en la muerte de José. Y mucho más, leer su voluntad en el Calvario. Pero todo iba al corazón, al traductor simultáneo. Al final, ya se entiende a Dios antes de que Él hable. Esa es la santidad. Hablar el mismo idioma que Dios.

domingo, 21 de junio de 2009


LA TEMPESTAD CALMADA

Embarcados con Jesús…


Al principio todo parece fácil en el seguimiento de Jesús: la juventud, la ilusión, el resonar reciente de la llamada…pero en algún momento se desata la tempestad en nuestra vida. El mar parece querer engullirnos.


Me siento atemorizado ante mi propia debilidad, ante problemas que creo insolubles, ante pasiones que zarandean mi corazón, ante un mundo hostil a la fe que profeso, ante una dificultad familiar, la cercanía de la muerte, una enfermedad incurable. ¡Tantas cosas!
Me siento atemorizado porque miro mal. Porque miro todos esos “problemas” cuando debería mirar a Jesús.
Él duerme. Si Él no teme ¿por qué temo yo?


Pero voy a hacer como los discípulos. Hoy me acerco a Él y le digo: ¡sálvame que, sin ti, me hundo!
Siempre y en todo momento recurrir a Jesús. Esa es mi fe. Si lo hago, Él me llevará a la otra orilla y, cuando quiera y como quiera, apaciguará las tormentas que me agitan.


viernes, 19 de junio de 2009

EN LA FIESTA DEL SAGRADO CORAZÓN...




¡PONLE UN TRONO EN TU CORAZÓN!

Mi Cristo, Tú no puedes

cicatrizar la llaga del costado:

un Corazón tras ella

noche y día me está esperando.

(Jorge Blajot)

jueves, 18 de junio de 2009

ACTITUDES DE NAZARET (IV)

Cuarta actitud: El asombro

Dice el evangelio que María se turbó. No de la presencia del ángel sino de lo que éste le decía. Turbarse no dice mucho a la gente de hoy en día. Es quizá asombro la palabra que más refleja lo que vive María. Ese mismo asombro le hará estallar en cántico, en Magnificat.
Nazaret es el hogar del asombro. Asombro por un Dios que se hace pequeño, por un Dios que cuenta conmigo, que me llama. En Nazaret nunca se vivió acostumbrados a Dios. El Dios de Nazaret no es el que se puede dar por sentado; es el Dios que te sale por la calle que no esperas, el que no viene por donde tú vas, el que te arranca de tu comodidad, el que rompe tus sueños y te regala otros sin explicártelos; es el Dios desconcertante, es el Dios que hay que aceptar porque es un poco “raro”, no responde a los esquemas. Nazaret es sorpresa, asombro, pasmo. Porque a Dios se le encuentra donde uno no espera y cuándo uno no lo busca y cuando no lo ve, brilla de repente.
No es fácil vivir en el asombro. Asombrarse un ratito, unos días, alguna vez al año...lo entendemos. Pero estrenar cada día la vida como regalo, no dar por sentado que mañana amaneceremos...¡qué nerviosos nos pone! Porque al asombro ante Dios corresponde el sentimiento de pequeñez. Yo soy ese cuerpo opaco en el cual se refleja la gloria de Dios. María, la mujer más cantada, pintada y loada de toda la historia, canta su pequeñez. Porque sabe cuál es el referente. Y al lado de Dios, todos, hasta María, somos como un granito de arena. Del asombro nace la pequeñez y de la pequeñez, la gratitud.