B de belleza
Manyanet tiene alma de artista. Ama espontáneamente lo bello
quizá porque desde niño intuye que el rastro que deja Dios en sus criaturas es,
precisamente, la belleza. Y él la ve desde niño en un paisaje nevado que le atrae hasta el punto
de ponerse en peligro. Percibe también
la belleza de las flores del jardín parroquial que cuida con Mn. Valentí Lledós
a su lado. De especial modo la capta en la música: de niño pertenece al coro
parroquial y, ya fundador, insiste en que los niños de sus colegios reciban
cultura musical.
Cuando describe la
consagración que su madre hace de él a la Virgen de Valldeflors, sorprende el
subrayado de la belleza:
“María…oh Hermosa y
siempre pura (…) Vi una Señora de imponderable hermosura…mi madre habló largo rato en voz baja con aquella Beldad (…) yo posé mis ojos (que los
tenía fijos en la Hermosa) en los
labios de mi madre…que volviéndose a la Bella
(…) le dijo(…). Sí, yo la vi, yo vi aquella Beldad…yo os vi, oh bella María”
El niño Manyanet vive la
experiencia sublime de lo religioso como una manifestación de Belleza.
Este hecho lo marcará para siempre. Y será un buscador y creador de belleza: amará también las
buenas lecturas, la compañía de los libros; y los escribirá. La belleza del
amor la descubrirá en la familia. Y su amigo Gaudí la plasmará en un Templo
universal: la Sagrada Familia, de
Barcelona.
B de bonaventura
El dulce nombre de su madre va unido a su primera
experiencia religiosa. Y va unido al concepto de mujer fuerte
que Manyanet admira. Su madre será su guía y la persona que más influirá en su crecimiento cristiano
y también humano pues gracias a mil sacrificios logrará que ese pequeño, dotado
de excepcional inteligencia, pueda acceder al sacerdocio. Y desde ese
ministerio Manyanet tocará la Belleza y la repartirá.
B
de Barbastro
En Barbastro despierta la vocación religiosa que Manyanet
lleva en el alma. Admira a los religiosos escolapios y sueña en ser como ellos.
No lo será pero guardará gratitud eterna a su fundador, San José de Calasanz.
En Barbastro recibe, el 30 de mayo de 1849, el sacramento de
la confirmación que lo prepara definitivamente para el sacerdocio. Tiene 16
años.
B de bonaventura
Mullol.
El 4 de agosto de 1870 profesa en su manos un joven que será
su gran colaborador: Bonaventura Mullol, el único del grupo inicial de los
religiosos de la Sagrada Familia que permanecerá fiel y morirá en el Instituto hermano.
Ocupará desde el principio cargos de responsabilidad y sucederá al P. Manyanet
como Superior General de los Hijos e Hijas de la Sagrada Familia a la muerte de
éste. Guardó siempre una entrañable y estricta fidelidad a Manyanet.
Así, entre una mujer, su madre, y un compañero, se escribe
la buena aventura que Manyanet vivió en
su vida.