viernes, 12 de julio de 2013

EL BUEN SAMARITANO


XV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

El evangelio de este domingo es uno de los fragmentos que, desde siempre,  ha fascinado a la comunidad cristiana. ¿Quién, por poco que conozca el evangelio, ignora la parábola del buen samaritano? Subrayaremos, por tanto, sólo algunos aspectos:

Un maestro ante el Maestro: Jesús no era Rabbí. No había estudiado en Jerusalén la Torah, como lo hará, por ejemplo, Pablo. La gente le dio espontáneamente el título de rabbí y Él lo asumió como propio, como uno de los “títulos” que le gustaban. Pero sorprende que un maestro” auténtico” de la Ley le dé el nombre de “rabbí” a menos que entendamos que lo hace, como dice el texto, para probarlo, para provocarlo; su tono debía ir cargado de ironía y quizá, desprecio. Trataba de desenmascararlo, no de aprender. Pero Jesús le responde en el mismo tono de ironía con una pregunta que obliga al maestro de la Ley a responder: ¿Tú eres maestro y no sabes esto?  La respuesta es el texto de  Deuteronomio y Levítico, un fragmento que conocen hasta los más niños. Jesús parece haber terminado de prestar atención al maestro de la Ley con su exhortación a vivir lo mandado cuando éste lanza una pregunta nueva: ¿y quién es mi prójimo?
Esta es una pregunta que ya no contestaría un niño porque para los judíos conservadores no eran “prójimos” todos. Se excluía de este concepto al pagano, al pecador público, al leproso…Y ahora Jesús acepta el envite.

La parábola del buen samaritano

Los Santos Padres han visto en este hombre que baja de Jerusalén a Jericó la representación simbólica de la humanidad entera o, si queremos, la figura de Adán. Jerusalén, cuyo nombre significa ciudad de paz, es el Paraíso. Y Jericó, ciudad rodeada por murallas, el mundo. La humanidad pues, ha sido expulsada de la paz del paraíso y el pecado ha apaleado a la persona hasta dejarla medio muerta.
Pasan cerca de esta humanidad derrumbada  un sacerdote y un levita. No se trata de que ambos mantengan posturas inmisericordes (que también) sino de una manera de Jesús de decirnos que la Ley de Moisés, que ambos representan, no tiene capacidad para salvar a la humanidad. La Ley carece de fuerza para sanar la profunda herida que el pecado ha infligido en el corazón humano. La Ley, dirá San Pablo, es sólo una nodriza que ha acompañado al pueblo de Israel en su minoría de edad. Llegada la plenitud de los tiempos, aparece Cristo, representado por sí mismo en la figura del buen samaritano.
Sabemos lo que hace ese samaritano. Pero es preciso subrayar lo que siente: “se compadeció”. Y sólo después actúa. Jesús subraya nuevamente el valor de la interioridad y la necesidad de tener “un corazón de carne” y no de piedra.
El samaritano se acerca al hombre herido. También Dios se acerca a mí, a mis heridas, a mi sufrimiento, a mi pecado. Sobre mí derrama “vino y aceite”, elementos que algunos comentaristas ven como prefiguraciones del sacramento del bautismo y la eucaristía. El samaritano venda heridas (un corazón quebrantado, tú no lo desprecias…) y carga al hombre en su cabalgadura.

Una iglesia pobre para los pobres

Siguiendo los comentarios, tan valiosos, de los Padres, vamos a ver en este hostal  la imagen de la Iglesia. Allí el hombre herido sanará, allí será cuidado, alimentado. Allí será devuelto a la vida. Ojalá todos fuéramos buenos samaritanos que, con nuestras obras, llevamos a las personas marginales, heridas, desheredadas y rechazadas a una Iglesia misericordiosa que se preocupa como madre por ellos y los cuida y atiende hasta el regreso del Señor.
El samaritano da dos denarios al hostalero. El denario era el sueldo de un día y por tanto se prevé una ausencia de dos días porque “al tercer día” volverá. Clara alusión a la resurrección de Cristo.
Y mientras Cristo no vuelve, queda clara la misión de la Iglesia: salvar, sanar, cuidar. Atender a cuantos van heridos por el camino.
Cristo no se ha desentendido de la humanidad, como hizo Caín. Cristo anda por los caminos llevando a todos los heridos a esa casa de sanación que Él llamó Iglesia.

Anda y haz tú lo mismo.

Al maestro no le queda otro remedio que reconocer que prójimo es aquel que obra con misericordia. Y Jesús sentencia: “Anda y haz tú lo mismo”. Con lo cual da respuesta a la pregunta inicial del maestro de la Ley: ¿Qué tengo que hacer para heredar la Vida Eterna?”.
Indicar a un maestro de la Ley que haga lo mismo que un samaritano no deja de ser, en el fondo, una muestra del sentido del humor de Jesús. Un humor cargado de amor, un humor que invita a no sentirse poseedor de la Verdad, un humor que derriba murallas (incluidas las altísimas de Jericó) y acerca personas. Un humor que es expresión de vida fecunda, de capacidad de sanación.
Un humor que nos hace algo de falta en la Iglesia, la verdad.

jueves, 11 de julio de 2013

HACER EL GARBANZO



Los garbanzos son plato habitual en muchas casas. Aunque mucha gente ya los compra cocidos, un buen plato de garbanzos necesita de la elaboración casera. Y eso supone una noche de remojo por lo menos. No es pues un plato rápido. Esas pequeñas  legumbres son duras como balas de acero y necesitan ser transformadas para ser comestibles. Sólo con tiempo se ablandan y puede entonces presentarse un delicioso plato de garbanzos, garbanzas (diferencia canaria que nunca he entendido muy bien) y hasta mousse de garbanzos.
Es preciso hacer el garbanzo. Dios necesita también tiempo para cambiar mi corazón, duro a veces como una roca…o un garbanzo. Necesito sumergirme en su ambiente aún cuando nada sienta ni experimente. Ese rato diario en la capilla, ese trayecto que en el coche aprovecho para poner el evangelio en mp3…ese retiro que me cuesta…ese silencio…
Cuando nada siento en la oración, es posible que sea tiempo de hacer el garbanzo: sólo estar y confiar que él va haciendo su obra, que Él me va cambiando el corazón, suavizándolo. El garbanzo me enseña una profunda lección de abandono. Recuerdo que cuando mi madre había puesto los garbanzos en remojo, apagaba la luz de la cocina y se acostaba. Como el campesino que sembró y se fue a dormir dejando, confiado, que la semilla creciera sin que él supiera cómo. Los garbanzos quedaban en mi casa en un puchero de agua a oscuras. Al día siguiente eran alimento para todos.
Que aprenda del garbanzo, Señor. Si tú cuidas de él y lo cambias…¿no vas a cuidar de mí en esas noches oscuras en que nada siento, nada veo y de todo dudo?

También yo quiero ser alimento para el mundo…Enséñame a hacer el garbanzo

M. ENCARNACIÓN COLOMINA


                                      SI EL ÁRBOL QUIERE FLORECER, 
                                           QUE HONRE A SUS RAÍCES.

Este proverbio africano me sirve para comunicar a todos una decisión de la Congregación que es motivo de gozo. En la circular que cada año nos escribe la M. General con motivo del aniversario de la fundación de la Congregación (28 de junio de 1874) se nos anunciaba este año que se ha introducido la Causa de Beatificación de M. Encarnación Colomina, nuestra cofundadora. ¡Ya era hora! ¡Aleluya!
Hay gente que se pregunta para qué sirve ese reconocimiento público que supone, además, un lento proceso de investigación de la persona que, por decirlo de alguna manera, se quiere ver en los altares. Como yo era de las que pensaba así puedo responder rápidamente: todo es cuestión de afecto, reconocimiento y gratitud. Tienen razón los que afirman que no será más santa una persona porque la Iglesia lo reconozca así, basta – y sobra, diría yo-  que lo sea a los ojos de Dios. Otros, más sibilinos, aluden a lo que pueda costar el proceso, que cuesta, claro, porque en general  hay una persona que se va a dedicar durante algunos años a eso. Y seguro que se publicarán pequeñas biografías y estampas, claro está. Pero ¿puede medirse el bien que han hecho a miles de personas el conocimiento de los santos, la lectura de sus vidas, la devoción particular que se les tiene y tantas otras cosas? Pues no, no puede ponerse en balanza alguna a menos que queramos caer en el ridículo.
Son muchas las personas que han cambiado su vida leyendo la vida de un amigo de Dios, meditando sus escritos, siguiendo su estilo y carisma. Mi vida, por ejemplo, no se explica sin Manyanet. Pero tampoco sin M. Encarnación Colomina. Porque la Congregación, por mucho empeño que puso en ella Manyanet, precisó del aguante silencioso y fiel de una mujer.
Os la presento brevemente:
Manuela Josefa Colomina Agustí nació en Os de Balaguer (Lleida) el 24 de diciembre de 1848. Educada en un ambiente de piedad ingresó en las Religiosas  de Enseñanza de María Inmaculada (Tremp) de las que saldrá, gravemente enferma, poco después de iniciar el noviciado. Por estas fechas ha conocido ya al Padre José Manyanet que se convierte en su director espiritual. El 9 de marzo de 1877 ingresa en las Religiosas de la Sagrada Familia, fundadas en 1874 por el Padre Manyanet. Pronto tendrá responsabilidades y eso la sitúa en el ojo del huracán pues la autoridad de Manyanet va a ser discutida hasta tal punto que el Obispo lo destituye y le prohíbe que se relacione con las religiosas fundadas por él. M. Encarnación se alza defendiendo su figura y también es destituida de su cargo de superiora. En 1880 asistirá al capítulo de Talarn que promulga un nuevo estilo de vida. Ella será la única en no aceptar la reforma que se aleja del espíritu del Padre Manyanet; confinada a Granadella con la esperanza de que “recapacite” finalmente será expulsada del Instituto en 1882. Junto con otras compañeras que también fueron expulsadas por su fidelidad a Manyanet, se pone en contacto con éste y pasan a vivir a Barcelona donde tras doce años de oscuridad, fidelidad y fortaleza son reconocidas oficialmente por el obispo de Vic al fundar una casa en Aiguafreda. Por especial voluntad del Padre Manyanet, Madre Encarnación Colomina llevará a cabo la fundación de Aiguafreda y el Colegio Ntra Sra de los Ángeles ( Sagrera, Barcelona ) En 1899 el Padre Manyanet la designa priora del Instituto femenino.
El capítulo de 1905, que supone un giro congregacional, retira a Madre Encarnación toda responsabilidad. Destinada al colegio San José y de nuevo al colegio Ntra Sra de los Ángeles, dio ejemplar testimonio de humildad, fortaleza y fidelidad. El 27 de noviembre de  1916    fallece en el colegio Ntra. Sra. de los Ángeles.
Madre Encarnación Colomina fue la roca firme sobre la que el Padre Manyanet se apoyó para fundar el Instituto femenino. Extremadamente fiel a su vocación y al estilo de vida consagrada propugnado por el Padre Manyanet fue su excelente colaboradora y una mujer que no buscó otra cosa que cumplir la Voluntad de Dios dando honor a la Sagrada Familia.