martes, 22 de junio de 2010


NAZARET, ESPIRITUALIDAD DEL CAMINO (II)



Los escasos textos evangélicos que nos presentan a la Sagrada Familia son textos llenos de caminos. El camino tendrá tanta significación que los primeros cristianos son conocidos como “los del camino”; por ello no es de extrañar que identifiquemos a José y María como gente que vive en el camino.
Por el camino se va de una realidad a otra, de pueblo a pueblo, de mar a montaña, de ciudad a ciudad. Prefiguraciones de su Hijo, por José y María pasamos de la antigua a la Nueva Alianza, de la Ley a Cristo, de la promesa a la plenitud, del temor en obediencia al amor en el servicio. Cristo fue y es el Camino pero es preciso señalar que José y María fueron los primeros en inaugurar la senda. Y, paradójicamente, José es camino para la humanidad de Jesús que necesita una genealogía, unas raíces, un hogar, un padre a la sombra del cual crecer. María es camino para la maravilla que supone la concepción, gestación y parto de un bebé. Sí, algo de los dos había en Jesús porque sus caminos acababan siempre en Él.

Ser persona de camino significa estar dispuesto a la continua desinstalación.
El camino supone básicamente desinstalación. El primero en desinstalarse es Dios que se abre camino a través de los siglos para plantar su tienda entre nosotros. Y la tienda es símbolo de peregrinaje permanente. Dios se abre camino en el seno de María y en la noche de José. Y José y María, a quien Dios une en el camino de la fe más radical, transitan diversos caminos: de Nazaret a Belén, de Belén a Egipto, de Egipto a Nazaret; de Belén a Jerusalén, de Nazaret a Jerusalén cuando el niño tiene doce años y de Jerusalén a Nazaret. La constante es siempre la misma: volver a Nazaret.
Más adelante la imagen que nos deja Jesús es la de Alguien que camina, que no tiene donde reposar la cabeza.

A José le llegó, como cabeza de familia, la Palabra de Dios que envuelvía el futuro de todos los suyos. Toma a María, porque el niño necesita una familia, una posición y apellido en la sociedad en la que va a nacer, una identidad y un padre. Levántate, huye, regresa, ve… Y José, custodio de la santa Familia se levanta, huye, regresa, va…
Entre el imperativo divino y la acción humana no hay distancia. Quizá en eso consista la santidad: acortar la distancia entre voluntad divina y voluntad humana. En María y José no sólo no hay distancia sino que la voluntad de ambos se ha fusionado con la de Dios. Por eso José y María son tan Palabra como la Palabra que en el principio decía: “que se haga la Luz, y la Luz nacía”. Con los dos comienza la Nueva Creación.
José y María tenían un proyecto. Se habían desposado con ilusión, se amaban. Y de repente, en su camino, Dios entra para quedarse. Y ya no tienen proyecto propio, tienen el de Dios. Y eso es vivir a la intemperie, porque Dios nunca te da el plano del camino sólo te urge a caminar. Pero ellos saben convertir esa intemperie en hogar cálido donde Dios nunca sintió añoranza del cielo.

Ser persona de camino significa confiar, abandonarse.
Para quien busca a Dios nunca hay parada y fonda. No hay posada si no es en Él. Dios te desmonta a cada instante el futuro, te va urgiendo por caminos inciertos. Mas quien vive espiritualmente en Nazaret ha vendido ya el campo y no lleva ni alforja ni zurrón para el camino. Nazaret está radicalmente reñido con el deseo humano de tener control sobre aquello que acontece en nuestras vidas. Se camina por Él, en Él y con Él. Como lo hace la Sagrada Familia que tienen en el Niño la razón de todos sus caminos.
En los caminos de la Sagrada Familia hay una constante ya insinuada: todos conducen al ocultamiento: oculto nace Jesús en la cueva de Belén, ocultos viven los tres en Egipto, ocultos, lejos de Arquelao, se instalan en Nazaret.
Los caminos de la Sagrada Familia se convierten así en paradigma de la vocación cristiana. Porque se trata de encontrar la tierra buena que dé fruto abundante. Y no es Belén ni Egipto. Es el anonimato de Nazaret. Allí germina en silencio la semilla que será Pan del mundo.
Ser de Nazaret nos lleva a buscar los caminos del corazón que conducen a la interioridad, esa interioridad que se convierte en manantial de Vida porque es sede del Eterno, del Paráclito, del Espíritu.
Nuestro corazón es el nuevo Nazaret. Y no es posible olvidar que llevamos un tesoro en vasos de arcilla. En mi arcilla humana. Debo buscar cada día el Nazaret de mi vida para que Dios crezca a sus anchas.

Con tremenda solidaridad para toda la raza humana vemos a José y María transitar los caminos sin Dios.
No hubo ángel alguno que diera a José, o a María, la orden de partir de Jerusalén . Pero partieron. Y esta vez, Él no fue con ellos. Cuando sintieron el vacío de su presencia dieron media vuelta y regresaron ansiosos. Y eso es la conversión. Girar y reorientarse hacia Él. A veces es preciso desandar nuestro camino. Porque es Dios quien impone el ritmo, quien decide. Y cuando nosotros tomamos el mando…a menudo nos alejamos de Él.
Era obligación de José, y de María, estar pendiente del hijo. Jerusalén era un tumulto de gente, los niños debían perderse con facilidad. Pero quizá estaban “acostumbrados” a un Jesús que siempre se portaba bien. Por un momento no recordaron que Dios siempre sorprende, siempre desmonta los esquemas que tenemos de la vida. Lo habían vivido a tope pero es que nunca aprendemos del todo. A Dios no se le encasilla, te lo esperas por un camino y te viene por el otro.

Ser persona del camino supone descentrarse continuamente
Fíjémonos en la población que escoge Dios para el mayor Misterio:

“Tierra de Zabulón y Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los paganos...el pueblo que vivía en las tinieblas ha visto una gran luz” (Mt 4,15-16)

Nazaret no es centro de nada humano como no sea de desprecio. Tierra de paganos, tierra contaminada, tiene a los ojos de los judíos observantes una situación marginal. Dios nace en los márgenes de nuestros caminos por eso hay que dejar continuamente nuestras sendas, aquellas que nos parecen “lógicas” porque Él sigue viniendo por la cuneta. Jesús estaba habituado a fijarse en quienes vivían a la vera del camino: el ciego, los leprosos, la simiente que cae fuera de la tierra...Él fue siempre, como ha dicho un gran escriturista actual, un “judío marginal”.
A lo largo del camino Dios nos enseña. Jesús enseñaba íntimamente a los suyos mientras iban de camino. Muchas veces, de niño y joven, iría con José a Caná o Séforis en busca de trabajo y también para él el camino fue aprendizaje. Silencio y palabras llenas pero, sobre todo, presencia. En el camino los discípulos discuten y también son interrogados por Jesús acerca de su persona. El camino es siempre provisionalidad. Y el camino lleva a la cruz. No es posible ignorar que la espiritualidad de Nazaret está profundamente vinculada al dolor y sufrimientos redentores. Pero sabemos que en ese camino “Jesús va delante” (Mc 10, 32) . Él ha convertido el Camino en ámbito de salvación:
“Por el camino anunciad que el Reino está cerca” (Mt 10,7)
Es lo que anunciaban José y María en sus caminos más habituales: el de ir a la fuente cada día, en el caso de María, y al taller o dondequiera que hubiera trabajo en el caso de José.
Vivamos nuestra cotidianeidad sabiendo que tenemos el reino cerca: en casa, en el corazón.

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