NAZARET, ESPEJO DE MI DEBILIDAD
Seguramente tú, que buscas a Dios, has experimentado en tu corazón aquel sentimiento de pequeñez que, incluso ante el esplendor de la naturaleza, puede sentir la persona.
Te sientes llamado a seguir a Cristo en su vida de Nazaret y, no obstante, percibes aún tus límites como un obstáculo para la santidad. Te sientes, quizá, como Pedro que exclama: “Apártate de mí, que soy un pecador” ( Lc 5,8 )
Quizá te humille reconocer que la pereza, la tristeza consentida, la sensualidad, la inconstancia, la falta de fe, la resistencia al abandono o tantas otras cosas tienen aún sobre ti, que buscas a Dios, mucho poder en tu corazón. ¿Has olvidado la palabra que te dice que el poder de Dios se manifiesta en la debilidad? (2Cor 12,9-10)
Puedes ser el mayor pecador de la tierra que eso no será, aún, tu debilidad. La única flaqueza que existe, la única debilidad que nos doblega es la de no ser capaces de poner nuestros límites, nuestras fuerzas y nuestros sueños, en manos de Dios. La persona que ante el mal que le rodea y le ciñe piensa que puede vencerlo con esfuerzo, con voluntad y dominio de sí, incluso con oración, está cerrando la puerta a la santidad.
Tu debilidad es, justamente, tu mayor talento. Ella va a permitir que Dios se acredite. Porque Dios espera colarse en tu vida por esa grieta, por esa fragilidad, incluso por ese pecado. No importa lo grande y fea que sea la grieta, no importa si amenaza resquebrajar tu vida. Cuando los que seguían a Jesús se encontraron sin nada para comer, débiles y hambrientos después de tres días, (Mt 14,13) esa situación conmovió las entrañas de Jesús que multiplicó panes y peces en tal abundancia que sobraron cestos llenos de ellos.
Mira ahora, tú que buscas a Dios, a los Tres de Nazaret. No los veas perfectos, inmaculados, puros. La debilidad de María, virgen embarazada, amenazada de muerte si José la denunciaba, movió a Dios a revelar sus planes a éste. Porque José, también frágil, construía ya sus proyectos para repudiar a María y aunque generosamente aceptaba pasar como “culpable”, en esa desazón, en esa angustia, en esa noche oscura, Dios se le manifestó. Nuestras noches, del tipo que sean, son el marco perfecto para que brille la Luz.
Con frecuencia decimos y rezamos que Dios se hizo hombre. A mí me gusta decir que Dios se hizo bebé, niño balbuciente y dependiente, pura fragilidad. Y ¿quién tiene miedo de un niño? Cuando yo abrazo un niño ¿me importa acaso saber que es frágil y débil? Son sus mismos límites los que suscitan en mí la ternura y la gratuidad. Santa Teresita se sabía mirada así por Dios cuando se esforzaba, decía ella, en subir la escalera de la virtud. Al final, impotente, levantaba los ojos al Padre y éste descendía amoroso para recogerla y, llevándola en brazos, subirla hasta la cumbre. Dios no es un juez que mire con desagrado esa mancha en mi expediente vital. Simplemente, se abaja y me abraza gracias a esa mancha. Feliz culpa, canta la liturgia, que nos mereció tal Salvador. Sólo si nos reconocemos niños heridos Dios puede curarnos.
Fíjate en Jesús, de quien canta el profeta: “sus heridas nos han curado”. Nace débil y muere en extrema debilidad. Herido y aparentemente repudiado por Dios. Vive como pobre y conoce, en su misión, el fracaso, la traición.
No podemos imaginar a la Sagrada Familia como una familia sin fisuras, sin dudas, sin miedos. Entre miedos y dudas crecieron en fe y confianza. Tú puedes, debes hacerlo también. Tendemos a buscar “apaños” para nuestra debilidad: el dinero, el prestigio, la excelencia profesional…Queremos sentirnos fuertes, seguros. Pero Jesús nos dice: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Lc 16,13 ). El “dinero” es todo aquello que provoca en mí una sensación de seguridad que no tiene su origen en Dios. Para los fariseos los rezos y el cumplimiento estricto de la Ley se convirtió en su “dinero”. Y cuanto más acumulaban, más se alejaban del rostro misericordioso de Dios.
Pregúntate: ¿Dónde buscas apoyarte, cuál es tu “dinero”?. Porque Dios tiene especial preferencia por los débiles: desarraigó a Abraham que, además, era viejo; Moisés era tartamudo, Gedeón cobarde, David un mujeriego manchado de sangre, Elías tendía a la depresión, Jonás huyó de Dios, Pedro negó a Jesús, Marta se inquietaba por todo, la samaritana era de muchos maridos…
Pero todos fueron pobres. Pobres de espíritu, porque conocieron su debilidad y la pusieron en manos de Dios. Creyeron, contra toda esperanza, que Dios podía brillar en su oscuridad. La oración de petición pura surge del corazón pobre, del corazón que sabe que sin Dios nada puede: “Señor, que vea”, “Dame de beber”, “Acuérdate de mí”. El pobre no acumula, recoge su manná diario y agradece. El pobre vive el padrenuestro y pide para hoy sabiendo que Dios sale fiador por nosotros.
Pon tu debilidad en manos de Dios. Puede que experimentes tu debilidad como algo “malo”. Pero puede que tu debilidad sean sueños, planes, proyectos santos. José y María tenían sus sueños. Y los abandonaron en Dios que superó con creces cuanto podían esperar. Jesús soñó la conversión de su pueblo y paladeó la cruz. Fueron frágiles, caminaron por nuestra misma vereda.
Pero el mismo Dios que se reveló en las lágrimas de Mª Magdalena, en la huida de los de Emaús, en la condición pecadora de Zaqueo, en la indignidad de la cananea, en el descuido de unos novios y en el llanto de Pedro, se revelará también en tu fragilidad.
Abándonate.
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