NAZARET, SEMILLA DE SANTIDAD
A lo largo de su predicación podemos constatar que Jesús ama de manera especial las imágenes que hablan de crecimiento. Si hacemos una lectura atenta de su predicación y en especial de sus parábolas, pronto descubrimos ese hilo conductor: Granos de mostaza, de trigo…¡incluso de cizaña! Talentos que se multiplican, agua que se convierte en bebida más valorada, masa que crece con la levadura, pescas abundantes…Su vida queda definida también con aquel “crecía en edad, sabiduría y gracia ante Dios y ante los hombres” que tanto ha fastidiado a algunos pensando que ya se podían haber esmerado un poco más los evangelistas y facilitarnos algún detalle.
Todo ser viviente tiende al crecimiento. No hay nada vivo que no sea creado para crecer. Tú también. La cuestión es en qué estás creciendo en este momento de tu vida. Puede que crezcas en seguridades, en bienestar, en tranquilidad. Y entonces, déjame decirlo, estás lejos del Reino. Pero puede que crezcas en paciencia, en entrega, en oración, confianza, solidaridad…y en ese caso vives en el Reino.
A veces sentimos curiosidad por saber cómo será esa realidad que llamamos “cielo”. Y quizá bastaría mirar nuestro corazón para descubrirlo. "He encontrado mi cielo en la tierra pues el cielo es Dios y Dios está en mi alma" (Sor Isabel de la Trinidad)
Dios está en semilla en tu corazón. Quizá por eso su primera palabra dirigida al hombre es : creced, multiplicad. Dios no nos da “premios finales” porque es imposible pensar que Dios, en su infinito amor, retenga algo de sí para más adelante. Él ya nos ha dado cuanto nos puede dar, Él ya se ha dado.
Tienes pues, “el cielo en tus manos”. De ti depende que germine y crezca sin que tú sepas cómo, noche y día, hasta que dé fruto (Mc 4).
Pienso que Dios te plantea dos retos: saber de qué es la semilla que ha plantado en nuestro corazón y buscar a nuestro alrededor testimonios de semillas que ya han dado fruto y son, quizá, altísimos árboles donde van los pájaros a posarse.
Mira, vuelve tus ojos al hogar de Nazaret. “Hágase”, exclama María. De José no guardamos palabras, solo acciones, hechos. Pero el evangelista subraya: era justo. “Yo debo estar en las cosas de mi Padre”, dice Jesús adolescente.
La semilla que Dios ha puesto en nuestro corazón es semilla de cercanía. Semilla que acorta, al crecer, la distancia entre mi persona y Dios. Semilla que me hace parecer cada vez más a Dios porque he nacido para ser como Él. El Cardenal Newman decía que la santidad es “llegar a ser lo que somos”. Es una de las definiciones de santidad más simples y más exactas.
Nos complicamos, nos enredamos y nos perdemos. María, José y Jesús tienen la madurez espiritual de no hacerlo. Ellos están a lo que están: el Padre. Único eje de sus actos, decisiones y afectos. El resto puede ser bueno pero relativo. Lirios del campo que hoy son y mañana no. Hierba que perece. Pájaros que caen y mueren.
La Sagrada Familia no vivió en un mundo ideal. A su alrededor había guerras, sangre, injusticia y miseria. Pero no cayeron en la trampa de desear que todo fuera perfecto. Miraron el mundo desde arriba, con los ojos de Dios. Y no se dejaron cegar por el mal sino que vieron en la hondura. Como decía Jung “Quien ve hacia afuera sueña, quien ve hacia adentro despierta”. Miraron hacia adentro, hacia la semilla-Dios. Y despertaron el mundo.
Nazaret es semilla de santidad. Las tres personas de ese Hogar alcanzaron su plenitud total. Ellos ya han dado fruto y fruto abundante. Pero el mensaje de Nazaret, el conocimiento de que la santidad es “estar en lo del Padre” todavía no ha germinado en el mundo. Nazaret sigue siendo aún una semilla; se ve ya una brizna pero aún no se adivina el árbol que llegará a ser.
Pero incluso de ese brote aprendemos que sólo la santidad da respuesta a nuestros deseos más profundos. Que es ella nuestro auténtico deseo y la única fuente de unificación que nos hace felices. Porque “El nos ha elegido antes de la creación del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante El, en el amor” (Ef. 1,4).
Nazaret es semilla de santidad. Las tres personas de ese Hogar alcanzaron su plenitud total. Ellos ya han dado fruto y fruto abundante. Pero el mensaje de Nazaret, el conocimiento de que la santidad es “estar en lo del Padre” todavía no ha germinado en el mundo. Nazaret sigue siendo aún una semilla; se ve ya una brizna pero aún no se adivina el árbol que llegará a ser.
Pero incluso de ese brote aprendemos que sólo la santidad da respuesta a nuestros deseos más profundos. Que es ella nuestro auténtico deseo y la única fuente de unificación que nos hace felices. Porque “El nos ha elegido antes de la creación del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante El, en el amor” (Ef. 1,4).
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