NAZARET, ESPEJO DEL INVISIBLE
De pequeña circulaban por mi casa unos tebeos llamados “Vidas ejemplares”. Podían ser de un inventor, un explorador o un santo y me hicieron un gran bien. Recuerdo perfectamente las viñetas de la vida de Edison y siempre me ha acompañado la escena en que, siendo él pequeño, su madre enfermó de gravedad y el médico decidió practicarle una intervención en el mismo hogar. Pero no se decidía porque no había luz suficiente. El pequeño Thomas, viendo que su madre corría peligro, salió de su casa y rompió los cristales de una sastrería cercana de la cual sustrajo dos grandes espejos que colocó al lado de la cama de su madre para luego buscar todos los quinqués posibles. La luz aumentó al reflejarse y el médico, deshaciéndose en alabanzas del niño, pudo sanar a la madre.
La Luz es el misterio inefable que todo lo envuelve y a todo da vida. Ella da identidad, hermosea y transfigura sin destruir nada. Jesús se definió a sí mismo como Luz del mundo (Jn8,12). Pero esa Luz nació en un hogar que reflejaba “como en un espejo, la Gloria del Señor” (2 Co 3,18). Nos parezca o no posible, Jesús creció en Nazaret y al crecer, creció y se expandió la fuerza de su Luz. Y esa es nuestra vocación: ser espejo de la Luz.
Nazaret supone vivir en clave de Magnificat y al cantar el Magnificat, María afirma con rotundidad que su alma engrandece a Dios. ¿Podemos engrandecer a Dios que es el Creador de todo? ¿Puedo yo, criatura, hacer más grande a mi Creador?
José y María así lo hicieron. Sus corazones fueron tan límpidos y transparentes que reflejaron la Luz de Dios y la multiplicaron ante nuestros ojos, poco avezados a ver al Invisible. Dios se proyectó sobre Nazaret, sobre esa pareja originaria de una Nueva Creación y recreó la faz de la tierra. Tengo para mí que el dogma de la concepción inmaculada de María y de José ( el de José no es aún dogma pero sí verdad sencilla en la que muchos ya creemos. Porque si Dios se escogió una madre sin pecado, ¿iba a escoger un padre pecador? Sólo es posible responder afirmativamente a eso si creemos que la maternidad física de María es lo más importante. Algo que Jesús mismo desmiente cuando elogian a su madre y Él reconduce el elogio para incluir a José: Felices lo que escuchan y creen...) tiene mucho que ver con ese reflejar y multiplicar la Luz. En efecto un alma rota por el pecado es como un espejo que se hace añicos: refleja fragmentos de Luz, fragmentos de Dios. Cada vez que pecamos “empequeñecemos a Dios” porque nos rompemos y así rompemos la imagen del Dios Invisible que es Luz y Amor. Dios no se empequeñece, lo que se empequeñece es la imagen que de Él transmitimos. José y María no hacen “más grande a Dios” pero al vivir la unicidad de corazón, al ser un magnífico espejo sin fisura alguna, al ser grandes ellos, reflejaron como nadie la Luz de Dios que, desde Nazaret, sigue llegando a nosotros.
Porque el Misterio de Nazaret es como el nacimiento de una nueva estrella cuya luz nos va llegando millones de años después de nacer.
No obstante, Nazaret es tan solo preludio del cielo. “Ahora vemos como en un espejo, después veremos cara a cara...y conoceremos todo tal como Dios nos conoce” (1Co 13,12)
Si Jesús es Imagen del Dios invisible, ser de Nazaret significa ser Imagen del Cristo. Para ello es preciso “despojarse de las obras de las tinieblas y revestirnos de la armadura de la Luz” ( Rm13,12). Ser de Nazaret significa engendrar cada día a Dios y eso sólo es posible si vivimos en el Espíritu. Porque si el Espíritu hizo brotar la vida en un seno virginal y en las entrañas estériles de Isabel puede sin duda reunificarnos por dentro. Para Dios nada hay imposible, basta que dejemos nuestros fragmentos rotos en sus manos y le pidamos que sople su hálito divino, el único que nos devolverá la unidad que rompe el pecado.
Dios viene a nosotros por caminos distintos de los que nosotros frecuentamos para “alcanzarle”. La humildad y el abandono son sus senderos preferidos.
Senderos propios de Nazaret desde que José y María los frecuentaron y desbrozaron para nosotros.
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