Lo ordinario. El pan es un elemento común. Y común es la vida que
se vive en Nazaret. Dios no quiso revelarse en el esplendor del Templo ni en la
magnificencia de un palacio. Dios se revela en una familia anodina, lleva una
vida común, vive en un pueblo irrelevante. Anodina, común e irrelevante son
palabras clave en la espiritualidad de Nazaret. Y para quedarse entre nosotros
Jesús escoge el pan. No un manjar exquisito de cocinas cinco estrellas sino
algo común, cotidiano. No obstante, el fino sentido común de todo pueblo ha
hecho del pan el centro de toda alimentación. Por eso hablamos de “ganarse el
pan” y no la langosta o el caviar. De una manera u otra hemos descubierto lo
esencial. ¿Por qué nos cuesta tanto descubrirlo en el plano espiritual?
En las mesas, el pan es habitual.
Para un cristiano, la Eucaristía debe ser habitual. Necesaria. Vivida con
serena profundidad, con gratitud y normalidad. Porque en el fondo no deja de ser
“normal” que Dios ame hasta el extremo. Por eso pienso que debe fastidiarle
enormemente esa catequesis tan mal hecha que ha “engrandecido” tanto el hecho
de ir a comulgar que ha acabado alejando a muchísimos creyentes que desean
encontrarse con Dios…pero no se atreven a acercarse porque siempre, siempre, se
hallan indignos. Cada vez que leo aquello de “más os valdría que os colgaran una rueda de molino al
cuello” me vienen a la memoria todos esos avisos que a veces se dan sobre la
necesidad de ir a comulgar con ciertos requisitos. Y voy viendo como algunos se
van sentando…
Habría que hacer una catequesis
del valor de lo ordinario, lo común, lo de cada día. Y concluir que Dios es
para cada día, que la Eucaristía es para cada día. No para los días de fiesta.
Que es pan, no caviar.
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