“Juan proclamaba: «Detrás de mí
viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome,
la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará
con Espíritu Santo.»
Y sucedió que por aquellos días
vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. En
cuanto salió del agua vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en
forma de paloma, bajaba a él. Y se oyó una voz que venía de los cielos: «Tú
eres mi Hijo amado, en ti me complazco.» (Mc 1, 17-11)
Celebramos este Domingo el
Bautismo de Jesús y con esta fiesta cerramos
el cicló navideño. El texto, breve, refleja un momento trascendental en la vida
de Jesús y en la revelación de nuestra fe, pues estamos ante una de las escasas
Teofanías (revelación de Dios) de la Trinidad. Paradójicamente, un hecho tan
misterioso tiene un contexto histórico y geográfico muy preciso: en el Jordán,
vino de Nazaret, de Galilea…Desde los inicios sabemos que la nuestra es una fe
encarnada en el mundo y en la limitación humana…para trascenderla dándole
sentido.
Los personajes: Juan, popular y admirado, y Jesús, un
lugareño desconocido. En el tiempo en que Marcos escribe eran aún muchos los seguidores
de Juan y había una cierta discusión de fondo sobre quién era mayor, Juan o Jesús.
Marcos pone en boca de Juan la superioridad de Jesús.
Pero la superioridad de Jesús consiste en abajarse. En el texto está
implícito el verbo “bajar” porque a un río se baja. Pero aún más: Jesús se pone
en la cola de los pecadores puesto que el bautismo es, por definición, un rito
de purificación.
Jesús baja y el Padre lo enaltece. Baja para ser subido. Ese “salir
del agua” implica un movimiento ascendente pues los bautismos eran siempre por
inmersión. Y ene se momento se revela la Trinidad:
El Espíritu se posa sobre Jesús. De forma suave, como se posa
suavemente una paloma. Es la suavidad del Espíritu, que no está ni en las tormentas
ni en los truenos, sino en la brisa suave, lo que describe, con una imagen, el
evangelista: con la misma delicadeza con que se posa una paloma se posó el
Espíritu sobre Jesús. Pero además la
paloma nos remite a la que vuelve al arca de Noé después del diluvio, cuando
tras tanto pecado, Dios sanea el mundo con las aguas y comienza una nueva
creación.
Así lo entendemos los cristianos: con el Bautismo de Jesús- y con el
nuestro- comienza una nueva humanidad, una nueva creación.
La voz del Padre. El Padre revela la identidad de Jesús: Él es el
Hijo, el Hijo amado. Necesitamos ponernos frente a Dios para que nuestra propia
identidad se nos revele. Jesús, plenamente humano, también fue tomando
conciencia de su identidad y su misión lenta y progresivamente. Y este es el
momento en que se revela en plenitud.
Sólo cara a cara con Dios podré ir descubriendo que también a mí me
llama hijo/a y que también soy amado/a.
Los cielos rasgados es una imagen preciosa para indicar que con la
humanidad del Hijo de Dios ya no hay fronteras ni divisiones entre Dios y la
persona. Dos mundos se encuentran en Jesús. Lo que llamamos “cielo”, y a veces
aún seguimos considerando lejano está, desde Jesús, asomando cada día por mi
puerta. El cielo, ámbito de Dios, está vibrante en mi corazón. Cielo y Tierra
se han fundido en una sola realidad que es, además, Familia.
Vivamos como Hijos.
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