miércoles, 28 de julio de 2010


NAZARET, ESPIRITUALIDAD DEL SILENCIO (V)
En Nazaret la Palabra se hizo carne. Y la Palabra frecuentó a diario la escuela del silencio. En Nazaret se nos descubre que silencio y palabra forman parte de una misma realidad; en Nazaret aprendemos que el silencio externo hace más sensibles los oídos del corazón para escuchar la Palabra que, viva y eficaz, se pronuncia como brisa suave pero es más tajante que espada de dos filos.
Enamorarse de la Palabra lleva a enamorarse del silencio. Silencio que no es ausencia de palabras sino anonadamiento, vacío de sí, sujeción de emociones y pasiones. Alguien dijo que el silencio es la patria de los fuertes. En ella se forjó José y María, en ella creció Jesús. Los tres son personas silenciosas, es decir, personas en continuo diálogo interior con Dios. La vida interior que tienen es tan rica, tan arrolladora que nada puede distraerlos del Absoluto. Porque Nazaret es, por encima de todo, atención a lo esencial. En frase tajante de Jesús es”estar en las cosas del Padre”. Y aún cuando Jesús pronuncia esa frase en el Templo baja a vivirla a Nazaret.
Sólo el silencio es camino para discernir qué hay de paja y qué de trigo en nuestra vida. Callamos poco. Nuestra sociedad está enferma de ruido, nuestros niños temen el silencio, a nuestros jóvenes les aburre. Y el mundo, más que nunca, necesita contemplativos. Como necesita profetas.
Nazaret aúna en sí el don de la contemplación y el don de la profecía. La Sagrada Familia es familia oculta, silenciosa y casi silenciada. Y es Familia tan profética que parece como esas piedras lanzadas sobre las aguas tersas de un lago de alta montaña: sus ondas, el testimonio de los Tres, siguen expandiéndose siglo tras siglo agrandando los círculos, aumentando los discípulos.
He citado en otras ocasiones la frase de San Juan de la Cruz: “Una sola Palabra ha dicho Dios al mundo y en silencio debe ser escuchada” Quizá la cito reiteradamente porque me impresiona que podamos anular la Palabra que Dios nos dice con nuestra cháchara, con nuestro ruido interior. Si grave es no hacer caso a la Palabra de Dios, más grave aún es no oírla. El silencio es una expresión profunda de respeto y adoración. Nace cuando uno se siente sobrecogido, empequeñecido ante el Misterio. Por eso es el clima habitual de María y José que jamás se acostumbraron a la novedad de Dios. Por eso configura el talante de Jesús que vive en perenne admiración ante la Obra del Padre. Por eso es, especialmente, el hálito del Espíritu Santo.
El silencio supone también actitud de aprendizaje. Ir a Nazaret y saber callar para ver qué nos dice la Sagrada Familia, cómo actúa, cómo vive. El discípulo vive en actitud de atención interna, expectante ante la Palabra del Maestro. Quizá por eso resulta tan difícil encontrar hoy personas habituadas al silencio como elemento natural para crecer y crecer aprendiendo. Si algo se opone al silencio no es sólo el ruido y la cháchara sino la soberbia.
La soberbia impide el nacimiento de la alabanza que sólo se da en el humus del silencio. Alaba quien al encontrarse con Dios se queda, literalmente, sin palabras. Alaba quien no osa romper la grandeza divina tratando de explicársela. Dios es como la música que hay que escuchar dejándose llevar por ella desde el silencio activo. Quien haya frecuentado conciertos de música clásica sabrá que el silencio que se crea en el auditórium es una suma de admiración, disfrute, asombro, actividad interna y asentimiento. Y mucho más. Pero con esas actitudes vivía la Sagrada Familia.
Nazaret es contemplación, adoración. Pero de vez en cuando el silencio cristaliza y se levanta en profecía. Por eso Nazaret es voz de los sin voz. Porque en Nazaret se da sentido a lo que tantos viven, a esa tarea anónima, esa vida aparentemente gris de quien se entrega calladamente. Nazaret es ausencia de poder y prestigio, dos pasiones que arrastran a la persona a la infelicidad. Jesús, José y María viven instalados en el ser, no en el tener ni en el hacer. Esa es la profunda profecía que hoy debemos leer.
Y en ese silencio el cielo se les entreabre y descubren que el cielo está aquí ya. No es fácil vivir la experiencia de Nazaret pero es preciso que la humanidad la viva. Porque en nuestro mundo, donde parece necesario escalar, medrar, ascender, tener poder -porque lo contrario supone ser un fracasado- necesitamos hombres y mujeres capaces de decir que eso no les interesa. Nazaret es la esencia de la felicidad. Y, aunque el mundo haya despreciado su testimonio, algunos sí queremos permanecer en la escuela de Nazaret. Estoy convencida de que cada vez seremos más.
Nazaret es escuela de virtudes y en esa escuela el clima es el silencio y el perfume la santidad. Sólo en Nazaret la criatura tiene la oportunidad de “contagiarse” de la Santidad Divina.
El silencio clamoroso de la casa del carpintero hizo que los cielos destilaran sobre ellos su Sabiduría. Allí vive y crece Jesús que es la “revelación del designio de Dios, oculto en el silencio de los siglos” (Rm 16,21). En Nazaret Dios ha dicho y revelado cuanto es y como es. Vayamos a Nazaret y conoceremos a Dios.
Los Tres de Nazaret son, para siempre, la profecía viviente de un Dios que se revela Familia..
Una profecía que, hoy, sólo un corazón acallado logra entender.
Y entonces, “estando ya mi casa sosegada” es posible darle al Amado alcance.

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