NAZARET, ESPIRITUALIDAD MISIONERA (VI)
Si hay una constante en la vida espiritual, una constante que nos van revelando, de una manera u otra, todos los grandes místicos es la de que no se concibe amar a Dios sin una necesidad imperiosa de conformarse según Él es. No es posible amar sin desear parecerse, asemejarse y vivir juntos las alegrías y las penas.
Esa necesidad de parecerse nos la señala muy bien Jesús: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”
La Segunda Persona de la Trinidad sale, enviado por el Padre y el Espíritu, del seno Divino, sin aferrarse a su condición, para llegar a la humanidad y darle a conocer su grandeza. Jesús es el Misionero por antonomasia. Y, a partir de ese momento, José y María van a conformar su vida a base de “salidas”
María sale de Nazaret, tras recibir el anuncio del Ángel, llevando en su seno al Misionero de Dios en la primera procesión de Corpus que conocemos. Sale de la tranquilidad de su pueblo para ir a Ain-Karen. Con ella llega la Alegría, que el niño de Isabel refleja en su inquieto saltar, y la vida pues ayuda en el parto a la que ya era considerada estéril. María, misionera de la Alegría y la Vida.
José, tras noche inquieta de sueños, sale de su casa para ir a buscar a la novia y desposarse con ella, acogiendo al Hijo que el Espíritu ha engendrado. José, misionero de la Alianza, prefigurada en su boda con María, misionero de la educación de los niños pues asume en plenitud la paternidad.
José y María salen de Nazaret para ir a empadronarse a Belén, donde no son acogidos, y se refugian en una cueva para que sean los pastores, vecinos indeseables, los primeros en adorar al Niño. José y María, misioneros de la marginalidad.
María y José salen de Belén para llevar al Niño al Templo y presentarlo al Padre dejando que Simeón y Ana conozcan a quien es Gloria de Israel y Luz de las Naciones. María y José, misioneros de quienes esperan contra toda esperanza, de quienes viven años en noches cerradas, de quienes parecen olvidados de Dios.
José y María salen también de Belén porque José recibe un anuncio de dolor y es preciso poner a salvo al Niño. Ya la iniciativa la tiene José que lleva a Jesús y María a una tierra y cultura extraña. José, misionero ad gentes, misionero que lleva a Jesús y María a tierras que no han oído su nombre y allí se quedas, trabaja, se inculturiza. Quizá, sólo quizá, las primeras palabras de Jesús se balbucearon en arameo, sí, pero también en otra lengua que luego olvidó. Jesús, José y maría, misioneros de tantos emigrantes que añoran su tierra y oyen a sus hijos palabras ajenas a su lengua.
Jesús, José y María, que salen de Egipto cuando se enteran de la muerte de Herodes y regresan a su tierra para asentarse en Nazaret.
María que sale cada día a la fuente para enseñarnos cuánto precisamos el Agua Viva. José que baja al taller para enseñarnos el valor del trabajo. Jesús Niño que corretea por las calles de Nazaret, las pocas calles, y se da a conocer como el hijo del carpintero.
Jesús, María y José, que salen hacia Jerusalén cuando el Niño tiene doce años. Y el Niño, que sale de ellos, quedándose en el Templo porque “hay que estar en las cosas del padre”. Jesús, misionero de teólogos y sabios. José y María, misioneros de cuantos creen haber perdido a Dios y nos enseñan a buscarlo.
Y luego Nazaret. Sujeción y obediencia. Silencio y anonimato. Oración y trabajo. Auténtica espiritualidad misionera. No es “preparación para la vida pública”, es la más rotunda predicación que haya escuchado el mundo.
Salir, salir de sí, es ser de Nazaret.
Y quedar, quedarse en ese Nazaret que es hogar, escuela, taller y Templo. No es posible ser de Nazaret sin sentir la urgencia de parecerse a Ellos. Eso nos lleva a saber en qué momentos es preciso cortar amarras, abandonar posiciones, salir de nuestra comodidad. Y en qué momentos lo esencial en un misionero es “permanecer en su amor” (Jn 15).
Sagrada Familia de Nazaret, misionera de las Familias, rogad por nosotros.
Esa necesidad de parecerse nos la señala muy bien Jesús: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”
La Segunda Persona de la Trinidad sale, enviado por el Padre y el Espíritu, del seno Divino, sin aferrarse a su condición, para llegar a la humanidad y darle a conocer su grandeza. Jesús es el Misionero por antonomasia. Y, a partir de ese momento, José y María van a conformar su vida a base de “salidas”
María sale de Nazaret, tras recibir el anuncio del Ángel, llevando en su seno al Misionero de Dios en la primera procesión de Corpus que conocemos. Sale de la tranquilidad de su pueblo para ir a Ain-Karen. Con ella llega la Alegría, que el niño de Isabel refleja en su inquieto saltar, y la vida pues ayuda en el parto a la que ya era considerada estéril. María, misionera de la Alegría y la Vida.
José, tras noche inquieta de sueños, sale de su casa para ir a buscar a la novia y desposarse con ella, acogiendo al Hijo que el Espíritu ha engendrado. José, misionero de la Alianza, prefigurada en su boda con María, misionero de la educación de los niños pues asume en plenitud la paternidad.
José y María salen de Nazaret para ir a empadronarse a Belén, donde no son acogidos, y se refugian en una cueva para que sean los pastores, vecinos indeseables, los primeros en adorar al Niño. José y María, misioneros de la marginalidad.
María y José salen de Belén para llevar al Niño al Templo y presentarlo al Padre dejando que Simeón y Ana conozcan a quien es Gloria de Israel y Luz de las Naciones. María y José, misioneros de quienes esperan contra toda esperanza, de quienes viven años en noches cerradas, de quienes parecen olvidados de Dios.
José y María salen también de Belén porque José recibe un anuncio de dolor y es preciso poner a salvo al Niño. Ya la iniciativa la tiene José que lleva a Jesús y María a una tierra y cultura extraña. José, misionero ad gentes, misionero que lleva a Jesús y María a tierras que no han oído su nombre y allí se quedas, trabaja, se inculturiza. Quizá, sólo quizá, las primeras palabras de Jesús se balbucearon en arameo, sí, pero también en otra lengua que luego olvidó. Jesús, José y maría, misioneros de tantos emigrantes que añoran su tierra y oyen a sus hijos palabras ajenas a su lengua.
Jesús, José y María, que salen de Egipto cuando se enteran de la muerte de Herodes y regresan a su tierra para asentarse en Nazaret.
María que sale cada día a la fuente para enseñarnos cuánto precisamos el Agua Viva. José que baja al taller para enseñarnos el valor del trabajo. Jesús Niño que corretea por las calles de Nazaret, las pocas calles, y se da a conocer como el hijo del carpintero.
Jesús, María y José, que salen hacia Jerusalén cuando el Niño tiene doce años. Y el Niño, que sale de ellos, quedándose en el Templo porque “hay que estar en las cosas del padre”. Jesús, misionero de teólogos y sabios. José y María, misioneros de cuantos creen haber perdido a Dios y nos enseñan a buscarlo.
Y luego Nazaret. Sujeción y obediencia. Silencio y anonimato. Oración y trabajo. Auténtica espiritualidad misionera. No es “preparación para la vida pública”, es la más rotunda predicación que haya escuchado el mundo.
Salir, salir de sí, es ser de Nazaret.
Y quedar, quedarse en ese Nazaret que es hogar, escuela, taller y Templo. No es posible ser de Nazaret sin sentir la urgencia de parecerse a Ellos. Eso nos lleva a saber en qué momentos es preciso cortar amarras, abandonar posiciones, salir de nuestra comodidad. Y en qué momentos lo esencial en un misionero es “permanecer en su amor” (Jn 15).
Sagrada Familia de Nazaret, misionera de las Familias, rogad por nosotros.
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