miércoles, 27 de abril de 2011





FELICES PASCUAS A TODOS!! QUE LA GLORIA DEL RESUCITADO ILUMINE NUESTRO QUEHACER PORQUE..."DESDE LA RESURRECCIÓN DE CRISTO, EL CORAZÓN DEL MUNDO YA ESTÁ SANO"!





NAZARET, DÍA TERCERO



Todas las culturas tienen sus números simbólicos, números que indican más de lo que en realidad dicen. Entre nosotros, decir “mil” indica reiteración, multiplicidad y hasta un poquito de cansancio: “¡te lo he dicho mil veces”! decimos asombrados a quien se sorprende por algo o no hace caso de una indicación clara y evidente.
La cultura semítica tiene varios números simbólicos: el cuarenta, por ejemplo. Indica una larga temporada si se refiere a tiempo: el pueblo de Isarael peregrinó cuarenta años por el desierto, Jesús estuvo en el desierto cuarenta días.
También el doce y el siete están cargados de significación.
Pero un número especialmente fascinador es el tres. Y es que nuestra fe se fundamenta en el tercer día, en el día de la Resurrección. Pero ese tercer día se había iniciado mucho antes...

Entre las numerosísimas citas aburridas de la Biblia, las que legislan hasta el más mínimo detalle, se repite hasta la saciedad que para creer y validar un hecho importante se precisan dos testigos y, preferiblemente, tres. (Dt 17 ) De hecho, Jesús tiene tres testigos en el Tabor y tres en Getsemaní.
Desde ese prisma, el testimonial, me parece de gran belleza, por su veraz contundencia, mirar y contemplar la Sagrada Familia, formada por Jesús, María y José, como testigo de la Trinidad, sí, pero de forma especial como testigo de la Nueva Alianza. Ya María, con su estancia de tres meses en casa de su prima Isabel, es un claro eco del Arca de la Alianza que acompañaba a los israelitas a lo largo del desierto. Ella tiene la excepcional vocación de ser arca y testigo; José, a su lado, es testigo que acompaña. Su presencia es necesaria para hacer creíble el Misterio. No siempre se pide al testigo que hable sino que, simplemente, esté cuando se firma el pacto. Y José está “con todo su ser, con toda su alma, con todo su corazón”. Porque ha escuchado lo que Yahvé decía cuando se disponía a iniciar un nuevo Israel.
El Nuevo Israel se llamará Nazaret. Dicen algunos que el Paraíso que se describe en el Génesis no es punto de partida sino un ideal, una meta. Pues bien, lo mismo ocurre con Nazaret : es la casa a la que nos dirigimos, el hogar de toda la humanidad.
En ese hogar hay una Mujer que pone levadura en tres medidas de harina hasta que fermenta toda la masa.(Mt 13,33) Es María que entrega a su hijo al mundo.
En ese hogar se cumple la expectación de todo el Antiguo Testamento: “estén preparados porque al tercer día el Señor bajará a la montaña del Sinaí a la vista de todo el pueblo” (Ex 19,11)
Un tercer día que se inició de forma muy distinta a las teofanias veterotestamentarias: ni truenos ni relámpagos. Un anonimato total, un espeso silencio rodea el momento de la Encarnación. Y el Misterio no se da en la montaña, lugar bíblico de encuentro con Dios, sino en una aldea. Porque Dios se hace de los nuestros y usa sandalias.

El acontecimiento salvífico más importante tiene sus preludios en el Antiguo Testamento. Los tres misteriosos personajes a quienes Abraham hospeda (Gn 18,2) dejan a su paso, tras compartir la mesa, una estela de vida. Las resecas entrañas de Sara son capaces de generar vida. Jesús, María y José se sentaron a la misma mesa durante años. Compartieron, sí, pan y risa, preocupaciones y conversación amena. Pero por encima de todo, allí se estaba generando vida y vida en abundancia. Los buenos recuerdos de la mesa compartida justifican que Jesús ponga la imagen del Banquete para hablarnos del Reino. Él no había “dejado” su Reino en el cielo, lo había vivido en Nazaret.
Otro icono de la Sagrada Familia son “los tres jóvenes que pasean entre llamas cantando himnos a Dios y bendiciendo al Señor” (Dn 3,24) José y María pasearon muy pronto entre llamas. Su vida y su amor fueron acrisolado al Fuego del Espíritu y tanto en la prueba como en el gozo cantaron himnos y alabaron a Dios. De hecho, no salieron nunca del Fuego, los Tres vivieron en Él y fueron habitados por Él. Nazaret fue nueva zarza ardiente (Ex 3,2 ) ante la cual hay que descalzarse porque es tierra sagrada. Es ahí donde yo oigo mi nombre como antaño Moisés el suyo. Dios me llama a vivir en Nazaret y sólo en la medida en que mi corazón arda con su Palabra me acerco al dintel. Esta vez va a ser Dios mismo quien me ruegue que no pase de largo: Quédate con nosotros que el día ya comienza a declinar.

Son ellos, los de Emaús, los que exclaman: Nosotros esperábamos que Él sería quien liberaría Israel. Pero ya estamos en el tercer día desde que todo esto ocurrió! (Lc 24,21)
Y el que tienen al lado, ese caminante, está prefigurado en la Reina Ester, que acaba con Vasti, su predecesora, e intercede por su pueblo orando hasta que “al tercer día se quitó sus vestidos de suplicante se lavó, se ungió, se vistió de fiesta y se engalanó” (Est VL 5,1). Y es Judit, paradigma de Israel, que tras permanecer tres días en el campamento de Holofernes, lo hiere de muerte (Jdt 12,7). Estas dos mujeres preludian, en su belleza y su amor, en su defensa de su pueblo y en su lucha contra el mal, al Resucitado.
Pero Juan, gran teólogo, usa la expresión “tercer día”, habitual en los sinópticos para referirse a la Resurrección, para enmarcar el milagro de Caná. “El tercer día se celebraron unas bodas en Caná de Galilea. Estaba allí la madre de Jesús (Jn 2,1) Dos días se mueven en torno a Juan el Bautista, último profeta del Antiguo Testamento. Con el tercero se inicia una nueva etapa que cambiará el agua en Vino.
Nazaret ha sido y es el odre nuevo que recibe el vino nuevo. Un vino nuevo que sólo en Pascua alcanza su sazón.

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