EVANGELIO DEL DECIMOCUARTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
JESÚS EN NAZARET
El evangelio de este domingo (Mc
6,1-6) resulta incómodo para aquellos que intentamos “vivir en Nazaret”. Porque
pone de manifiesto un Nazaret que no es ámbito de Salvación, un Nazaret que tiene
legañas en los ojos y no sabe ver, un Nazaret que se define por su cerrazón. Es
decir, un Nazaret que es el primero en “crucificar” a Jesús.
Jesús va a Nazaret. Ya había
comenzado a manifestarse su Gloria y cabe suponer que se retira a su pueblo
unos días para “descansar”. Descanso que debió hallar en su madre pero que sus
amigos de infancia, sus convecinos y sus parientes le negaron.
Va a Nazaret y nada ocurre hasta
que llega el sábado. No sabemos si estuvo muchos días pero sí se nos insinúa
que nada anormal sucedió hasta el sábado. Posiblemente sus amigos y parientes
se acercaron a verle, se abrazarían, compartirían sonrisas y mesa. Todo normal.
Pero el sábado se puso a enseñar
en la sinagoga y su predicación suscitó múltiples preguntas (aprovecho para
decir a mis amigos curas que eso es lo que debe hacer toda predicación).
Las preguntas de los nazarenos
van todas en la misma dirección: a éste le conocemos. Lo hemos visto crecer,
conocemos su familia, sabemos su oficio. En realidad no son preguntas porque no
esperan respuesta alguna. Son objeciones que niegan la evidencia, algo que con
frecuencia hacemos cuando nos encontramos con la Providencia de Dios, con su Amor. Los datos que nos dan los nazarenos en forma
de pregunta son datos sobre la humanidad de su vecino Jesús.
Ese es el gran obstáculo: Dios se
ha encarnado, se ha hecho un buen vecino, amigo para quienes lo quieran así, y
esa cercanía es motivo de rechazo para muchos que se mantienen apegados a la
imagen previa que de Dios se han hecho.
A Jesús los nazarenos lo habían
visto pequeño, débil, uno más. Ahora lo ven investido de sabiduría quizá porque
Jesús hizo de lo pequeño la gran escuela espiritual. Cualquier nazareno,
cualquiera de nosotros puede alcanzar la sabiduría divina si frecuenta, como
Jesús, la escuela de la cotidianidad, el gran libro de Dios.
Pero para los nazarenos pequeñez
y grandeza se contraponen, se excluyen. Curiosamente para muchos cristianos
esto sigue siendo así. Nos gustan las vidas íntegras, redondas, casi planas. Las
polaridades nos incomodan. Descubrir que Henry Nouwen, el gran autor espiritual
autor de libros tan bellos y profundos como “El regreso del hijo pródigo” y “El
sanador herido” era homosexual hizo que muchos que devoraban sus libros lo
rechazaran frontalmente. Conocer las miserias de la Iglesia que la prensa
publica un día sí y otro también ha hecho que algunos se alejen de ella y
consideren el bien que hace pura hipocresía. Saber que M.Teresa de Calcuta
vivió a la orilla de la no fe durante años, preguntándose por la existencia de
Dios, ha escandalizado a muchos. Seguimos igual que siempre: nos
gustan las recetas, nos gusta que lo blanco sea blanco y lo negro, negro.
Malos y buenos, como en las películas.
Pero a nuestro Dios le gusta lo
contrario. Le encanta lo pequeño y lo considera recipiente ideal para albergar
la Grandeza. Le gusta y ama el pecador santo y la acción contemplativa tanto
como la contemplación hecha acción; las vírgenes madres y las madres vírgenes.
Dios no vive en la disyuntiva “o” sino en la conjunción “y”…
El Nazaret que conocemos este
domingo no es otra cosa que nuestro corazón. Nuestra humanidad, la pequeñez de
cada día, con todas las debilidades, con el pecado consentido, con las dudas y
negaciones, con la lejanía voluntaria, es el ámbito perfecto para que Jesús se
yerga e irradie su sabiduría. A ver si entendemos de una vez que, incomprensiblemente,
mi indignidad fascina a Dios.
Nazaret es mi corazón. Un corazón
que a veces abraza a Jesús y otras se escandaliza y se cierra a su acción.
Nazaret es también lugar de misión.
Para ser descanso de Jesús
necesito aprender que el hijo de mi vecino, la señora viejecita que me
encuentro cada día o el niño pesado que no me deja en paz puede ser la gran Palabra
de Salvación que Dios me envía. No vayamos a rechazarla sólo
porque “ya lo conocemos”.
Acostumbrarnos a Dios, a la Eucaristía, a poder rezar el padrenuestro,
a ser perdonado…es la manera más rápida de llegar a una inconsciente apostasía.
No nos acostumbremos a Jesús.
Gracias por tus enseñanzas y reflexiones.Dios te bendiga
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