LA ÓPTICA DE NAZARET O LA GRACIA DE VER EL MUNDO COMO LO VE DIOS (II)
Leí un día un reportaje
sobre los nuevos niños ricos de Rusia. Son hijos de multimillonarios que desde
que han nacido lo tienen todo: colecciones de armas a su alcance, los mejores modistos,
viajes… Están acostumbrados a la opulencia. Y desde ella, la fotógrafa
–profesional de excelente prestigio- que hacía el reportaje era para unos
simplemente una persona “a su servicio”, a la que exigían la mejor foto o los
más tontos caprichos, mientras para otros era una molestia impuesta por sus
padres, alguien a quien aguantar durante unas horas, un paréntesis entre el
último juego de su sofisticado ordenador o su paseo a caballo. Leyendo el
reportaje fui sintiendo una pena infinita por estos niños nacidos en una óptica
tan falsa que les llevaba a ver la realidad de una manera totalmente
distorsionada, ridícula y absurda donde ellos, pequeños de ocho, diez, doce
años, se creían muy superiores a la excelente periodista que hacía el
reportaje. Estoy convencida que, sin la ayuda de la Gracia, estos niños nunca
verán la realidad tal como es.
Y por contraste pasé a
pensar en Jesús que al nacer se situó en la óptica de Nazaret. Viendo al Jesús
adulto, libre, capaz de seducir a las masas porque sabe hablar al corazón de
las personas, que convence porque vive aquello que predica, viéndole capaz de
enfrentar valientemente la persecución, el dolor, la muerte. Viendo pues, a
Jesús tan libre y señor de sí mismo y con que infinita delicadeza valora la
persona sin mirar si es rica o prostituta, pecador público o mujer, pobre o
fariseo, llegué a la conclusión que sólo si reeducamos nuestra mirada en
Nazaret veremos el mundo tal como lo ve Dios.
Jesús niño y
adolescente, joven y adulto aprende en Nazaret el valor del trabajo, el amor a
la naturaleza, la vida callada, el lento germinar del trigo y la bondad del
Padre que llueve sobre justos e injustos. En Nazaret aprende que los pobres
sólo pueden fiarse de Dios y esa es su gran riqueza; por eso, Nazaret se convertirá
en la primera de sus bienaventuranzas. Desde la óptica de Nazaret, donde se
come para vivir, un banquete es siempre fiesta, abundancia inusual; por eso,
Nazaret se convierte en preludio de la eucaristía, porque Jesús ha aprendido a
amar la fiesta, la mesa compartida. En Nazaret se sufre como sufre la gente
sencilla, sin aspavientos ni dramas, cargando la cruz con pasmosa naturalidad;
por eso, Nazaret es para Jesús aprendizaje de fortaleza, justa medida de la
vida en su aspecto negativo de cruz y dolor. Un dolor que es intrínseco a la
condición humana. Un dolor que Él no viene a suprimir sino a redimir.
Pero Nazaret forja,
sobre todo, la riqueza humana de Jesús, su fina psicología, su sentido del
humor, su ira ante la injusticia, su capacidad de observar y valorar lo
pequeño, su rica interioridad. La personalidad humana de Jesús ha sido muy
estudiada por creyentes y no creyentes y cuantos a ella se han acercado han
coincidido en remarcar el enorme equilibrio de su naturaleza, su capacidad
afectiva y efectiva que lo convierten, humanamente hablando, en uno de los
líderes de la historia más importante. No escribió nada y sus palabras aún
perduran. Fue perseguido y ajusticiado y somos millones los que le seguimos.
Este hombre libre se forjó, como persona, en la humildad de Nazaret, muy lejos
de la óptica en la que se educan esos niños ricos a los que aludo al principio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario