EL LAVATORIO DE LOS PIES
La fina sensibilidad de Juan
rescató del olvido un gesto de Jesús que los sinópticos no relatan. El último
acto libre de Jesús es un acto de servicio, una acción que sintetiza cómo debe
vivir un cristiano.
En el marco de la institución de la
Eucaristía, Jesús se levanta de la mesa que preside, se despoja de su manto –
ese que luego sortearán- se pone un delantal y comienza a lavar los pies de los
discípulos. Este gesto nos remite a la Encarnación por la cual el Hijo de Dios
no se aferra a su dignidad, deja su manto de la divinidad y desciende, se
agacha para lavarnos a todos del pecado. Si en vida fue un humilde artesano
ahora, de forma intrínsecamente unida a la Eucaristía, nos ama hasta el extremo
y toma la condición de esclavo. Porque lavar los pies era el servicio de un
esclavo y Pedro, que pese a su amor por Jesús, comulga con el pecado
estructural de la desigualdad, se indigna. Para Pedro todavía hay amos y siervos,
tareas dignas e indignas.
El icono del lavatorio de los
pies ha sido identificado por la comunidad cristiana como una llamada al
servicio sin límites. San Ignacio dirá que es preciso “ en todo amar y servir”. Y
un hijo de San Ignacio, pero sobre todo un hombre evangélico, ha escandalizado hace poco a ciertos sectores
por agacharse a lavar los pies sin distinción de credo ni sexo…
Nazaret es escuela de servicio.
José despierta del sueño en que el ángel le indica lo que debe hacer y se
desposa con María para hacer de su vida servicio a ésta y al hijo que lleva en
sus entrañas. Y María, tras recibir el anuncio angélico, sale diligente a
servir a su prima Isabel. El camino que hace de Nazaret a Ain-Karem, con el
Hijo en su seno, es la primera y más bella procesión de Corpus de la historia
de la Iglesia. Si José es el Custodio, María es la Custodia que lleva a Cristo
a los otros. Aquellos que vivimos en Nazaret debemos llevar siempre Cristo a
los otros…
Las almas nazarenas son almas
eucarísticas. Jesús se convierte en el centro que las des-centra de sí mismas y
salen siempre de sí para vivir en servicio de. Servicio viene de servus. El Siervo de Dios es un título de enorme prestigio en el
Antiguo Testamento. Para el hombre bíblico no hay mayor honor que servir a
Dios. Pero Dios siempre nos pregunta dónde está nuestro hermano…
Jesús, fiel al misterio de la
Encarnación, deja claro que para servir a Dios no hay otro camino que servir a
la persona. Quien quiera vivir a lo divino será siempre enviado a servir.
Porque Dios ha querido encarnarse no sólo en Jesús de Nazaret. Dios, en Jesús,
ha prolongado y ampliado su Encarnación al identificarse totalmente con
cualquier persona: a mí me lo hacéis,
dice en su evangelio.
Si Jesús adulto es capaz de lavar
los pies a sus discípulos es porque en Nazaret aprendió a centrar la vida en lo
único necesario, a amar hasta el extremo y a dar la vida como respuesta a las
necesidades de las personas y como respuesta personal al infinito amor de Dios
que lo reconoció como Hijo. La liturgia
del Jueves Santo ha dignificado el gesto del lavatorio. Me gustaría poder
devolverle por un momento su crudeza original. Quizá nos baste pensar que besar
los pies tiene, en sí mismo, un punto de “fealdad” que hemos cubierto al
sacralizar el gesto. Pies sucios…¿a quién le apetece besarlos?. Puedo besar el
rostro, los labios, las manos…pero ¿los pies? Sólo se me ocurre un contexto en
el que pueda una persona querer besar los pies: el contexto de una pareja que
se ama tanto que se entrega en totalidad. El contexto en el que no hay una
parte de cuerpo que no se desee acariciar para expresar ese amor total. El
contexto esponsal.
Cristo se ha desposado con la
humanidad. Y besa con amor tierno esa parte mía que puede humillarme. Pero
luego me sonríe y me pide que me despose con el mundo. Y que bese el mal para
redimirlo. Eso es Nazaret: el beso que redime y limpia.
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