XIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Cuando se iba cumpliendo el
tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envío
mensajeros por delante. De camino entraron en una aldea de Samaría para
prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén.
Al ver esto, Santiago y Juan, le preguntaron:
- Señor, ¿quieres que mandemos
bajar fuego del cielo que acabe con ellos?
Él se volvió y les regañó. Y se
marcharon a otra aldea. Mientras iban de camino, le dijo uno:
- Te seguiré adonde vayas.
Jesús le respondió: - Las zorras
tienen madriguera y los pájaros nido, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde
reclinar la cabeza.
A otro le dijo:-- Sígueme.
Él respondió:-- Déjame primero ir
a enterrar a mi padre.
Le contestó:
-- Deja que los muertos entierren
a tus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios.
Otro le dijo: - Te seguiré,
Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia.
Jesús le contestó:- El que echa
mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios. (Lc 9, 51-62)
Iniciamos con la lectura de este
domingo la sección que Lucas dedica al discipulado y que recibe el nombre de “Camino
a Jerusalén”.
El Camino. Lucas, artista de la palabra, organiza sus dos libros
(evangelio y Hechos de los apóstoles) en torno al símbolo del camino. Cuadre o
no con la geografía real, Jesús va camino de Jerusalén. Y ese camino es
metáfora del seguimiento y se convierte en la escuela de Jesús. Durante el
trayecto Jesús alecciona, enseña a orar, los discípulos hacen sus primeras
experiencias de apostolado, experimentan el rechazo…
Es un camino que lleva a la
ciudad teologal, ámbito de redención. De hecho, Lucas cita de dos maneras la
ciudad santa (en griego arcaico y griego corriente, como un catalán podría
citar Barcino y Barcelona) para distinguir la realidad geográfica del ámbito de
salvación.
En su segundo libro –los Hechos-
toda acción de la Iglesia naciente pasa por un camino que tiene su origen en
Jerusalén. Porque la razón de nuestra fe está en lo que aquella ciudad santa
contempló: la resurrección de Cristo.
Un díptico del seguimiento.
Primer cuadro:
Jesús y los suyos vienen de Galilea. Provincia
abierta, flexible, receptiva. Con tiento, Jesús lleva a sus discípulos a
enfrentarse a otras realidades seguro de que, más adelante, deberán vivirlas
solos.
El rechazo
Los samaritanos se niegan a
acoger al grupo. Enemistados religiosamente con Galilea y Judea, los habitantes
de estas dos provincias solían evitar, dando un rodeo inmenso, pasar por
Samaria. Jesús no solo no los evita sino que se atreve a pedir hospitalidad
pese a que van a Jerusalén, lo cual ya es una declaración de principios para
los samaritanos. Los apóstoles se
enfurecen al ser rechazados pero Jesús les reprende y exhorta a marcharse
tranquilamente. Él no permite que condenemos. Es preciso, sí, ofrecer la
Verdad, darla a conocer. Pero nunca imponer. Esto vale para los padres que, a
veces, ven con dolor como los hijos rechazan la fe que ellos transmiten, para
los educadores, los sacerdotes…
Lo nuestro es ofrecer y respetar.
Nunca juzgar ni, menos, condenar.
Segundo cuadro:
El aparente seguimiento
Frente al rechazo otra actitud es
la apariencia. En el camino , dos ejemplos:
El espontáneo: con iniciativa propia un personaje anónimo se ofrece
a seguir a Jesús; y éste le frena porque la llamada es siempre don que se
recibe. La iniciativa es suya, no nuestra.
Los casi-dispuestos: dos llamadas aparentemente aceptadas. Porque
los llamados ponen condiciones y en la apasionante aventura del Reino, las condiciones
no valen. La urgencia de Dios necesita incondicionalidad. No existe la opción
de ser casi-discípulo o discípulo a medias.
La llamada aceptada exige
fidelidad. Y ésta no existe si, en algún momento, aún “siguiendo” a Jesús, el
corazón ha quedado atrás. Sólo si mi corazón está al 100% con Jesús no miraré
atrás…
Preguntémonos en qué grupo encajamos:
-¿a los que rechazan a Jesús…o a
la Iglesia?
-¿a los que condenan a los que
rechazan, como hacen los apóstoles?
- ¿a los seguidores que ponen
condiciones?
O a los que siguen a Jesús
aceptando un camino que incluye la cruz porque, pese a todo, “estar con Jesús es
dulce paraíso” y su compañía el más preciado don.
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