No tiene desperdicio. Lean hasta el final...
Sínodo sobre la familia: y el Papa rompió el silencio
y habla claramente de momentos de tensión, desolación y tentaciones
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El silencio del Papa
había llegado a causar sorpresa. Incluso temor.
Había dicho unas palabras al
inicio del sínodo, en la primera
sesión del sínodo, subrayando la actitud general con que
debían comenzar los trabajos:
Una condición general de base es esta:
hablar claro. Que nadie diga: «Esto no se puede decir; pensará de mí así o
así...». Se necesita decir todo lo que se siente con parresía.
Después del último Consistorio (febrero de 2014), en el que se habló de la
familia, un cardenal me escribió diciendo: lástima que algunos cardenales no
tuvieron la valentía de decir algunas cosas por respeto al Papa, considerando
quizás que el Papa pensara algo diverso. Esto no está bien, esto no es
sinodalidad, porque es necesario decir todo lo que en el Señor se siente el
deber de decir: sin respeto humano, sin timidez. Y, al mismo tiempo, se debe
escuchar con humildad y acoger con corazón abierto lo que dicen los hermanos.
Con estas dos actitudes se ejerce la sinodalidad.
Por eso os pido, por favor, estas
actitudes de hermanos en el Señor: hablar con parresía y escuchar con humildad.
Y hacedlo con mucha tranquilidad y paz, porque el Sínodo se realiza siempre cum
Petro et sub Petro, y la presencia del Papa es garantía para todos y
custodia de la fe.
Pero luego entró en un
mutismo de dos semanas. Silencio que ha roto en la última sesión del sínodo, la
tarde del sábado 18 de octubre, tras la votación de la relatio synodi, el texto final del sínodo extraordinario
sobre la familia. Y vaya si ha valido la pena esperar dos semanas para escuchar
hablar al Vicario de Cristo.
Como se puede
advertir, no niega las dificultades encontradas (en buena parte conocidas fuera
del aula sinodal gracias a lo parlanchín de muchos de sus protagonistas) pero
vuelve a recordar que el sínodo se desarrolla con Pedro y bajo Pedro.
A continuación el texto con traducción de la Radio Vaticana.
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Queridos: Eminencias, Beatitudes,
Excelencias, hermanos y hermanas:
¡Con un corazón lleno
de reconocimiento y de gratitud quiero agradecer junto a ustedes al Señor que
nos ha acompañado y nos ha guiado en los días pasados, con la luz del Espíritu
Santo!
Agradezco de corazón a S. E. Card.
Lorenzo Baldisseri, Secretario General del Sínodo, S. E. Mons. Fabio Fabene,
Sub-secretario, y con ellos agradezco al Relator S. E. Card. Peter Erdő y el
Secretario Especial S. E. Mons. Bruno Forte, a los tres Presidentes delegados,
los escritores, los consultores, los traductores, y todos aquellos que han
trabajado con verdadera fidelidad y dedicación total a la Iglesia y sin
descanso: ¡gracias de corazón!
Agradezco igualmente a
todos ustedes, queridos Padres Sinodales, Delegados fraternos, Auditores,
Auditoras y Asesores por su participación activa y fructuosa. Los llevare en
las oraciones, pidiendo al Señor los ¡recompense con la abundancia de sus dones
de su gracia!
Puedo decir
serenamente que – con un espíritu de colegialidad y de sinodalidad – hemos
vivido verdaderamente una experiencia de "sínodo", un recorrido
solidario, un "camino juntos".
Y siendo “un
camino" –como todo camino– hubo momentos de corrida
veloz, casi de querer vencer el tiempo y alcanzar rápidamente la meta; otros
momentos de fatiga, casi hasta de querer decir basta; otros momentos de
entusiasmo y de ardor. Momentos de profunda consolación, escuchando el
testimonio de pastores verdaderos (Cf. Jn. 10 y
Cann. 375, 386, 387) que llevan en el corazón sabiamente, las
alegrías y las lágrimas de sus fieles. Momentos de gracia y de consuelo,
escuchando los testimonios de las familias que han participado del Sínodo y han
compartido con nosotros la belleza y la alegría de su vida matrimonial. Un camino donde el más fuerte se ha sentido en el deber de ayudar al menos
fuerte, donde el más experto se ha prestado a servir a los otros, también a
través del debate. Y porque es un camino de hombres, también
hubo momentos de desolación, de tensión y de tentación, de las cuales se podría
mencionar alguna posibilidad:
- La tentación del endurecimiento hostil, esto es el
querer cerrarse dentro de lo escrito (la letra) y no dejarse sorprender por
Dios, por el Dios de las sorpresas (el espíritu); dentro de la ley, dentro de
la certeza de lo que conocemos y no de lo que debemos todavía aprender y
alcanzar. Es la tentación de los celantes, de los escrupulosos, de los
apresurados, de los así llamados "tradicionalistas" y también de los
intelectualistas.
- La tentación del “buenismo” destructivo, que a nombre de una misericordia engañosa venda las heridas sin
primero curarlas y medicarlas; que trata los síntomas y no las causa y las
raíces. Es la tentación de los "buenistas", de los temerosos y
también de los así llamados “progresistas y liberalistas”.
- La tentación de transformar la piedra en pan para romper el largo ayuno, pesado y doloroso (Cf. Lc 4, 1-4) y
también de transformar el pan en piedra, y tirarla contra los pecadores,
los débiles y los enfermos (Cf. Jn 8,7) de transformarla en “fardos
insoportables” (Lc 10,27).
- La tentación de descender de la cruz, para contentar a
la gente, y no permanecer, para cumplir la voluntad del Padre; de ceder al
espíritu mundano en vez de purificarlo y inclinarlo al Espíritu de Dios.
- La tentación de descuidar el
“depositum fidei”, considerándose no custodios, sino
propietarios y patrones, o por otra parte, la tentación de descuidar la
realidad utilizando ¡una lengua minuciosa y un lenguaje pomposo para decir
tantas cosas y no decir nada!
Queridos hermanos y
hermanas, las tentaciones no nos deben ni asustar ni
desconcertar, ni mucho menos desanimar, porque ningún discípulo es más grande
de su maestro; por lo tanto si Jesús fue tentado – y
además llamado Belcebú (Cf. Mt 12,24) – sus discípulos no deben esperarse un
tratamiento mejor.
Personalmente
me hubiera preocupado mucho y entristecido sino hubieran estado estas tensiones
y estas discusiones animadas; este movimiento de los espíritus, como lo llamaba
San Ignacio (EE, 6) si todos hubieran
estado de acuerdo o taciturnos en una falsa y quietista paz. En cambio he visto
y escuchado – con alegría y reconocimiento – discursos e intervenciones llenos
de fe, de celo pastoral y doctrinal, de sabiduría, de franqueza, de coraje y
parresia. Y he sentido que ha sido puesto delante de sus ojos el bien de la
Iglesia, de las familias y la “suprema lex”: la “salus animarum” (Cf. Can. 1752). Y esto siempre sin poner jamás en
discusión la verdad fundamental del Sacramento del Matrimonio: la
indisolubilidad, la unidad, la fidelidad y la procreatividad, o sea la apertura
a la vida (Cf. Cann. 1055, 1056 y Gaudium et
Spes, 48).
Esta es la Iglesia, la
viña del Señor, la Madre fértil y la Maestra premurosa, que no tiene miedo de
aremangarse las manos para derramar el olio y el vino sobre las heridas de los
hombres (Cf. Lc 10,25-37); que no mira a la humanidad desde un castillo de
vidrio para juzgar y clasificar a las personas. Esta es la Iglesia Una, Santa,
Católica y compuesta de pecadores, necesitados de Su misericordia. Esta es la
Iglesia, la verdadera esposa de Cristo, que busca ser fiel a su Esposo y a su
doctrina. Es la Iglesia que no tiene miedo de comer y beber con las prostitutas
y los publicanos (Cf. Lc 15). La Iglesia que tiene las puertas abiertas para
recibir a los necesitados, los arrepentidos y ¡no sólo a los justos o aquellos
que creen ser perfectos! La Iglesia que no se avergüenza del hermano caído y no
finge de no verlo, al contrario, se siente comprometida y obligada a levantarlo
y a animarlo a retomar el camino y lo acompaña hacia el encuentro definitivo
con su Esposo, en la Jerusalén celeste.
¡Esta
es la Iglesia, nuestra Madre! Y cuando la Iglesia, en la variedad de sus
carismas, se expresa en comunión, no puede equivocarse: es la belleza y la fuerza del sensus fidei, de aquel sentido sobre
natural de la fe, que viene dado por el Espíritu Santo para que, juntos,
podamos todos entrar en el corazón del Evangelio y aprender a seguir a Jesús en
nuestra vida, y esto no debe ser visto como motivo de confusión y malestar.
Tantos
comentadores han imaginado ver una Iglesia en litigio donde una parte esta
contra la otra, dudando hasta del Espíritu Santo, el verdadero promotor y
garante de la unidad y de la armonía en la Iglesia. El Espíritu Santo que a lo largo de la historia ha conducido siempre la
barca, a través de sus Ministros, también cuando el mar era contrario y agitado
y los Ministros infieles y pecadores.
Y, como he osado decirles al
inicio, era necesario vivir todo esto con
tranquilidad y paz interior también, porque el sínodo se desarrolla cum
Petro et sub Petro, y la presencia del Papa es garantía para todos.
Por lo tanto, la tarea del Papa es
aquella de garantizar la unidad de la Iglesia; es aquella de recordar a los
fieles su deber de seguir fielmente el Evangelio de Cristo; es aquella de
recordar a los pastores que su primer deber es nutrir la grey que el Señor les
ha confiado y de salir a buscar – con paternidad y misericordia y sin falsos
miedos – la oveja perdida.
Su tarea es la de recordar a todos
que la autoridad en la Iglesia es servicio (Cf. Mc 9,33-35) como ha explicado con claridad el Papa Benedicto XVI con
palabras que cito textualmente:
“la Iglesia esta llamada y se empeña en ejercitar este tipo de autoridad
que es servicio, y la ejercita no a título propio, sino en el nombre de
Jesucristo… a través de los Pastores de la Iglesia, de hecho, Cristo apacienta
a su grey: es Él que la guía, la protege, la corrige porque la ama
profundamente. Pero el Señor Jesús, Pastor supremo de nuestras almas, ha
querido que el Colegio Apostólico, hoy los Obispos, en comunión con el Sucesor
de Pedro … participaran en este misión suya de cuidar al pueblo de Dios, de ser
educadores de la fe, orientando, animando y sosteniendo a la comunidad
cristiana, o como dice el Concilio, “cuidando sobre todo que cada uno de los
fieles sean guiados en el Espíritu santo a vivir según el Evangelio su propia
vocación, a practicar una caridad sincera y operosa y a ejercitar aquella
libertad con la que Cristo nos ha librado” (Presbyterorum Ordinis, 6)… Y a
través de nosotros – continua el Papa Benedicto – es que el Señor llega a las
almas, las instruyen las custodia, las guía. San Agustín en su Comentario al
Evangelio de San Juan dice: “Sea por lo tanto un empeño de amor apacentar la
grey del Señor” (123,5); esta es la suprema norma de conducta de los ministros
de Dios, un amor incondicional, como aquel del buen Pastor, lleno de alegría,
abierto a todos, atento a los cercanos y premuroso con los lejanos (Cf. S.
Agustín, Discurso 340, 1; Discurso 46,15), delicado con los más débiles, los
pequeños, los simples, los pecadores, para manifestar la infinita misericordia
de Dios con las confortantes de la esperanza (Cf. Id., Carta
95,1)” (Benedicto XVI Audiencia General, miércoles, 26 de mayo de 2010).
Por lo tanto la
Iglesia es de Cristo –es su esposa– y todos los Obispos del Sucesor de Pedro,
tienen la tarea y el deber de custodiarla y de servirla, no como patrones sino
como servidores. El Papa en este contexto no es el señor
supremo sino más bien el supremo servidor – “Il servus servorum Dei”; el
garante de la obediencia , de la conformidad de la Iglesia a la voluntad de
Dios, al Evangelio de Cristo y al Tradición de la Iglesia poniendo de parte
todo arbitrio personal, siendo también – por voluntad de Cristo mismo – “el
Pastor y Doctor supremo de todos los fieles” (Can. 749) y gozando “de la
potestad ordinaria que es suprema, plena, inmediata y universal de la iglesia”
(Cf. Cann. 331-334).
Queridos hermanos y
hermanas, ahora todavía tenemos
un año para madurar con verdadero discernimiento espiritual, las ideas
propuestas y encontrar soluciones concretas a las tantas dificultades e
innumerables desafíos que las familias deben afrontar; para dar respuesta a tantos desánimos que circundan y sofocan a las
familias, un año para trabajar sobre la “Relatio Synodi” que es el resumen fiel
y claro de todo lo que fue dicho y discutido en esta aula y en los círculos
menores.
¡El Señor nos acompañe y nos guíe en
este recorrido para gloria de Su nombre con la intercesión de la Virgen María y
de San José! ¡Y por favor no se olviden de rezar por mí!.
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Algunos detalles más:
la transcripción del discurso apenas referido derivó en un aplauso masivo y
prolongado en el aula sinodal. Aplauso luego también dado por los periodistas
que acudieron por la tarde del mismo sábado 18 de octubre a la Sala de Prensa
de la Santa Sede para la presentación de la relatio synodi. ¿Y por
qué el aplauso de los periodistas? Muchos pensaban que sólo se les diría en lines
generales de qué iba la relatio final pero se encontraron con
tres sorpresas: el Vaticano apostaba por la transparencia y les daba una copia
del discurso conclusivo del Papa, una copia de la relatio synodi y -tal vez lo
que les ha dado más felicidad- los resultados de las votaciones para cada
número de la relatio. O en otras palabras: que les dio materia para su trabajo.
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