Mas los fariseos, al enterarse de que había tapado la boca a los
saduceos, se reunieron en grupo, y uno de ellos le preguntó con ánimo de
ponerle a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?» Él le
dijo: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con
toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es
semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos
mandamientos penden toda la Ley y los Profetas.» Mateo 22, 34-40
EL SHEMÁ
Llevamos unos domingos en que el
público de Jesús, gente respetable de Jerusalén, se dedica a ponerle la
zancadilla. Le han preguntado si hay que pagar o no al César, si existe la
resurrección…Y hoy se le pregunta por el mandamiento mayor.
Los saduceos eran clase alta,
formada. Enfrentados a los fariseos – clase media, piadosos y cumplidores
rigorosos de la Ley – y estos a ellos. No obstante, parecen unirse para ir
contra Jesús. La pregunta de los fariseos responde a una viva discusión entre
ellos. En su afán por mantener la pureza de la Ley habían regulado cualquier
actividad humana. El árbol de preceptos y prescripciones era una maraña pues se
han llegado a contablizar unos 600 mandamientos. Ante esto unos se preguntaban
si todos tenían la misma importancia, si no había una jerarquía. Un sector
opinaba que no, que todo mandamiento por pequeño que sea, al referirse a Yahvé,
es importante, mientras otros opinaban que no todos eran iguales.
Con ironía, trasladan la discusión
a Jesús para que decida. Le llaman Maestro pero no lo reconocen como tal. Y
Jesús en su respuesta, aunque cierta y profunda, no deja de tomarles el pelo
pues los remite a lo que un niño de cinco años sabía perfectamente: la oración
del shemà:
Escucha, Israel, Adonai es nuestro Dios, Adonai es Uno. Amarás a Adonai
tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma con toda tu fuerza. Y estas
palabras que Yo te ordeno hoy estarán sobre tu corazón. Las enseñarás a fondo a
tus hijos, y hablarás de ellas al estar sentado en tu casa y al andar por el
camino, al acostarte y al levantarte. Las atarás como señal sobre tu mano y
serán por recordatorio entre tus ojos. Las escribirás sobre las jambas de tu
casa y en tus portones.
Es la oración que equivale a
nuestro padrenuestro, la oración seña de identidad.
LA AMPLIACIÓN DE JESÚS
No obstante, Jesús ensancha el
mandamiento de amor a Dios y coloca el del amor al prójimo en grado de
semejanza. La Ley y los Profetas se sostienen en ese amor a Dios que tiene como
consecuencia natural el amor al prójimo. Como la lámpara que ilustra este blog
todo es luz para aquel que vive estos dos mandatos; y aunque sus obras fueran
inmensas serían oscuridad s no se anclaran en ellos.
Los fariseos eran, en general,
ejemplo de vida. Pero Jesús les echa en cara su legalismo que les ha llevado a
apoyarse en sus obras, a creer que “cumpliendo” ganan el favor de Dios. Nada
más lejos del evangelio donde asoma un Dios que ama especialmente a aquellos
que parecen no merecerlo. Jesús no critica lo que predican sino el punto de
apoyo de sus obras. Por eso dice: «Haced lo que ellos dicen, no lo que ellos
hacen». Mt 23,3
A lo largo de su predicación Jesús
aclarará también quién es el prójimo. Porque también esto era motivo de
discusión: algunos entendían por prójimo aquellos más cercanos: la familia y los
de la misma raza y fe. Otros ampliaban a algunos necesitados. El mensaje de
Jesús será claro y rotundo: tu prójimo es también tu enemigo. Algo que ningún judío
contemplaba…
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