«Escuchad otra parábola. Era un propietario que plantó
una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar y edificó una torre; la
arrendó a unos labradores y se ausentó. Cuando llegó el tiempo de los frutos, envió
sus siervos a los labradores para recibir sus frutos.
Pero los labradores
agarraron a los siervos, y a uno le golpearon, a otro le mataron, a otro le
apedrearon. De nuevo envió otros siervos en mayor número que los primeros; pero
los trataron de la misma manera. Finalmente les envió a su hijo, diciendo: `A
mi hijo le respetarán.' Pero los
labradores, al ver al hijo, se dijeron entre sí: `Éste es el heredero. Vamos,
matémosle y quedémonos con su herencia.' Y, agarrándole, le echaron fuera de la viña y
le mataron.
Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿qué hará con
aquellos labradores?» Dícenle: «A esos miserables les dará una muerte miserable
y arrendará la viña a otros labradores, que le paguen los frutos a su tiempo.» Y
Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en las Escrituras: La piedra que los
constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido; fue el Señor
quien hizo esto y es maravilloso a nuestros ojos? Por eso os digo: Se os
quitará el Reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos.
(Mt 21,33-43)
Estamos ante
una parábola que, de nuevo, nos habla de la Viña. Esta vez tiene unos tintes
trágicos.
Nuevamente
Jesús comienza con la exhortación a escuchar. No pide ser escuchado
físicamente; pide que dejemos entrar en el corazón lo que nos quiere decir. Con
mucha frecuencia quien asiste a misa “oye” la Palabra de Dios. Pero ¿la
escucha? ¿su vida se transforma porque la Palabra ha entrado en su alma?
Jesús alude
a un texto de Isaías (Is 5) que todos conocían: el dueño de una viña que
después de muchos cuidados sólo recoge uvas amargas, agraces…y finalmente
decide la destrucción de la viña.
Pero Jesús
cambia la historia para que sean los mismos dirigentes de Israel los que
analicen su comportamiento: ¿qué hará con esos labradores? Les pregunta.
El texto es
una preciosa historia de Israel que, no obstante, acaba mal.
Yahvé escoge
un pueblo, la Viña de Israel. Y lo rodea de cuidados. Espera que dé frutos y
manda profetas en su nombre. Pero Israel mata a los enviados de Yahvé que le echan
en cara su infidelidad. Yahvé no desiste y manda otros enviados suyos que
corren la misma suerte. Finalmente, en contra de toda lógica, envía a su Hijo.
Comienza la
historia de Jesús. Tampoco Él es escuchado y muere “fuera de la Viña”, fuera de
la ciudad de Jerusalén.
Tras la
sentencia de los que escuchan a Jesús “arrendará la viña a otros labardores”
viene la historia de la Iglesia. Porque Jesús anunció el Reino a su pueblo pero
este lo rechazó. Y el Reino pasó a los paganos (Grecia, Roma…) y nació una
nueva Viña – la Iglesia- sin límites geográficos.
Esta
parábola suena triste en labios de Jesús. Pero la Iglesia primitiva se sentía
identificada con ese final y llamada –
como lo fue en su momento Israel- a dar frutos.
También a
nosotros se nos piden frutos. Dios ha cuidado cada hijo suyo con especial
cariño…¿correspondemos?
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