Dicen que no
había manera de domar el caballo. Pero Carlomagno lo estuvo observando
atentamente y descubrió que el caballo vivía asustado de su propia sombra. Lo
montó, embridó bien su cabeza de modo que no pudiera agacharla y orientó la cabeza del caballo hacia el sol, impidiéndole
ver su sombra. Según la leyenda en ese momento su padre, Filipo II rey de
Macedonia, exclamó: "Hijo, búscate
un reino que se iguale a tu grandeza, porque Macedonia es pequeña para
ti."
Desde entonces
Bucéfalo sólo se dejaba montar por Alejandro. Y Bucéfalo es, sin duda, el
caballo más famoso de la Antigüedad y uno de los pocos que entraron en la
historia con nombre propio.
Más graciosa e
infinitamente tierna resulta esta niña que llora ante su propia sombra y que
descubre, atemorizada, que le persigue. A menudo eso nos pasa al encontrarnos
de frente con nuestro pecado, con los defectos, quizá graves, que nos
atemorizan. Quisiéramos apartarlos, separarnos de ellos, no tener ningún
vínculo con ellos. Y quizá lloramos porque intuimos que siempre estarán ahí,
pegaditos a nosotros.
Pese a todo
estamos llamados a la santidad. Y esa santidad comienza por escuchar la voz de
Dios que, como esa mamá, nos dice: hija, es normal…es el sol que hace la sombra…!
Es normal mi
fealdad, mi sombra, si camino y vivo a
pleno sol.
Es normal que
el pecado me atemorice.
Pero entonces
hay que cantar: El Señor es mi luz y mi salvación…¿a quién temeré?
Muchas veces
soy esa niña que se asusta de sí misma. Quizá porque soy una persona valorada,
con cierto prestigio, temo al descubrir en mí el mal. “Si supieran cómo soy en
realidad…”
Bastaría
levantar la cabeza. Porque Dios ve mi sombra pero no quiere que mi mirada quede
enganchada a ella. Dios ve mi pecado pero no quiere sentimientos de culpa, ni
vergüenzas ni menosprecios…
Dios quiere
que levante la cabeza y lo mire. Consciente de que Él es la Luz y estoy llamada
a vivir en la Luz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario