Acostumbrada desde niña a contemplar el
Pantocrátor de Taüll, una de las mejores joyas del románico catalán, a
embelesarme, cuando comencé a viajar, con los mosaicos de San Marcos o el
políptico de Van Eyck, donde Dios lleva
una solemne tiara, la imagen que pone Jesús de una mujer barriendo para
encontrar una dracma me ha golpeado al leer por causalidad que, un grupo de
docentes de la Universidad de Uruguay rinden tributo a la mujer uruguaya
“invisible” que trabaja en el servicio doméstico. Una de cada cuatro mujeres
barre, friega y limpia procurando,
además, ser invisibles. La exposición se llama “Barriendo la invisibilidad” y
tiene fotografías magnificas. Pero la de esta anciana que barre unas gradas con
una escoba artesanal se ha levantado en mi corazón con las palabras de Jesús:
¿O
qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una dracma, no enciende la lámpara,
y barre la casa, y busca con diligencia hasta encontrarla?
Y cuando la encuentra, reúne a sus
amigas y vecinas, diciendo: Gozaos
conmigo, porque he encontrado la dracma
que había perdido. Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de
Dios por un pecador que se arrepiente. (Lc 15,8-10)
La verdad que Jesús tenía que estar un
poco loco para poner como imagen de Dios a una pobre mujer barriendo. Una mujer
invisible…
Me doy cuenta de que por mucho que me
guste el Pantocrátor esa fotografía está más cerca de parecerse al Dios de
Jesús de Nazaret que ese Dios con el dedo alzado a punto de juzgar. Por no
hablar de la tiara de van Eyck. Claro que lo que vino a hacer Jesús es eso:
decirnos que el Dios que nos hemos ido forjando no se parece a su Dios. El Dios
de Jesús no necesita procesiones ni sacrificios ni holocaustos. Quiere
misericordia.
Imprimí la fotografía de la mujer y la
colgué en mi habitación. La descargué también en mi tablet y la he mirado en
momentos de oración.
Y algo ha cambiado en mí. Porque
pensando en que yo soy muchas veces esa dracma perdida y que esa pobre mujer me
anda buscando…me han nacido unas enormes
ganas de dejarme encontrar, de decirle dónde estoy para que se pueda
alegrar y sentar. Y dan ganas de ayudarla si ha perdido algo más. Y ese
sentimiento me ha dejado anonadada. Nunca se me hubiera ocurrido ayudar a la
Majestad románica ni al Cristo de van Eyck. Y puestos a ser sincera dan ganas
de que no se fije en ti, de salir corriendo para no enfrentarte al juicio.
Lleva una botella vacía en la mano;
alguien la ha tirado en las gradas y ella no parece dispuesta a soltarla. Lo
más probable es que la recicle. He visto asombrada en el mercado de Yaoundé
puestos en los que vendían botellas vacías. ¿Para qué? Para miles de cosas, por
ejemplo para llenar de manises y otros frutos. Y he visto en casitas de
Latinoamérica infinidad de botellas convertidas en floreros y maceteros.
Me gusta pensar que Dios, este Dios que
barre, no desecha nada ni nadie. Y que va a sacar de mí un partido oculto que
desconozco. Porque lo de reciclar lo inventó Él con Adán y Eva, con Noé, con…
Con esta mujer dan ganas de sentarse a
conversar y, sobre todo, me nace pensar en ella, abandonar mi oración pedigüeña
y preguntarle en qué puedo ayudarla.
Pero me ha asaltado una terrible duda: ¿se sentiría cómoda esa
mujer de pueblo conmigo? Me la he imaginado perfectamente hablando con mujeres
de dudosa reputación, riéndole las gracias a un niño…pero ¿conmigo? Yo, que
tengo mis esquemas, mis rutinas, mis prejuicios…yo, que tiendo a racionalizar
los sentimientos…incluso mi manera de vestir, sentarme a la mesa y distinguir
entre cuchillo de pescado y de carne (valiente ridiculez)…¿lograría no
incomodar a esta mujer? ¿me trataría como una mujer más, una de las suyas…¿o se
vería en la necesidad de ser protocolaria conmigo? Por experiencia sé que, a veces, al visitar
casas muy humildes haces nacer los nervios en lugar de la alegría. Aunque una
no lo quiera ni lo desee pero eso pasa cuando, sencillamente, “no eres de los
suyos”
Y pienso: ¿se siente cómodo conmigo
Dios? ¿me reconoce como suya?.
Me imagino ahora que si Jesús pudiera
contemplar la imagen que de Él pintó Van Eyck le daría un ataque de risa…o de
tristeza, no sé. Quizá nuestras catequesis, nuestras maneras de hablar de Dios
provocan a veces reacciones lejanas al evangelio.
Habrá que volver al evangelio
intensamente. Y dejarse desmontar. Por un Dios que es como esa pobre mujer que
barre.
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