jueves, 18 de octubre de 2012

EL HOGAR DE NAZARET (I)




DE LA TIENDA AL HOGAR 

Para adentrarnos más en el Misterio de Nazaret creo que es indispensable echar la vista atrás y ver cómo en el Antiguo Testamento se nos habla en numerosas ocasiones de la Tienda del Encuentro. Porque la Encarnación del Hijo de Dios supone pasar de vivir en una Tienda a vivir en un Hogar. La diferencia es abismal.

El pueblo peregrino que lidera Moisés encuentra la presencia de Dios en una tienda que recibe el precioso nombre de “Tienda del Encuentro”. En cada etapa de su peregrinar Moisés planta la Tienda de Dios y todo aquel que desea encontrarse con él va a la Tienda. La Tienda, no obstante, y creo muy significativo el dato, se plantaba siempre “fuera del campamento” (Ex 33,7)

En los momentos en que la presencia de Dios se hace epifánica la Nube se posa sobre la Tienda. (Ex 40,34). La Tienda del Encuentro va siempre con Israel; cuando David, que habita en palacio, siente remordimientos por vivir bajo techo mientras Yahvé  vive en una Tienda y piensa en construirle una casa digna, recibe la visita del profeta Natán en la que se le dice que Dios no desea otra morada que la Tienda. Pero en el precioso mensaje que luego se convierte en diálogo, Yahvé le dice a su siervo David que no es él quien tiene que construirle una casa sino que Él mismo se la construirá y que lo hará a través de su estirpe. Nacerá alguien de su linaje al cual Yahvé será Padre y él será Hijo. (1 Cr 17).  A muchos siglos de distancia se repite, en cierto modo,  la escena en la cual Yahvé hizo salir a Abraham de su tienda para mostrarle un inmenso cielo cuajado de estrellas, signo de su descendencia.

Porque no es en la Tienda sino en el Hogar.

La Tienda significa provisionalidad, el Hogar permanencia.

La Tienda se plantaba fuera del campamento, el Hogar está en medio del pueblo.

La Tienda fue construida por los hombres, el Hogar fue tejido por Dios.

Sobre la Tienda se posaba la Nube, en el Hogar vivía la Nube. 

Yahvé no admite Hogar pues éste es el ámbito del Hijo.  Y es que el Hogar es siempre, filiación.  

Y VINO A LOS SUYOS… 

Al llegar la plenitud de los tiempos, Dios quiso crecer en un hogar.  Resulta conmovedor que cuando la Sagrada Familia va a Belén y se cumplen los días para dar a luz no halle sitio en el hostal. Dios no quiere un espacio que, de nuevo, significa provisionalidad. Pero vayamos antes a sus padres.

Sabemos que el ángel Gabriel “entró en casa de ella” para cambiar el curso de la humanidad. Y José la recibió en su casa para ser el cauce del torrente divino que, a través de María, llegaba a todos los hombres. A partir de ahí formarían un hogar único pues en él crecería Dios en humanidad y ellos iban a ser la forja. Si Manyanet  nos envía continuamente al hogar de Nazaret no es tanto porque éste sea un hogar modélico que podamos imitar o porque sea el ámbito donde aprendemos – que también- sólidas virtudes. Nos envía allí porque sólo allí se vive en el Espíritu. En efecto, sabemos que María está poseída por Él, que José es justo, es decir, santo, hombre de Espíritu, y que Jesús se encarna por obra del Espíritu y vive de Él y por Él.

La vida interior no es otra cosa que vivir en el Espíritu y el hogar de Nazaret es su morada. Allí se nos da la Filiación, la vida esponsal – alianza definitiva- y la misteriosa paternidad. Vivir en Nazaret es descubrir que somos llamados a vivir como hijos de Dios pero también a engendrarlo y custodiarlo, como hicieron María y José.

Vivir como hijos. Vivir día a día la Alianza de Dios con nosotros.  Engendrar vida. Custodiar a Dios y “hacerlo crecer”. He aquí el programa del hogar de  Nazaret.

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