martes, 3 de noviembre de 2009


EL CLAMOR DE NAZARET (V)

QUINTA PALABRA: CLARIVIDENCIA

La palabra de hoy es, a mi modo de ver, la suma de otras dos. No nos basta con mirar y a veces ya nos cuesta, pues vemos sin mirar, sin darnos cuenta de la realidad, propia y ajena. Tenemos ojos y no vemos…
Existe una novela reciente que ha causado gran impacto por lo que tiene de parábola de nuestro mundo. Se trata de “Ensayo sobre la ceguera” del gran escritor José Saramago. En ella se nos narra como un hombre que espera a que cambie el semáforo mientras se dirige al trabajo pierde repentinamente la vista. No se trata de que tenga una lesión sino de una epidemia que pronto va afectando a todos los ciudadanos. Todos tienen el sistema óptico saludable pero todos van perdiendo la vista con lo cual la ciudad degenera en muy poco tiempo: las basuras no se recogen, surgen enfermedades, las personas no cuidan su aspecto, se paraliza el transporte, no llegan los alimentos ni el combustible...Reina el caos. Sólo la mujer del médico, en esa ciudad afectada por lo que dan en llamar “la ceguera blanca” no se contamina y es la encargada de mantener la esperanza.
Tremenda la parábola con la que Saramago ha querido retratar un mundo que si está como está es porque, aún viendo, no vemos. El hambre, las guerras, la destrucción de la naturaleza, la falta de respeto a la vida ajena y tantas cosas más, sólo son consecuencia de no saber mirar.
A pesar de ello, hay que dar un paso más. Guardar todo en el corazón, pasarlo por el silencio y la reflexión. Contemplar. Sólo cuando el mirar va seguido de la contemplación – que pide silencio a los sentidos, sosiego al corazón…- nace la clarividencia. Bajo una mirada contemplativa todo es clarividente. Por ello la clarividencia es el sello de Nazaret

La Sagrada Familia es escuela de contemplación. El primer paso que nos enseñan los tres de Nazaret es que Dios nos mira y su mirada, llena de amor, nos engrandece y dignifica. Nos hace valiosos de una manera impensable:

“Ha mirado la humillación de su esclava; desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lc 1,48)

La mirada de Dios “viste de hermosura” y ya el pueblo de Israel intuyó que esa mirada revestía de luz:

“Que sea nuestro estandarte la luz de tu mirada” (ps 4,7)

Mirarse, contemplarse absortos, es propio de los enamorados:

Me has robado el corazón, hermana y esposa mía
Me has robado el corazón con una sola mirada de tus ojos” (Cant 4,9)
Nazaret es el hogar que robó el corazón de Dios y por ello no aparta de él su mirada como ellos no cesan de contemplar maravillados la grandeza de Dios. Los tres caminan bajo la luz de su mirada y ello les enseña que Dios mira el mundo de manera muy distinta.
Como dice el teólogo Albert Nolan, Jesús vino a poner el mundo al derecho porque estaba “al revés”. Pero ya antes de Jesús, María nos habla de cómo es el mundo según Dios:
Dios mira a los pequeños, Dios dispersa a los hombres de corazón altivo, derriba a los poderosos, enaltece a los humildes, colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los que se creen ricos. Con lo cual es fácil concluir que nosotros tendemos a tener una mirada muy distinta a la de Dios. Cuando Jesús comience a predicar seguirá hablando de un mundo “al derecho”, que es el que Él ha vivido en su casa. Un mundo en el que Dios no guarda memoria del pecado, como en la parábola del hijo pródigo; un mundo en el que el publicano es justificado porque reza con humildad, en el que la mujer que ama mucho es perdonada y Zaqueo recibe la visita de Jesús. Todo lo que la sociedad judía daba por sentado es puesto en entredicho por Jesús. Él enseña que no hay que vengarse, que hay que hacer bien a los que nos odian, que ser pobre es una bendición de Dios, que debemos alegrarnos si hablan mal de nosotros, que la grandeza no va unida al poder, que hay que ser como niños, que no se debe condenar nunca la persona, que la ley es relativa, que el dolor no es malo y puede ser redentor…
Sólo quien es contemplativo puede abocar sobre el mundo un mensaje tan novedoso y revolucionario. Pero ¿qué es contemplar? Sencillamente, dejarse mirar y guardar en el corazón, aún sin entender, el Misterio fecundo de Dios. La contemplación está hecha de silencio y deseo; se comienza hablando con Dios para dejar pronto paso a la escucha; se dialoga y finalmente se establece el silencio, no solo de palabras, sino de todo el ser. “Nada se parece más a Dios que el silencio” (Maestro Eckarth) Uno se sabe mirado y amado tal como es. Y aprende que de esa misma manera hay que mirar a todas las personas: amándolas. Lo contrario es ceguedad, que es la imagen del pecado. El primer paso hacia la ceguera es muy simple: la distracción. Por ello la Iglesia reza “Accende lumen sensibus” ( ilumina nuestros sentidos); porque bajo la mirada de Dios todos nuestros sentidos son transformados y sabemos “ver aquello que no vemos porque las cosas que vemos pasan y las que no vemos perduran” (2 cor 4,18) .
Nazaret es escuela de mirada. Hay que llevar nuestros sentidos a Nazaret para que vean en el anonimato de José la gloria del Padre, en la humillación de María la inhabitación del Espíritu y en un bebé, el salvador del mundo. “Señor, que vea!” Esta es una de las peticiones más bellas que recoge el evangelio. Ver, contemplar con los ojos del corazón el paso de Dios por mi vida y la de los otros. Ver que en los otros, sean como sean, habita Dios con toda su fuerza. Ver un mundo herido que reclama nuestra acción. Ver con clarividencia porque “tenemos los ojos puestos en Jesús” (Hb 12,2) y Él rasga el velo que cubría nuestra mirada y la ilumina con su mirar.
Llevar nuestros sentidos a Nazaret hasta que “estando ya mi casa sosegada” podamos salir definitivamente de nosotros y ascender hacia la Luz.