miércoles, 14 de abril de 2010



VERBOS DE NAZARET (II)

ABAJARSE

No deja de resultar significativo que la primera acción que se adjudica a Jesús cuando ya ha entrado en la edad adulta, y después de los tres días en que permanece en el Templo, es la de bajar: bajó con ellos a Nazaret.(Lc 2,51)
Si el Señor pudo realizar sus planes de redención en María y José es porque ambos se sentían y definían como esclavos de Dios:
“Ha mirado la humillación de su esclava” canta María.
Los dos son el humus, palabra de la cual nace el vocablo humildad, de la Nueva Creación. Ellos son el jardín delicioso por el cual Dios baja para pasear a su aire con la nueva humanidad (Gn 3,8), como baja al monte Horeb para hablar con Moisés y dejar una senda señalada y una alianza establecida, aunque en Nazaret la Alianza sea definitiva y nueva. José y María son ese jardín en el cual Dios se recrea enamorado entre flores para coger los lirios (Ct 6,2).
Pero con el Niño, José y María, tienden a subir: suben a Belén para empadronarse, suben al Templo para circuncidarlo, dejan que Simeón lo suba en alto; y Dios se empeña en hacerles ver, también a ellos y especialmente a ellos, que hay que ir bajando, abajándose. En Belén Dios se abaja a la humillación máxima al descansar en un pesebre de animales; y en brazos de Simeón brilla el anuncio de la espada de dolor. No, no es un Niño que nazca para lo gloria humana.
El cántico de Filipenses alcanza las cotas más altas de conocimiento del Hijo de Dios:
Jesucristo, que era de condición divina, no se aferró a su dignidad sino que, haciéndose como uno de tantos se abajó y se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Flp 2,7-8)
Qué bien lo canta el poeta: Hay más distancia de Dios a hombre que de hombre a muerte... ( Góngora ) Esa distancia la ha acortado para siempre el abajamiento de un Dios que toma nuestra condición carnal con todas sus limitaciones, incluída la muerte.
Para quien vive en Nazaret no es posible olvidar que el cántico de los Filipenses se inicia con una exhortación: tened en vosotros los mismos sentimientos que Cristo (Flp 2,5). Nazaret es pues una manera de mirar el mundo, es un vivir descendiendo, es camino de abnegación. Ser de Nazaret implica renunciar a los propios sueños para dar cabida a los de Dios.
Un sueño, el de Dios, que consiste en hacerse pequeño, abajarse. Sólo quien así lo asume se adentra en el estilo más divino.
El camino del descendimiento de Jesús se inicia en Belén para luego “bajar con ellos a Nazaret y estarles sujeto” (Lc 2,52). Nazaret es el crecimiento oculto y lento de una semilla; el aparente desperdicio de los mejores años de Jesús, el valor extraordinario de lo ordinario. Nazaret es el silencio clamoroso de Dios, el buscar continuamente cómo estar en las cosas del Padre, el vivir de silencio, trabajo y oración.
En Nazaret la vida de Jesús es la de alguien que vive en baja condición: familia humilde, trabajadora, sujeto a sus padres en todo...en fin, Dios se ha hecho “aprendiz de hombre”. Charles de Foucauld lo describe así:


“Él descendió, se hundió, se humilló. Esto es, fue una vida de humildad: Dios, tú apareces como un hombre; hombre te has hecho el último de los hombres. Fue la tuya una vida de abyección hasta el último de los puestos; tú descendiste con ellos para vivir su vida; la vida de los pobres obreros, viviendo de su trabajo; tu vida fue como la suya, pobreza y trabajo; ellos vivían oscuramente, tú viviste en la penumbra de su oscuridad: Fuiste a Nazaret, pequeña ciudad perdida, oculta en la montaña, de “donde nada bueno puede salir” según se decía; fue el retiro, el alejamiento del mundo y de las capitales. Tú viviste en ese retiro. Tú estabas sometido, sometido como un hijo lo está a su padre y a su madre; era una vida de sumisión, de sumisión filial: obedecías en todo lo que obedece un buen hijo (...) así durante los treinta años fuiste el hijo más tierno, el más atento, el más sumiso, el más amable, el más consolador, complaciendo en todo lo posible a tus padres. (Escritos Esenciales)

Ya mayor Jesús se definirá como pan “bajado del cielo” (Jn 6,33) y declarará que no ha “bajado del cielo para hacer su voluntad sino la del que me ha enviado”(Jn 6,38)
Nazaret es pues un camino de abajamiento: Dios desciende a mortal condición y Jesús se abaja a obedecer a los suyos, les está sujeto como buen hijo; Jesús se abaja a que su condición humana sea puesta al límite en las tentaciones, una de las cuales consiste en llevarlo a “lo alto” del templo (Mt 4,5); poco después el Espíritu baja (Lc 3,22) sobre él y la vida de Jesús se convierte en un descenso de servicio para acabar abajándose a lavar los pies a quienes le siguen. Pero antes ha enseñado a los suyos a buscar los últimos puestos, ha puesto de modelo preferido a un niño. Él que se define como pan vivo bajado del cielo está atento a no quedarse en lo alto del Tabor sino a descender de él para atender a los que le piden que baje a curar un hijo enfermo. Aunque geográficamente Jesús “sube” a Jerusalén lo hace descendiendo: se abaja aún más al aceptar ser rechazado, traicionado, escarnecido, ejecutado con patente humillación. Fijémonos que sólo es levantado en lo alto cuando es crucificado. Y en ella el “bajar”, como le sugieren burlonamente algunos, se convierte en una tentación porque “se baja de un trono pero no de una cruz” (Pablo VI) Esa es la única “grandeza” que Nazaret reclama: la de la cruz.


"Toda su vida fue sólo bajar. Bajar encarnándose, bajar haciéndose niñito, bajar haciéndose obediente, bajar haciéndose pobre, abandonado, desterrado, perseguido, ajusticiado, poniéndose siempre en el último lugar". (Charles de Foucauld. Escritos esenciales)


Ya muerto, lo bajarán de la cruz y lo depositarán en lo profundo de la tierra. Y entonces, como canta nuestra profesión de fe, culminará su kénosis “descendiendo a los infiernos”. Nazaret nos pide hoy que seamos capaces también de descender a los infiernos, a esos ámbitos en los que Dios parece ausente, en que sólo se ve una lenta y progresiva deshumanización. El descenso de Cristo a los infiernos viene a completar su anonadamiento pues si no parece propio de un Dios tomar carne humana menos, mucho menos, parece propio de su ser bajar a los infiernos, a su propia negación. Pero sólo el descenso redime. Y Nazaret debe estar presente en los sitios más alejados de Dios y de la dignidad humana. Sólo haciéndonos a todo podremos ser, con Jesús de Nazaret, corredentores. Porque Nazaret es, en palabras de Felipe Fernández Alia, la imagen renovada de David y Goliat. Nazaret derrota día a día al gigante del mal porque es débil, va desarmada y sabe abajarse, confiada en que sólo Dios es grande