En aquel tiempo, Juan, que
había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de
sus discípulos: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?»
Jesús les respondió: «Id a
anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos
andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y
a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice
de mí!»
Al irse ellos, Jesús se puso
a hablar a la gente sobre Juan: «¿Qué salisteis a contemplar en el desierto,
una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con
lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué
salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien
está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino
ante ti.” Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el
Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.» Mateo 11,2-11
Juan, el gran profeta, aquel de quien Jesús hace
un elogio encendido, vive su noche oscura en la cárcel fortaleza de Maqueronte.
Oye hablar de Jesús y sus obras. Pero no sabe re-conocer. Por eso envía a dos
de los suyos con una pregunta clave: ¿eres Tú la definitiva respuesta? ¿eres Tú
el Esperado?
La respuesta de Jesús le remite a las obras que
los profetas habían dicho que serían el distintivo del Mesias. Es una manera clara
de decirle que sí, que es Él, que lo que los profetas habían anunciado se
cumple en Él. Pero es también una forma sutil de preguntar: ¿no lo has sabido
ver? ¿No has leído entre líneas?