jueves, 1 de julio de 2010



MUJER DE CADA DÍA

Mientras crece la noche, cada día
prende el Amor su llama
en tu candil de aceite desvelado,
siempre igual y creciente.
El pan de tus moliendas se cuece, cada día,
bajo el fuego tranquilo de tus ojos,
mientras crece también la madrugada.
La fuente de la plaza te entrega, cada día, su limosna
mientras le crece el corazón al mundo.
Como el ave del Tiempo vas y vienes,
de la casa a la calle, del Misterio al misterio,
muchas veces al día,
y llevas con tus pasos el compás de las horas...
Tú sabes qué es vivir a pulso lento,
sin novedad para la prensa humana.
Apenas sin distancia: la de un grito.
En esta pobre aldea que vigilan
las higueras comadres
y el centinela de un ciprés oscuro.
-¿De Nazaret va a salir algo bueno?
José viene cansado, cada noche.
Y el Niño trae el hambre entre los dedos
por undécima vez.
-¿Qué quieres, hijo?
(Las almendras se miran, asustadas de gozo,
y el plato ríe miel por todas partes).
Tú ya has dejado el huso sobre el banco dormido
y la lana suspira blancamente.
Esta mañana has ido por retama,
y te sangran las manos, en silencio,
y te huelen las manos a lejía de yerbas.
Has ordeñado luego las dos cabras sumisas,
y sabes toda a leche.
Ayer vino el siroco, y te abrasó las flores.
Hoy irrumpe el simún
como una tropa de soldados romanos,
y hay que cerrarlo todo y, con la prisa, a oscuras,
se te pierde una dracma, rescatada
del tributo de Herodes.
Si las vecinas rompen tu retiro, como gallinas locas,
tú sonríes.
Un día nace un niño, y tú lo acunas.
Y un día muere un hombre, y tú lo velas.
En la olla inservible crece un lirio morado,
y tú riegas su lenta profecía.
Nazaret se despuebla, cuando llega la Pascua,
y tú marchas con todos,
peregrina del Templo,
con Yahvé de la mano,
con un salmo en la boca.
La ruta de Israel converge en tus sandalias.
Y los caminos múltiples del mundo
arrancan de tus pies caravaneros.
Tu corazón no para, día y noche.
Día y noche recogen sus limpios cangilones
el agua de la Vida.
Y el Verbo se hace Hombre, día y noche,
delante de tus ojos,
al filo de tus manos,
detrás de tu silencio...
(Pere Casaldaliga)

martes, 29 de junio de 2010




Cuando tenemos el Espíritu Santo, el corazón se dilata, se baña en el Amor divino.
Sin el Espíritu Santo, somos como una piedra del camino. Tomad en una mano una esponja embebida de agua y en la otra una piedra; presionadlas de la misma manera; no saldrá nada de la piedra y de la esponja haréis salir el agua en abundancia. La esponja es el alma llena del Espíritu Santo, y la piedra es el corazón frío y duro donde el Espíritu Santo no habita.
El Espíritu Santo forma los pensamientos en el corazón de los justos y engendra las palabras en su boca. Aquellos que tienen el Espíritu Santo no producen nada malo; todos los frutos del Espíritu Santo son buenos… Cuando tenemos el Espíritu Santo, el corazón se dilata, se bañan en el Amor divino.
Hará falta decir cada mañana: “Dios mío, envíame tu Espíritu que me haga conocer lo que soy y lo que tú eres”.

San Juan María Vianney, cura de Ars

lunes, 28 de junio de 2010



136 AÑOS DE INMENSA GRATITUD



Hace 136 años San Josep Manyanet entregó a unas cuantas mujeres el don y la gracia de vivir la espiritualidad de Nazaret. Hace 136 años fundó una Congregación, las “Misioneras Hijas de la Sagrada Familia de Nazaret” como familia para las familias.
Hoy, acrecentado el tesoro histórico de la Congregación por la santidad de Manyanet y centenares de mujeres que con fidelidad, entrega y amor siguieron a Jesús en el misterio de Nazaret, nos alegramos de tener tantas predecesoras que alumbran nuestro caminar.
No obstante, la fidelidad no es la continuidad sino la recreación del carisma recibido según los nuevos tiempos. Y no tengo duda de que si en una primera fase, los religiosos y religiosas han descubierto y preservado el misterio de Nazaret, lo han descubierto y preservado para que sea, quizá, el mayor regalo de la Iglesia a los laicos del s. XXI.
Mientras algunos religiosos se conciencian y los laicos se enteran, ¡felicidades Nazaret!
Y, por encima de todo, gracias al Padre por suscitar en la iglesia a San José Manyanet, apóstol de la familia