jueves, 26 de julio de 2012



17 DOMINGO DEL  TIEMPO ORDINARIO
LA MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES Y LOS PECES

Después de esto, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades,  y mucha gente le seguía porque veían las señales que realizaba en los enfermos. Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos.  Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos.  Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe: "¿Donde vamos a comprar panes para que coman éstos?"  Se lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer.  Felipe le contestó: "Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco."  Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: "Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?"  Dijo Jesús: "Haced que se recueste la gente." Había en el lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los hombres en número de unos 5.000.  Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron.  Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: "Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda."  Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido.  Al ver la gente la señal que había realizado, decía: "Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo."  Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo (Jn 6, 1-15)

Jesús, Buen Pastor.
Juan, que no nos narra la institución de la Eucaristía, construye el relato de la multiplicación de los panes y los peces como pura transparencia del éxodo del pueblo de Israel, que se alimentaba de maná en el desierto, y del salmo 23, uno de los más bellos y queridos de la comunidad judía y cristiana de todos los tiempos:
“El Señor es mi pastor, nada me falta…en verdes praderas me hace reposar…prepara una mesa ante mí…”
La proximidad de la fiesta de la Pascua y los gestos de Jesús que coge, bendice y reparte el pan nos llevan espiritualmente al cenáculo.  Pero Juan escribe ya bajo la luz de la Resurrección y plasma en esta escena un icono de lo que será el Reino: cercanía de Dios, plenitud, comunión fraterna y comunión, también, con el mundo creado por Dios.  Sin duda Juan nos describe un nuevo Paraíso donde todos escuchan a Jesús y reciben de él, que les sirve, el alimento que puede saciarlos.
Éxodo, salmo 23, cenáculo y la Jerusalén celestial se funden en esta escena que teológicamente supera las narraciones eucarísticas de los sinópticos. En el cenáculo real la Eucaristía se celebra en la intimidad de los elegidos. Aquí todo el pueblo es elegido y es servido directamente por Jesús para que sus ministros vean su ejemplo y lo secunden.
El subrayado de Juan remarca la abundancia de Dios –sobran doce cestos llenos- frente a la escasez humana: cinco panes, dos peces.
Entrega tus panes y peces
El muchacho anónimo de Galilea propicia uno de los más bellos milagros de Jesús. Si Jesús, al servir a la muchedumbre, es modelo de actuación para los apóstoles, este muchacho es mi modelo.
Porque también yo tengo “panes y peces” que, además, pueden contarse. Mis panes y peces, por muchos que sean, hablan de dones limitados, de cualidades finitas. De incapacidad humana para el milagro que sólo Dios puede hacer.
Pero Dios ha querido necesitar mis panes y peces. Sólo si pongo en sus manos mi incapacidad  para amar, para orar, para hacer el bien incluso a los que amo…sólo entonces todo es posible. ¡Y sobrarán cestos llenos!
En general nos cuesta mucho entregar lo que poseemos. Queremos prevenir, controlar, dominar el futuro. Caemos en la necedad de creer que cinco panes y dos peces pueden saciar mi sed de felicidad. Pero sólo desde el no-cálculo, desde el abandono y la generosidad, Dios obra milagros. Aquellos que mi alma necesita y el mundo precisa.
En el fondo, el más bello milagro de este relato es el hecho de que Jesús consiga cambiar los corazones. Seguro que, tras el ejemplo del muchacho, otros entregaron sus “panes y peces” y el milagros e hizo…entre todos.
Una mirada al mundo
Nuestro mundo hambriento es lo más alejado de esta situación de generosidad y plenitud que relata Juan.  Parecería que no hay ningún muchachito que entregue sus panes y peces y que Dios, por tanto, no puede obrar el milagro. Cada día mueren miles de personas privadas de  lo más esencial mientras unos pocos viven en el lujo y la opulencia.
Indigna y entristece leer la prensa, ver las noticias. La solución, nos dice la Palabra de este domingo, no vendrá de los políticos. El mismo Jesús huye cuando lo quieren nombrar rey.
La Palabra nos pide que comencemos a entregar nuestros panes y peces. Hay mucha, mucha gente que ya lo hace, dejémonos contagiar de su desprendimiento.
Y Dios volverá a obrar el milagro.