sábado, 31 de julio de 2010


NAZARET, ESPIRITUALIDAD MISIONERA (VI)
Si hay una constante en la vida espiritual, una constante que nos van revelando, de una manera u otra, todos los grandes místicos es la de que no se concibe amar a Dios sin una necesidad imperiosa de conformarse según Él es. No es posible amar sin desear parecerse, asemejarse y vivir juntos las alegrías y las penas.
Esa necesidad de parecerse nos la señala muy bien Jesús: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”
La Segunda Persona de la Trinidad sale, enviado por el Padre y el Espíritu, del seno Divino, sin aferrarse a su condición, para llegar a la humanidad y darle a conocer su grandeza. Jesús es el Misionero por antonomasia. Y, a partir de ese momento, José y María van a conformar su vida a base de “salidas”
María sale de Nazaret, tras recibir el anuncio del Ángel, llevando en su seno al Misionero de Dios en la primera procesión de Corpus que conocemos. Sale de la tranquilidad de su pueblo para ir a Ain-Karen. Con ella llega la Alegría, que el niño de Isabel refleja en su inquieto saltar, y la vida pues ayuda en el parto a la que ya era considerada estéril. María, misionera de la Alegría y la Vida.
José, tras noche inquieta de sueños, sale de su casa para ir a buscar a la novia y desposarse con ella, acogiendo al Hijo que el Espíritu ha engendrado. José, misionero de la Alianza, prefigurada en su boda con María, misionero de la educación de los niños pues asume en plenitud la paternidad.
José y María salen de Nazaret para ir a empadronarse a Belén, donde no son acogidos, y se refugian en una cueva para que sean los pastores, vecinos indeseables, los primeros en adorar al Niño. José y María, misioneros de la marginalidad.
María y José salen de Belén para llevar al Niño al Templo y presentarlo al Padre dejando que Simeón y Ana conozcan a quien es Gloria de Israel y Luz de las Naciones. María y José, misioneros de quienes esperan contra toda esperanza, de quienes viven años en noches cerradas, de quienes parecen olvidados de Dios.
José y María salen también de Belén porque José recibe un anuncio de dolor y es preciso poner a salvo al Niño. Ya la iniciativa la tiene José que lleva a Jesús y María a una tierra y cultura extraña. José, misionero ad gentes, misionero que lleva a Jesús y María a tierras que no han oído su nombre y allí se quedas, trabaja, se inculturiza. Quizá, sólo quizá, las primeras palabras de Jesús se balbucearon en arameo, sí, pero también en otra lengua que luego olvidó. Jesús, José y maría, misioneros de tantos emigrantes que añoran su tierra y oyen a sus hijos palabras ajenas a su lengua.
Jesús, José y María, que salen de Egipto cuando se enteran de la muerte de Herodes y regresan a su tierra para asentarse en Nazaret.
María que sale cada día a la fuente para enseñarnos cuánto precisamos el Agua Viva. José que baja al taller para enseñarnos el valor del trabajo. Jesús Niño que corretea por las calles de Nazaret, las pocas calles, y se da a conocer como el hijo del carpintero.
Jesús, María y José, que salen hacia Jerusalén cuando el Niño tiene doce años. Y el Niño, que sale de ellos, quedándose en el Templo porque “hay que estar en las cosas del padre”. Jesús, misionero de teólogos y sabios. José y María, misioneros de cuantos creen haber perdido a Dios y nos enseñan a buscarlo.
Y luego Nazaret. Sujeción y obediencia. Silencio y anonimato. Oración y trabajo. Auténtica espiritualidad misionera. No es “preparación para la vida pública”, es la más rotunda predicación que haya escuchado el mundo.
Salir, salir de sí, es ser de Nazaret.
Y quedar, quedarse en ese Nazaret que es hogar, escuela, taller y Templo. No es posible ser de Nazaret sin sentir la urgencia de parecerse a Ellos. Eso nos lleva a saber en qué momentos es preciso cortar amarras, abandonar posiciones, salir de nuestra comodidad. Y en qué momentos lo esencial en un misionero es “permanecer en su amor” (Jn 15).
Sagrada Familia de Nazaret, misionera de las Familias, rogad por nosotros.

viernes, 30 de julio de 2010



LA PALABRA DE HOY
¿NO ES ÉSTE EL HIJO DEL CARPINTERO?

En aquel tiempo Jesús fue a su propia tierra, donde comenzó a en­señar en la sinagoga del lugar. La gente, admirada, decía: "¿De dónde ha sacado este todo lo que sabe? ¿Cómo puede hacer tales milagros? ¿No es este el hijo del carpintero? Y su madre, ¿no es María? ¿No son sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas, y no viven sus hermanas tam­bién aquí, entre nosotros? ¿De dónde ha sacado todo esto?" Y no qui­sieron hacerle caso. Por eso, Jesús les dijo: "En todas partes se honra a un profeta, menos en su propia tierra y en su propia casa." Y no hizo allí muchos milagros, porque aquella gente no creía en él. (Mt 13,54-58)

El conflicto está dentro. No son los de fuera los que menoscaban a Jesús sino los de dentro: Nazaret, Israel…
También en mí está el conflicto cuando Dios viene a mí que soy su tierra, su patria, el ámbito donde quiere crecer. Él llega para hacer proezas con su mano, para transfigurar mi vida. Pero también yo, como los de Nazaret, soy a veces especialista en tergiversar los valores.
Dios ha querido tener familia, padre y madre, parientes. Raíces. ¡Dios las valora!
Pero yo convierto esas raíces divinas en una imposibilidad para creer. Me gustaría, en el fondo, un Dios más etéreo, menos humano. Por eso pregunto: ¿No es este el hijo del carpintero? Y su madre ¿no es María?. Y lo que para Dios era un camino hasta Él yo lo convierto en muro que separa.
Esa irrelevancia de Jesús, un carpintero por padre, una mujer como tantas por madre, es lo que dificulta mi fe. ¡Qué difícil es aceptar de verdad el Misterio de Nazaret! ¡Qué difícil asumir que Dios no quiere estridencias, que no se hace distinto, que es de mi mismo barro…Mentalidad que refleja una pobre concepción de la persona. Me niego a admitir que Jesús, de quien conozco sus humanas raíces, sea Alguien poderoso porque lo he visto crecer, lo conozco de niño y joven…y lo hago de mi misma calaña. Estoy más acostumbrado a mirar las sombras de la persona que sus luces.
Y quizá eso es lo que Jesús viene a decirme: que soy de barro, sí, pero transfigurado. Que tengo límites, historia, raíces. Pero que ellas me permiten alzar vuelo. Que si quiero seguirle debo aceptar que Él entre en mí y sea capaz de no escandalizarme de cuánto Él quiere.

miércoles, 28 de julio de 2010


NAZARET, ESPIRITUALIDAD DEL SILENCIO (V)
En Nazaret la Palabra se hizo carne. Y la Palabra frecuentó a diario la escuela del silencio. En Nazaret se nos descubre que silencio y palabra forman parte de una misma realidad; en Nazaret aprendemos que el silencio externo hace más sensibles los oídos del corazón para escuchar la Palabra que, viva y eficaz, se pronuncia como brisa suave pero es más tajante que espada de dos filos.
Enamorarse de la Palabra lleva a enamorarse del silencio. Silencio que no es ausencia de palabras sino anonadamiento, vacío de sí, sujeción de emociones y pasiones. Alguien dijo que el silencio es la patria de los fuertes. En ella se forjó José y María, en ella creció Jesús. Los tres son personas silenciosas, es decir, personas en continuo diálogo interior con Dios. La vida interior que tienen es tan rica, tan arrolladora que nada puede distraerlos del Absoluto. Porque Nazaret es, por encima de todo, atención a lo esencial. En frase tajante de Jesús es”estar en las cosas del Padre”. Y aún cuando Jesús pronuncia esa frase en el Templo baja a vivirla a Nazaret.
Sólo el silencio es camino para discernir qué hay de paja y qué de trigo en nuestra vida. Callamos poco. Nuestra sociedad está enferma de ruido, nuestros niños temen el silencio, a nuestros jóvenes les aburre. Y el mundo, más que nunca, necesita contemplativos. Como necesita profetas.
Nazaret aúna en sí el don de la contemplación y el don de la profecía. La Sagrada Familia es familia oculta, silenciosa y casi silenciada. Y es Familia tan profética que parece como esas piedras lanzadas sobre las aguas tersas de un lago de alta montaña: sus ondas, el testimonio de los Tres, siguen expandiéndose siglo tras siglo agrandando los círculos, aumentando los discípulos.
He citado en otras ocasiones la frase de San Juan de la Cruz: “Una sola Palabra ha dicho Dios al mundo y en silencio debe ser escuchada” Quizá la cito reiteradamente porque me impresiona que podamos anular la Palabra que Dios nos dice con nuestra cháchara, con nuestro ruido interior. Si grave es no hacer caso a la Palabra de Dios, más grave aún es no oírla. El silencio es una expresión profunda de respeto y adoración. Nace cuando uno se siente sobrecogido, empequeñecido ante el Misterio. Por eso es el clima habitual de María y José que jamás se acostumbraron a la novedad de Dios. Por eso configura el talante de Jesús que vive en perenne admiración ante la Obra del Padre. Por eso es, especialmente, el hálito del Espíritu Santo.
El silencio supone también actitud de aprendizaje. Ir a Nazaret y saber callar para ver qué nos dice la Sagrada Familia, cómo actúa, cómo vive. El discípulo vive en actitud de atención interna, expectante ante la Palabra del Maestro. Quizá por eso resulta tan difícil encontrar hoy personas habituadas al silencio como elemento natural para crecer y crecer aprendiendo. Si algo se opone al silencio no es sólo el ruido y la cháchara sino la soberbia.
La soberbia impide el nacimiento de la alabanza que sólo se da en el humus del silencio. Alaba quien al encontrarse con Dios se queda, literalmente, sin palabras. Alaba quien no osa romper la grandeza divina tratando de explicársela. Dios es como la música que hay que escuchar dejándose llevar por ella desde el silencio activo. Quien haya frecuentado conciertos de música clásica sabrá que el silencio que se crea en el auditórium es una suma de admiración, disfrute, asombro, actividad interna y asentimiento. Y mucho más. Pero con esas actitudes vivía la Sagrada Familia.
Nazaret es contemplación, adoración. Pero de vez en cuando el silencio cristaliza y se levanta en profecía. Por eso Nazaret es voz de los sin voz. Porque en Nazaret se da sentido a lo que tantos viven, a esa tarea anónima, esa vida aparentemente gris de quien se entrega calladamente. Nazaret es ausencia de poder y prestigio, dos pasiones que arrastran a la persona a la infelicidad. Jesús, José y María viven instalados en el ser, no en el tener ni en el hacer. Esa es la profunda profecía que hoy debemos leer.
Y en ese silencio el cielo se les entreabre y descubren que el cielo está aquí ya. No es fácil vivir la experiencia de Nazaret pero es preciso que la humanidad la viva. Porque en nuestro mundo, donde parece necesario escalar, medrar, ascender, tener poder -porque lo contrario supone ser un fracasado- necesitamos hombres y mujeres capaces de decir que eso no les interesa. Nazaret es la esencia de la felicidad. Y, aunque el mundo haya despreciado su testimonio, algunos sí queremos permanecer en la escuela de Nazaret. Estoy convencida de que cada vez seremos más.
Nazaret es escuela de virtudes y en esa escuela el clima es el silencio y el perfume la santidad. Sólo en Nazaret la criatura tiene la oportunidad de “contagiarse” de la Santidad Divina.
El silencio clamoroso de la casa del carpintero hizo que los cielos destilaran sobre ellos su Sabiduría. Allí vive y crece Jesús que es la “revelación del designio de Dios, oculto en el silencio de los siglos” (Rm 16,21). En Nazaret Dios ha dicho y revelado cuanto es y como es. Vayamos a Nazaret y conoceremos a Dios.
Los Tres de Nazaret son, para siempre, la profecía viviente de un Dios que se revela Familia..
Una profecía que, hoy, sólo un corazón acallado logra entender.
Y entonces, “estando ya mi casa sosegada” es posible darle al Amado alcance.