sábado, 5 de junio de 2010

NAZARET, ESPIRITUALIDAD DE LA PRESENCIA


Ya en el Génesis descubrimos a un Dios cercano que le gusta hacerse presente cada día entre sus amigos y baja a pasear por el jardín del Edén. Hasta que la primera pareja se aleja de Él, lo rechaza. A partir de ahí todo el Antiguo Testamento nos narra la rebeldía de un pueblo con el que Dios se empeña en tener un vínculo especial que se rompe una y otra vez porque Israel es “duro de cerviz”. Pero Yahvé restablece siempre las alianzas, envía profetas. Se había hecho Presencia a través de la Shekiná, la nube que cubría y guiaba al pueblo hacia la Tierra Prometida. Se hace presente en el arca de la Alianza. Se define siempre como aquel que desea a su creatura más de lo que ésta lo desea a Él.
Finalmente, en la plenitud e los tiempos, Dios envía a su Hijo para ser Presencia tangible del infinito amor que Él nos tiene. Cuando el ángel anuncia a José el embarazo de María le dice que el fruto de su vientre será llamado Emmanuel, que significa “Dios con nosotros”. Jesús retoma ese concepto cuando proclama que donde “hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20) y finaliza su presencia entre nosotros asegurando que Él estará “ con nosotros hasta la consumación de los siglos” (Mt 28,20). Las palabras de Juan que se renuevan cada día en el rezo del Ángelus – Y habitó entre nosotros - son la culminación teológica de la decisión divina de plantar su tienda entre nosotros.
Dios ha venido a hacernos compañía pero no olvidemos que ha plantado entre nosotros una tienda, no un palacio. Es un Dios pobre y nómada. Él asume la genealogía que nos pone de manifiesto el primer capítulo de Mateo en la que hay personajes notorios y notorios pecadores porque asume toda condición humana. Sólo la presencia puede salvar; quizá por eso no hay diferencia entre ser Enmanuel y llamarse Jesús, Salvador.
Jesús, como es obvio, no nace al llegar la plenitud de los tiempos sino que el tiempo llega a su plenitud porque Dios se hace presencia, porque Dios se hace carne tangible, bebé llorón. El Dios de las promesas es en Nazaret el Dios de la Palabra cumplida, de la Palabra encarnada. Ser de Nazaret supone trabajar para que el sueño de Dios, la promesa, sea en mí una realidad.
José y María estaban habituados a la presencia de Dios representada por el ángel. De hecho la definición de José y María es la de quien vive habitado por la presencia de Dios. La primera pareja gozaba también de esa presencia de Dios y la perdió. Por eso aquello que llamamos pecado original no es una mancha, imagen que se usa con frecuencia, sino un vacío de Dios. Un vacío que no existe en María, saludada por el ángel como “llena” de Gracia. Un vacío que tampoco existe en José, reconocido como “justo” que es la consecuencia d la plenitud de Dios y que nada tiene que ver con nuestro sentido occidental de justicia. Es en ese sentido que insisto en contemplar y dar a conocer Nazaret como nueva Creación. En ese hogar santo la Presencia de Dios perfuma toda la casa. Y ese hogar es, lo sepamos o no, la vocación de toda persona porque toda persona vive habitada por Dios. Y en nosotros Dios quiere crecer, expandirse.
Pero a José y María se les va a pedir que se abran a una nueva manera de ver a Dios, a una manera que poco tenía que ver con la que estaban acostumbrados porque Dios en Nazaret rechazará lo espectacular para esconderse en lo cotidiano; amará lo sencillo, vivirá, sufrirá y tendrá las mismas esperanzas que su pueblo. Crecerá como se crece siempre: lentamente. Y será un Dios que necesite ayuda y protección. Lo importante para quienes intentamos vivir la espiritualidad de Nazaret es asumir que Dios necesita de mí para crecer en el Nazaret que hoy es mi corazón, mi hogar y el mundo entero. Dios precisa mi “hágase” como necesitó el de María y José. Dios vuelve a pedir que lo reconozca en esa presencia suya que es el secreto clamoroso de nuestro mundo.
Para ello me hace falta romper, dejar atrás toda imagen de Dios. Acercarme a Él desnudo de conceptos y prejuicios. Hay que pasar del Dios que “debería ser” al Dios que es. Para empezar, y aunque el universo entero lleva la firma de Dios, a Dios le gusta el anonimato. ¿Cuántos beneficios recibo al día que se me dan de forma tan callada y silenciosa que parece que Dios sea el Dios huidizo que siempre “es ido”?
Aunque lentamente, muy lentamente, vaya apreciándose la espiritualidad de Nazaret, la viven desde siempre millones de hombres y mujeres anónimas que hacen su trabajo bien hecho, echan una mano al vecino, educan a los hijos y siguen fieles a Dios aunque no entiendan mucho sus caminos. Recordemos que a Jesús le va a gustar hablar del Reino con la imagen de la levadura, que no se ve pero fermenta la masa. Y nos recordará que el Reino ya está en medio de nosotros, que no hay que buscarlo lejos ni fuera. El mundo, como María, están llenos de la Gracia de Dios. Sólo hay que dejarle crecer para que día a día nazca en el corazón de muchos.
La presencia no es una postura estática. Fijémonos en la presencia eucarística y nos daremos cuenta de que esa presencia humilde y callada ha sido la forja de los grandes apóstoles. La presencia nazarena es dinámica, es una apuesta por la transformación del mundo desde el ángulo en que he sido colocado. Cambia todo cuando se ilumina con una sonrisa, una palabra de consuelo o una mirada comprensiva.
Escúchemos la indicación de san Josep Manyanet, apóstol de la familia: “entra cada día en la Casa de Nazaret”. Sólo por contagio se aprenden las virtudes y se impregna uno del buen olor que desprende no sólo Cristo sino la santa Familia. Nazaret es el inicio de mi peregrinación de fe. Y es, también, camino. La presencia de Dios en mi casa, en mi corazón ahuyenta todo temor. Fijémonos que las primeras palabras que el ángel dice a José y a María constituyen el mandato de la confianza: No temas. Jesús lo repetirá varias veces: No temas.
En efecto: si Dios está conmigo “¿qué mal temeré”? . En un mundo que vive lleno de miedos sólo esa presencia divina me da la “parresía”, la osadía propia de los hijos de Dios. Llenos de Dios ya no caben los miedos...