sábado, 18 de agosto de 2012

La Óptica de Nazaret



LA ÓPTICA DE NAZARET O LA GRACIA DE VER EL MUNDO COMO LO VE DIOS (II)

Todos los evangelistas citan Nazaret. Ello indica que el hecho de que la Encarnación del Hijo de Dios tuviera lugar en Nazaret va a constituir para siempre la piedra angular sobre la que se asentará el mensaje de Jesús. Nazaret es la óptica desde la cual Dios aprende a ser persona.
Hoy por primera vez se reivindica no una Iglesia nacida en Jerusalén sino una Iglesia nazarena[1]. Nazaret lleva el sello de la autenticidad, de una autenticidad que hoy se precisa más que nunca. Aunque todos los evangelistas citen Nazaret es Lucas quien, alejándose precisamente de este pueblo santo, como aquel que se aleja de un cuadro precioso para lograr la perspectiva adecuada, nos da la clave de lo que se vive y se hace en Nazaret: “estar en las cosas del Padre” (Lc 2,49). En la escena, que tiene lugar en Jerusalén, Lucas condensa la espiritualidad de Jesús, María y José, la espiritualidad no tan sólo de todo cristiano sino de todo creyente: estar en las cosas del Padre. Y si bien la escena transcurre en la Ciudad Santa, constituye un programa de vida el hecho de que Jesús, tras dejar clara su misión, de la que ya ha tomado plena consciencia, no permanezca en el Templo dedicado a  escudriñar las Escrituras: con la misión de estar en las cosas del Padre, regresa a Nazaret. Allí escudriñará la presencia de Abbá Dios en todas las cosas, en todos los hechos, en todas las personas. La santidad de Dios no necesita Templo porque el mundo es Templo de Dios.
Los verbos que utiliza el evangelista para indicar el regreso de Jesús a su aldea natal son programáticos: descendió, bajó a Nazaret. Y allí les estaba (a José y María) “sometido”. Víctor Codina dice en su precioso libro que “si queremos hallar a Jesús, hemos de ir a Nazaret; si la Iglesia quiere ser fiel a Jesús, ha de ser una Iglesia nazarena, no davídica; y puesto que el mundo de los pobres entre los que se encarnó Jesús en Nazaret tiene una especial densidad humana y teológica para comprender la Palabra de Dios, la misma teología ha de ser nazarena”[2]
Tenía que ser una voz autorizada en el campo de la teología la que  señalara que vivir en Nazaret, ir a Nazaret espiritualmente, no es un gesto devocional sino un gesto teológico. Es más, es el gesto que nos hace cristianos porque sólo sumergiéndonos en la atmósfera de Nazaret podemos vislumbrar el Misterio de la Encarnación, el Misterio de la Redención. Y podemos aprender el estilo de quienes hicieron posible el milagro para continuar haciéndolo pues la encarnación sigue realizándose hoy.
No obstante, me gustaría subrayar que si hoy ya hay teólogos que citan Nazaret como ámbito teológico –y no sólo geográfico-ello se debe a que muchos fieles y bastantes santos, entre ellos Manyanet, han tenido la intuición, el sensus fidei, de clavar su mirada en Nazaret para poder seguir a Jesús desde la autenticidad.
La óptica de Nazaret, la mirada de María, José y Jesús es “estar en las cosas del Padre”. La centralización del Padre en mi vida nos permite conocerlo en su grandeza y alegrarnos en ella, gozarnos al ver como derriba a los soberbios y enaltece a los insignificantes; nos permite vernos como somos, pequeños en los que el Padre obra maravillas, y ver el mundo en su realidad de auxiliados por pura misericordia.
Pero desengañémonos: Nazaret es muy duro. Borremos de nuestra mente y de nuestro corazón esa casa idílica que han pintado algunos artistas donde José trabaja mirando a María, que no se cansa de coser, y el Niño juega haciendo crucecitas. Si nos apuntamos a vivir en Nazaret para mejor conocerle, amarle y seguirle nos apuntamos al anonimato, a la insignificancia, a la irrelevancia social; optamos por ser nadie y eso significa crucificar un día sí y otro también nuestro inflado ego, nuestro deseo de protagonismo, de aplauso, de éxito. Por eso estoy convencida que Nazaret es la patria de los pobres, de aquellos que ya han nacido en la marginalidad y tienen el instinto de ocultarse. No sé si nos hemos fijado en que hay un tipo de personas que tienden a ocultarse de la misma manera que otros se desesperan por aparecer en pantalla. La gente sencilla que se halla, por ejemplo, en una fiesta de cierta importancia tiende a callar convencida de que quizá se expresará mal o de que no tiene nada importante que decir; tiende a pasar desapercibida porque quizá no va bien vestida; tiende a servir sin esperar ser servido porque parece que lo natural es eso, que han nacido para servir; y se avergüenzan cuando les sirven porque no les parece natural.  Si queremos incardinarnos teológicamente en el misterio de Redención hay que ir aprendiendo sencillez, anonimato, olvido, ninguneo. Eso es estar “sometido”, una palabra que hoy suena tan mal, hoy que vivimos en el mundo de la plena realización humana, de la libertad y autonomía, que muchas biblias han suavizado o eliminado.
Esos pobres niños ricos de Rusia no viven “sometidos”. Y, paradójicamente, ello les niega la posibilidad de ser personas libres. Ese es el misterio de Nazaret: someterse a Dios es la única puerta de la libertad y Jesús ha venido a enseñarnos el camino.
Un camino que pasa por su casa. Por Nazaret. La única mirada que, al humanizarnos, nos permite tocar con los dedos la divinidad.  


[1] El teólogo Víctor Codina ha escrito un interesante estudio que titula “Una Iglesia nazarena. Teología desde los insignificantes” Sal terrae. Col. Presencia Teológica. Madrid 2010
[2] Ibídem pag 15

miércoles, 15 de agosto de 2012


LA ÓPTICA DE NAZARET O LA GRACIA DE VER EL MUNDO COMO LO VE DIOS  (II)

Leí un día un reportaje sobre los nuevos niños ricos de Rusia. Son hijos de multimillonarios que desde que han nacido lo tienen todo: colecciones de armas a su alcance, los mejores modistos, viajes… Están acostumbrados a la opulencia. Y desde ella, la fotógrafa –profesional de excelente prestigio- que hacía el reportaje era para unos simplemente una persona “a su servicio”, a la que exigían la mejor foto o los más tontos caprichos, mientras para otros era una molestia impuesta por sus padres, alguien a quien aguantar durante unas horas, un paréntesis entre el último juego de su sofisticado ordenador o su paseo a caballo. Leyendo el reportaje fui sintiendo una pena infinita por estos niños nacidos en una óptica tan falsa que les llevaba a ver la realidad de una manera totalmente distorsionada, ridícula y absurda donde ellos, pequeños de ocho, diez, doce años, se creían muy superiores a la excelente periodista que hacía el reportaje. Estoy convencida que, sin la ayuda de la Gracia, estos niños nunca verán la realidad tal como es.
Y por contraste pasé a pensar en Jesús que al nacer se situó en la óptica de Nazaret. Viendo al Jesús adulto, libre, capaz de seducir a las masas porque sabe hablar al corazón de las personas, que convence porque vive aquello que predica, viéndole capaz de enfrentar valientemente la persecución, el dolor, la muerte. Viendo pues, a Jesús tan libre y señor de sí mismo y con que infinita delicadeza valora la persona sin mirar si es rica o prostituta, pecador público o mujer, pobre o fariseo, llegué a la conclusión que sólo si reeducamos nuestra mirada en Nazaret veremos el mundo tal como lo ve Dios.
Jesús niño y adolescente, joven y adulto aprende en Nazaret el valor del trabajo, el amor a la naturaleza, la vida callada, el lento germinar del trigo y la bondad del Padre que llueve sobre justos e injustos. En Nazaret aprende que los pobres sólo pueden fiarse de Dios y esa es su gran riqueza; por eso, Nazaret se convertirá en la primera de sus bienaventuranzas. Desde la óptica de Nazaret, donde se come para vivir, un banquete es siempre fiesta, abundancia inusual; por eso, Nazaret se convierte en preludio de la eucaristía, porque Jesús ha aprendido a amar la fiesta, la mesa compartida. En Nazaret se sufre como sufre la gente sencilla, sin aspavientos ni dramas, cargando la cruz con pasmosa naturalidad; por eso, Nazaret es para Jesús aprendizaje de fortaleza, justa medida de la vida en su aspecto negativo de cruz y dolor. Un dolor que es intrínseco a la condición humana. Un dolor que Él no viene a suprimir sino a redimir.
Pero Nazaret forja, sobre todo, la riqueza humana de Jesús, su fina psicología, su sentido del humor, su ira ante la injusticia, su capacidad de observar y valorar lo pequeño, su rica interioridad. La personalidad humana de Jesús ha sido muy estudiada por creyentes y no creyentes y cuantos a ella se han acercado han coincidido en remarcar el enorme equilibrio de su naturaleza, su capacidad afectiva y efectiva que lo convierten, humanamente hablando, en uno de los líderes de la historia más importante. No escribió nada y sus palabras aún perduran. Fue perseguido y ajusticiado y somos millones los que le seguimos. Este hombre libre se forjó, como persona, en la humildad de Nazaret, muy lejos de la óptica en la que se educan esos niños ricos a los que aludo al principio.