sábado, 6 de noviembre de 2010



EL CÓDIGO QR


Los códigos QR los inventó una compañía japonesa. Hoy están extendidos por todo el mundo y se usan en todos los ámbitos. Se trata de un sencillo código bidimiensional que puede almacenar una gran cantidad de datos. Aunque se pensó para clasificar productos mercantiles, hoy hay quien los usa en su tarjeta de visita, en el anuncio de un piso que se vende porque puede enseñarte el piso sin entrar en él, en revistas de agencias de viaje que te llevan de ruta, en educación y en múltiples campos del saber humano.
Por supuesto, para leer el código debes tener un lector en tu móvil. Los de última generación ya lo traen incorporados, en los más antiguos debes descargarte el lector.
Me he divertido mucho haciendo un mini-curso de códigos QR. Pero a medida que aprendía pensaba que muchas veces, para nosotros, Dios habla en código QR. No lo entendemos. Bastaría tener un pequeño y sencillo lector en el corazón para ser capaces de entender entre líneas su Voluntad. Él no es complicado, es suma sencillez. Quien inventó el código QR se basó en un patrón muy simple. Pero precisas lector. Es barato y asequible. Sólo hay que buscarlo. Cuando lo tienes resulta casi un juego ir leyendo lo que para otros es un garabato. Tiene sentido ese sinsentido. Y comienzas a crear códigos QR. Porque quien aprende el lenguaje de Dios ya no sabe hablar de otro modo.
Pidamos el lector para nuestro corazón; porque Dios nos sigue hablando.

martes, 2 de noviembre de 2010

LA BELLEZA DESAPERCIBIDA O EL DÍA DE TODOS LOS SANTOS


«Un día invernal, a hora punta, un violinista se situó a la entrada de una estación de Metro de Washington y se puso a tocar su violín. Durante cincuenta minutos los precipitados viajeros no paraban mientes en seis piezas de Bach que emitían las cuerdas del afinado violín. Se calcula que pasaron miles en esa hora y fueron muy pocos los que frenaban el paso, escuchaban unos segundos y algunos dejaban caer alguna moneda en el sombrero. Los que controlaban la experiencia pudieron contabilizar que sólo unos seis pararon unos minutos y una mujer agradeció al músico su interpretación. Pero no hubo aplausos y menos alguien que pidiera un bis. En el fondo del sombrero se recogieron 32 dólares.

El violinista que accedió a la experiencia que quiso hacer y filmar el periódico The Washington Post se llama Joshua Bell, uno de los mejores del mundo. Dos días antes de su presencia en el Metro, había llenado un Teatro de Boston con melómanos que –el que menos- había pagado cien dólares por asistir al concierto del afamado músico. Tanto en el teatro como en el Metro había ejecutado las mismas seis piezas de Bach y usado el mismo violín Stradivarius, valorado en tres millones y medio de dólares.

La idea del periódico era realizar un ensayo sociológico sobre el comportamiento de las personas. Comprobaron que el personal puede pasar junto a bellezas o acontecimientos sublime sin captarlos. Si se llevan otras preocupaciones en la cabeza (en este caso las prisas por llegar al trabajo o a alguna actividad), están prácticamente incapacitados para percibir lo que sucede alrededor. Y con frecuencia esta incapacidad se ve agravada por tópicos: “Estos pobres músicos fracasados tienen que recurrir a estas estaciones de metro para sacar un pequeño sueldo”».

Resulta estremecedor pensar en cuánta santidad hay a nuestro alrededor sin que seamos capaces de percibirla. Hombres y mujeres anodinos, vidas normales y corrientes que, quizá, si abriéramos los ojos, nos depararían la sorpresa de su enorme belleza. ¿Cuántas veces habré pasado de largo ante un santo sin darme ni siquiera cuenta? ¿Conviviré con alguno/a?
Quizá haya leído con interés una vida de M. Teresa de Calcuta, de San Francisco...Pero Dios no es un Dios tacaño, el repartió la santidad en toda su creación. Sólo me queda decir: Señor, que vea!
No vaya a ser como esos viajeros del metro: incapaces de belleza.