EN EL HOGAR DIOS SE “MUJERIZA”
Si nos trasladamos a la época de
Jesús no podemos poner en duda que María fue, como toda mujer de su tiempo, el
puntal de aquella familia. Por lo menos, el puntal visible porque es obvio que
José, desde el anonimato, fue fiel a la misión de custodio que había recibido
de lo alto.
No cabe duda de que María influyó en Jesús como pretende hacerlo toda
madre. De hecho educar es la voluntad de influir, de forjar. Ella le enseñó a
hablar, caminar, rezar…Ella le dio una mirada positiva sobre sí mismo, sobre el
mundo y, muy especialmente, sobre Dios.
Pero María dio también a Jesús una mirada distinta a la que tenían los
muchachos de aquella época. Creo que gracias a la profunda admiración que Jesús
niño, joven y adulto, sintió por su madre, tuvo una mirada sobre la mujer en
general que no poseían otros hombres. Jesús adulto es capaz de comprender a la
mujer en todas sus facetas: la del miedo ante el parto (Jn 16,21), la de su
capacidad de sufrir e interceder por otros incluso en hechos que parecen
triviales, como ve hacer a su madre en
Caná (Jn 2,1ss), la de la dispersión afectiva que tan bien se refleja en la
samaritana (Jn 4) la del miedo e impotencia para cambiar las cosas en un mundo
gobernado por hombres (Jn 8)sus celotipias (Lc 10,40), su capacidad para la ternura
(Jn 12) su fortaleza interna y su capacidad de olvido de sí misma ante el dolor
ajeno (Jn 19,25-27) y muchos otros aspectos que nos llevan a concluir que
Jesús, que no se casó, sintió una profunda admiración por la mujer. Tanto que
comenzó a ver al Padre bajo el manto de ternura femenina, que comenzó a
conocerlo Madre y no dudó en hacerlo, en sus parábolas, absolutamente femenino.
De hecho, el relato maravilloso
del hijo pródigo no necesita la figura
de la madre porque el “padre” ha ocupado su lugar, se ha mujerizado. Espera
contra toda esperanza, como saben hacerlo las madres, el regreso del pequeño y
cuando lo ve venir no se comporta como un padre herido sino como una madre que
no puede esperar a abrazar al hijo que tanto le ha disgustado. Y con detalle y
mimo es un padre-madre que se percata de los celos del mayor y sale a buscarlo,
a hablar con él…
Jesús no duda en mujerizar al Padre y nos habla de la mujer que busca
una dracma perdida, de la mujer que amasa pan, de la que enciende una
lámpara…El último acto libre de Jesús es un gesto absolutamente femenino
porque, en ausencia de esclavos, era la mujer quien lavaba los pies.
En Nazaret hay un salto imperceptible pero muy importante. Nazaret
supone pasar de ser pueblo a ser
familia. Un pueblo necesita un líder, un guía. Una familia necesita una madre
(o alguien que sepa dar lo que ella daría). Por eso Jesús en la cruz no nos
deja un sucesor suyo – el que había nombrado estaba escondido- sino una madre.
Pese a que seguimos hablando de la Iglesia como pueblo de Dios me parece obvio
que Jesús, que disfrutó de su familia y no formó una familia humana de la que
tener hijos, no puede dejar de crear una familia. Y al frente de ella pone a
María.
Siempre me ha resultado sorprendente la enorme devoción que manifiesta y
promueve la jerarquía eclesiástica. Pienso que algo falla en su autenticidad
porque al mismo tiempo aleja de su seno a cualquier mujer; basta ver las tareas
que los párrocos suelen encomendar a las feligresas…
Hace años se suscitó una cierta polémica al recordar que según no sé qué
canon la mujer no puede poner el pie en el presbiterio. En un pueblo las
mujeres se quedaron aquel día más tiempo del habitual en la Iglesia y el
párroco acabó por encargar a la feligresa de turno que cerrara. Y se fue. En
ese momento las mujeres aprovecharon para bajar la imagen de María del
presbiterio y dejarla en el centro de la iglesia con un cartel: “Ella también
fue mujer”.
Ojalá que también nuestra Iglesia se mujerizara…Y que como auténtica
familia viviéramos unidos por un mismo pensar, un mismo sentir, un mismo
actuar. Ojalá que todos experimentáramos la Iglesia como ámbito de crecimiento,
de respeto y confianza, de perdón e intimidad, de servicio y reconocimiento del
otro. De alegría.
Nazaret es casa encendida, hogar habitado que me espera. Paradigma de la
Iglesia que necesitamos.