He tenido la inmensa suerte de
que, desde pequeña, el capellán de mi colegio me grabara a fuego una frase: “La
Eucaristía es la universalización de la Encarnación”. La puerta del sagrario de
la Cova (Manresa) reproduce un bello esmalte del nacimiento de Jesús. Ante él
se me dijo, muchas veces, esa frase que, a muchos años de distancia, sigue
resonando en mi interior; por eso sé que acercarme a comulgar es, en cierto modo,
acercarme al hogar de Nazaret para vivir, yo también, en Nazaret, para ser yo
misma encarnación de amor para el mundo actual. Hoy quisiera comenzar esta
reflexión con algunas ideas. Aunque no sé si es muy preciso llamar “idea” a
aquello que, lentamente, va surgiendo en la oración hasta convertirse en luz que
ilumina de forma sorprendente una realidad... que llevabas viviendo toda la vida.
¿Qué conexión hay entre Nazaret y
la Eucaristía?
Un silencio que es levadura. A menudo seguimos sorprendiéndonos por
los 30 años de Jesús en Nazaret. ¿Y los siglos de silencio encerrado en un
pequeño sagrario? El anonimato de
Nazaret casi es “de poca monta” frente a tantos sagrarios callados, ignorados,
silenciados. ¿Nos hemos parado a pensar alguna vez, cuando sobrevolamos en
avión alguna ciudad, los sagrarios que puede haber esparcidos por ella? O
cuando viajamos y vamos pasando pueblito tras pueblito…¿contamos alguna vez los
campanarios que ocultan la grandeza del Oculto? Dios sigue ahí, en este Nazaret
actualizado. Y si Dios creció en Nazaret es normal que las almas crezcan bajo
el manto de silencio del sagrario que siempre fue la forja de los grandes
santos. Nazaret es el hogar más santo y la Eucaristía es la prolongación de esa
presencia entre nosotros de Aquel que llamamos Altísimo; un nombre que, dicho
sea de paso, no le hace favor. Porque Él es el que se ha abajado, el Bajísimo,
el cercanísimo, el vecino…el hermano.