sábado, 9 de marzo de 2013

RELEYENDO EL HIJO PRÓDIGO


Los seguidores de este blog me han leído más de una vez que con tantas cosas interesantes, divertidas, conmovedoras etc. etc.  como llegan por internet una se va volviendo muy selectivo. En realidad sólo algunos de los videos o powers recibidos  me llegan al corazón. Y esos los suelo compartir.
Como este que se llama “placeres de la vida”. En la primera visión, los ojos, indudablemente, se van detrás de la niña. Y una se pregunta porqué no dejamos salir con mayor frecuencia el niño que llevamos dentro para disfrutar de todos los “charcos” que encontramos en el camino: una plazoleta con sol en una mañana de invierno, un helado con buena compañía, un canto mañanero de pájaro, una sonrisa de un rostro arrugado por los años o una pregunta de un niño que los estrena…tantas cosas! La niña protagonista nos enseña además que cuando Dios nos pone un “charco” para disfrutar hay que exprimirlo, saborearlo, volver sobre él una y otra vez. Porque la niña parece tener claro que seguirá su camino – sólo hay que ver la delicadeza con que deja la correa del perro- pero apura hasta el último momento o hasta cuando ya le ha sacado todo el partido.
Pero una segunda visión de este video – algo inevitable con los que me conmueven- me lleva directamente al texto evangélico de este domingo: la parábola del hijo pródigo. Y entonces la mirada se centra en el perro. Un perro – y que no se escandalicen los puristas- que también es una imagen clara de Dios Padre. ¡Qué paciencia tiene el perro!  Los dos llevan un trecho de camino, uno al lado del otro sin hablar. Y, de repente, algo distrae a la niña, que deja la compañía del perro y se va a chapotear charcos como hizo en su momento el hijo pródigo cuidando cerdos. El perro, en su infinita sabiduría, no se inmuta y espera como hizo aquel padre. Saber que mientras andamos enfangándonos Dios nos espera pacientemente es ciertamente esperanzador.
Cuando por fin la niña vuelve a coger la correa, el perro se pone de nuevo a caminar. No hay discursos ni abrazos emotivos porque la de la niña ha sido, quizá, sólo una pequeña trastada. No da para matar un ternero.
Pero sí da para saber que Dios no me recrimina nunca y siempre me espera. Con paciencia de perro, la verdad. Ojalá yo sea como esa niña que sabe que Dios está ahí y no tiene miedo alguno de que la abandone. Esa es otra cosa que llama la atención en el video: parece haber tal compenetración entre los dos protagonistas que se aceptan, se toleran y se tienen, con total seguridad, el uno al otro.
Yo tengo con total seguridad a Dios. ¡Ojalá que Él pueda decir de mí lo mismo! Por lo menos, sí sabe que no tengo seguridad mayor que la de saber que es eso lo que deseo: que Dios se fie de mí…totalmente.

domingo, 3 de marzo de 2013

MANYANET DE LA A A LA Z...


G de Gratitud

De la mano de la humildad, virtud fundamental para el camino espiritual según todos los santos, aparece también la gratitud.
Manyanet brilla con luz propia en ese vivir constante y perennemente agradecido. Con aquellos que le hicieron bien pero también con los que, aunque qui´za no quisieran dañarlo, sí fueron un duro obstáculo en su camino.
Conocemos su gratitud para con D. Valentí Lledós, el párroco que lo guió de pequeño y lo trató como a un hijo…
Sabemos también que la aceptación de la petición del obispo Caixal de que asumiese las religiosas fundadas por él cuando Manyanet se dispone a fundar otras, se debe, única y exclusivamente, a la gratitud que Manyanet profesa a Caixal. En efecto, éste se había portado con él como un solícito padre más que como un pastor y le proveyó de todo mientras lo tuvo a su lado, tanto material como espiritualmente. No sólo cuidó de él sino que se fio de él. Cuando le hace la “petición de Vergara”, Manyanet se siente en deuda con su obispo y asume, por gratitud, una empresa que él mismo ve inviable.
Podríamos poner muchos ejemplos pero donde más finamente brilla la gratitud en Manyanet es en su relación con Dios. De hecho, para Manyanet no hay otra definición para el pecado y la mediocridad que la de “ser ingrato”:  Feos y destestables son todos los vicios pero ninguno más reprensible que la ingratitud” (E.N. 3º, 42)  dirá Manyanet por boca de Desideria. Y con curiosa asociación  le pone color a este vicio: es “negra ingratitud”(ibídem)
La vida del creyente no es para nuestro fundador más que un camino de gratitud y correspondencia a tanto bien recibido. Con la clara conciencia de que es imposible corresponder al amor de Dios.
Pero es preciso agradecer no sólo lo que hemos recibido sino aún aquello que esperamos alcanzar. Y la finura de espíritu se refleja en Manyanet en la capacidad para saber agradecer no sólo los beneficios sino también las cosas adversas. Porque no hay que mirar los dones sino la Mano que se nos acerca, la Mano de Dios.
Sólo así, el humor de Manyanet ante su dolor físico, puede entenderse. Las llagas eran gracias. Y él las agradecía porque vivía en gracia. En constante gratitud.