Los seguidores de este blog me
han leído más de una vez que con tantas cosas interesantes, divertidas,
conmovedoras etc. etc. como llegan por
internet una se va volviendo muy selectivo. En realidad sólo algunos de los
videos o powers recibidos me llegan al
corazón. Y esos los suelo compartir.
Como este que se llama “placeres
de la vida”. En la primera visión, los ojos, indudablemente, se van detrás de
la niña. Y una se pregunta porqué no dejamos salir con mayor frecuencia el niño
que llevamos dentro para disfrutar de todos los “charcos” que encontramos en el
camino: una plazoleta con sol en una mañana de invierno, un helado con buena
compañía, un canto mañanero de pájaro, una sonrisa de un rostro arrugado por
los años o una pregunta de un niño que los estrena…tantas cosas! La niña protagonista
nos enseña además que cuando Dios nos pone un “charco” para disfrutar hay que
exprimirlo, saborearlo, volver sobre él una y otra vez. Porque la niña parece
tener claro que seguirá su camino – sólo hay que ver la delicadeza con que deja
la correa del perro- pero apura hasta el último momento o hasta cuando ya le ha
sacado todo el partido.
Pero una segunda visión de este
video – algo inevitable con los que me conmueven- me lleva directamente al
texto evangélico de este domingo: la parábola del hijo pródigo. Y entonces la
mirada se centra en el perro. Un perro – y que no se escandalicen los puristas-
que también es una imagen clara de Dios Padre. ¡Qué paciencia tiene el perro! Los dos llevan un trecho de camino, uno al
lado del otro sin hablar. Y, de repente, algo distrae a la niña, que deja la
compañía del perro y se va a chapotear charcos como hizo en su momento el hijo
pródigo cuidando cerdos. El perro, en su infinita sabiduría, no se inmuta y
espera como hizo aquel padre. Saber que mientras andamos enfangándonos Dios nos
espera pacientemente es ciertamente esperanzador.
Cuando por fin la niña vuelve a
coger la correa, el perro se pone de nuevo a caminar. No hay discursos ni
abrazos emotivos porque la de la niña ha sido, quizá, sólo una pequeña
trastada. No da para matar un ternero.
Pero sí da para saber que Dios no
me recrimina nunca y siempre me espera. Con paciencia de perro, la verdad.
Ojalá yo sea como esa niña que sabe que Dios está ahí y no tiene miedo alguno
de que la abandone. Esa es otra cosa que llama la atención en el video: parece
haber tal compenetración entre los dos protagonistas que se aceptan, se toleran
y se tienen, con total seguridad, el uno al otro.
Yo tengo con total seguridad a
Dios. ¡Ojalá que Él pueda decir de mí lo mismo! Por lo menos, sí sabe que no
tengo seguridad mayor que la de saber que es eso lo que deseo: que Dios se fie
de mí…totalmente.