viernes, 7 de junio de 2013

LA RESURRECCIÓN DEL HIJO DE LA VIUDA DE NAÍN


DOMINGO X DEL TIEMPO ORDINARIO


En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío.
Cuando estaba cerca de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba.
Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo:
-   - No llores.
Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo:
¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!
El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.
Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo:
- Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.
La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera”
            (Lc 7,11-17)


Acabamos de celebrar la fiesta del Corazón de Jesús. Un corazón herido de amor, un corazón que se dejó dañar por el dolor ajeno, que supo sufrir con el dolor del otro; un corazón que fue moldeado, no lo olvidemos, por José y María. Este sábado celebramos también el Corazón inmaculado de María (por lo visto a nadie se le ocurre pensar en el corazón de José…)
Corazón, sede de sentimientos, de afecto. Dios no vino a salvarnos de un mal más o menos teórico. Vino a “cambiar nuestro corazón de piedra por un corazón de carne”. Eso es estar salvado: tener un corazón de carne
Como el de Jesús. Veamos a ese Corazón sagrado en sus acciones:
El encuentro entre la procesión de la muerte, que sale de la ciudad, y la procesión de la vida, que entra en ella.
Jesús va con alguna intención a Naín. Pero las intenciones de Jesús, sus planes, siempre quedan trastocados por la vida. Primera lección: estar atentos a la vida. Y dar respuesta. Al dolor de la madre por la muerte de su hijo se suma el desamparo en que ésta queda. Las mujeres que no tenían un varón que las atendiera – esposo o hijo, también padre – quedaban expuestas a la mendicidad y a todo tipo de sufrimiento. Jesús se encuentra por tanto con una situación de profundo dolor y profundo desamparo.
Y se conmueve. Y su com-pasión lo pone en movimiento. Primero mira. Ve a la mujer en su totalidad. Y le ruega: “No llores”. Al hombre Jesús no le gusta ver llorar una mujer, parece desestabilizarlo. También a María Magdalena le dirá ¿Por qué lloras?
Fijémonos en las acciones de Jesús: mirar, hablar, acercarse, tocar. Son, en realidad, un buen programa pastoral: miremos la persona, esa que tenemos al lado, esa que han puesto a nuestro cargo; hablémosle, individualicemosla, hagámosle sentir que la hemos visto. Y acerquémonos. Acercarse en totalidad, no un poquito. Eso implica tocar.
La compasión de los santos ha hecho que tocaran leprosos, que cogieran en brazos moribundos, que acunaran bebés abandonados, que abrieran los brazos para consolar. La cercanía humana nos hace tocar. Y Dios se ha dejado tocar (y hasta comer) para que aprendamos también a tocar.
La palabra de Jesús a la mujer es suave, implorante, llena de ternura. Es una mujer rota. La palabra de Jesús al joven es enérgica, imperativa, vigorosa. Un corazón compasivo es aquel que encuentra siempre el “tono” que el otro precisa.
El muchacho difunto estaba, obviamente, tendido sobre el féretro. Para vivir hay que levantarse. Levantarse cada día de aquello que nos mata, de aquello que nos quita libertad, de aquello que nos aleja de quien nos ha dado vida.
Y Jesús lo entrega a su madre. ¡Quién vería el abrazo del joven y la madre viuda! ¿Sería así el abrazo de Jesús resucitado y María? Quizá Dios Padre no quiso ser superado en compasión por su Hijo y también Él se acercó a la tumba de Jesús y le ordenó:¡levántate! para entregarlo, aunque brevemente,  a María.
La conclusión de la gente, maravillada, es fundamental: Dios ha visitado a su pueblo. Porque Dios sólo puede tener gestos de compasión, de misericordia. Pero no olvidemos que lo visita en la persona de su Hijo.
Igual que ahora el mundo debe ser visitado por Dios…a través de nuestras obras, de nuestro corazón compasivo.
Somos portadores de Vida. Vayamos a iluminar los espacios de muerte.


jueves, 6 de junio de 2013

SAGRADO CORAZÓN


Al corazón de Jesús


He llegado muy tarde, y aún no del todo, a la devoción al Sagrado Corazón. Quizá por eso, mi reflexión será hoy sobre la belleza.
Una belleza que, a mi parecer, siempre ha faltado en la profunda teología que envuelve el misterio del corazón de Jesús. Esta fiesta celebra que “en el Corazón de Cristo el Amor de Dios salió al encuentro de la humanidad entera."   Por eso, “es preciso vivir en sintonía con Su Corazón, amando, como Él, a Dios y al prójimo..."(Juan Pablo II)
Pero las personas, qué le vamos a hacer, captamos las realidades inefables por los sentidos y el arte no ha acabado de encontrar una manera de expresar ese amor de Dios que vibra en el corazón de Jesús. Recuerdo que, de pequeña, esos jesuses lánguidos y acaramelados, con un corazón lleno de espinas y medio sangrantes me repelían; peor aún si era el propio Jesús quien llevaba el corazón en la mano. Por otra parte mi madre pretendía que yo hiciera los nueve primeros viernes de mes una larguísima novena al Sagrado Corazón. Pero para  una niña que juega y disfruta, lee y estudia mientras pelea con los hermanos, es metafísicamente imposible saber si estamos o no en el primer viernes de mes. Y le importa un rábano. Así que nunca jamás conseguí hacer esa novena y eso aumentó mi antipatía por esa devoción.
Pero ya mayor, tuve la suerte de viajar. Y comencé a ver muy extendida la devoción; es más, vi ciudades enteras que habían colocado sobre la montaña más alta una enorme imagen del sagrado Corazón para que protegiera a toda la ciudad: París, Bruselas, Río…y mira por donde, mi Barcelona natal, con su maravilloso Tibidabo.
Comenzó a gustarme pensar que, desde lo alto, Él nos abraza y protege constantemente. Aunque yo no le mire siempre soy mirada por Dios…Yo puedo olvidarme de Él pero su corazón no se aleja de mí.
Pero el corazón de Jesús es un corazón traspasado. Herido, lanceado. Y yo, si quiero vivir esa devoción, voy a tener que acercarme a tantos hermanos míos que hoy siguen siendo traspasados, humillados, heridos.
Hoy se nos recuerda que el corazón de Jesús sigue herido en las mujeres maltratadas, en los niños abandonados, vendidos, explotados; en los hombres que sufren la soledad o viven en la mendicidad…en las rupturas de relaciones de amor, en los parados, encarcelados y sin techo; en los emigrantes, los drogadictos o los enfermos mentales que nadie cuida. ¡En tanta gente!
Acerquémonos a consolar el Corazón de Jesús. Consolemos al hermano que sufre.