martes, 30 de junio de 2009

A VUELTAS CON LA CONTRACTURA

Sí, sigo precisando rehabilitación. Es fastidioso, a veces doloroso y, con frecuencia aburrido. Pero no dejo de pensar que el centro al que voy es como una parábola de lo que es o debería ser nuestro mundo. Me explico.
A la hora que voy solemos coincidir cuatro personas: José, un chico de veinte años que tuvo un accidente de moto y trabaja su pierna, pues va casi cojo, Marta, una señora que cayó en casa y se dislocó el hombro de la manera más tonta, Carla una treinteañera que sale de una operación de menisco y yo, que rodé por las escaleras. Si estamos allí es porque todos, a pesar de que no nos guste, nos sabemos necesitados o, si queréis, un poquito..."estropeados". Al principio no decíamos nada y cada cual iba a la suya pero hemos acabado explicando qué nos pasa y dónde nos duele con naturalidad. Algo que no hacemos cuando se trata del corazón...
Se ha creado entre nosotros una cierta complicidad y respeto: yo sé mis límites y entiendo los ajenos. Cuando José pone cara de manzana arrugada sé que su pierna le duele como a mí mis cervicales. El dolor del otro me infunde respeto pero me admira ver como todos trabajan sus partes dañadas. La solidaridad entre nosotros se ha ido acentuando: si a uno se le cae algo, otro se adelanta a recogerlo...
Lo que está claro es que un centro de rehabilitación te quita cualquier máscara. Si estás allí es porque tu cuerpo no es "ya" perfecto. En la vida, en cambio, vamos con muchas máscaras y solemos fingirnos más valientes, audaces o insensibles de lo que somos. Y no. Todos tenemos "taras" de corazón que hay que rehablitar: esa envidia que se cuela en el alma, la pereza espiritual, una ofensa que no acabo de perdonar...
Dios tiene su propio centro de rehabilitación ( sigo insistiendo: es gratis) pero hay que reconocer que necesitas de su ayuda. Y luego...algo te dolerá porque no es posible apartarse del mal sin un cierto desgarro. Si fuéramos más sencillos y el mundo fuera un gimnasio donde todos aceptáramos los límites del otro y lo animáramos a superarse...mientras hacemos lo mismo!
No sé si mejoraré mucho mis cervicales. Pero me han dado que pensar...

A SAN JOSÉ

“Enséñanos, Jose,
cómo se es “no protagonista”
cómo se avanza sin pisotear,
cómo se colabora sin imponerse,
cómo se ama sin reclamar,
como se obedece sin rechistar,
cómo ser eslabón entre el presente y el futuro
cómo luchar contra tanta desesperanza,
cómo sentirse eternamente joven.

Dinos, José, cómo se vive siendo “número dos”,
cómo se hacen cosas fenomenales
desde un segundo puesto,
cómo se sirve sin mirar a quien,
como se sueña sin más tarde dudar,
cómo morir a nosotros mismos,
como cerrar los ojos, al igual que tú,
en los brazos de la Buena Madre.
Explícanos
cómo se es grande si exhibirse,
cómo se lucha sin aplauso,
cómo se avanza sin publicidad,
cómo se persevera y se muere uno
sin esperanza de un póstumo homenaje.
Cómo se alcanza la gloria desde el silencio,
cómo se es fiel sin enfadarse con el cielo”

(Javier Leoz)

domingo, 28 de junio de 2009


ACTITUDES DE NAZARET (VI)

Sexta actitud: la osadía

La palabra griega que nos lleva a decir a Dios “Padre” es “parresía”. Se necesita atrevimiento, osadía para llamar a Dios, Papá. Pero es que la osadía es una de las grandes virtudes de Nazaret. No temas, ordena el ángel a María y José. No temáis dirá Jesús más tarde. No se puede tener a Dios por Padre, creerlo de verdad, y andar muertos de miedo por los juicios humanos. La osadía de ser de Nazaret, de llamar a Dios “papi” y vivir con María y José siguiendo a su Hijo, sabiendo como sabemos que nos circunda el pecado y la limitación, nos hace hombres y mujeres libres. Literalmente, puedo ponerme el mundo por montera si me creo que Dios es mi Padre y actúa en mi. María podía temer morir lapidada, José podía temer el ridículo social. Pero Nazaret ahuyenta el temor, los miedos humanos. En Nazaret sale el sol y decimos: Abbá. Y se pone el sol y nos despedimos: Abbá.
Jesús aprende a no temer mirando a José. Nosotros aprendemos a no temer viviendo con los tres. Si ellos están con nosotros...¿qué tememos?

Séptima actitud: la fecundidad

María virgen es, por pura gracia, madre fecunda. Dicen los sabios que Dios podía sólo encarnarse en una virgen. Si virgen significa no habitada, cierto. María no está más que habitada por Dios y para que Dios quepa en el hombre, el hombre tiene que tender a la nada. Al desasimiento. Todo es nada. Vaciarse es tarea de toda una vida. Y, desde luego, no es fácil. Cuando has tirado un cacharro viejo por la ventana, se ha colado un gato por la puerta. Vaciarse es la actividad más constante de Nazaret. Nazaret es escuela de humanidad y la humanidad pasa por la soledad. Soledad que duele, soledad que chilla. Soledad, sobre todo, que espera.
Una madre espera nueve meses la llegada del hijo. Sin espera no hay fecundidad y la espera requiere paciencia, abandono, confianza. No sabemos lo que crece en nuestro interior, no sabemos cómo nos hará germinar Dios. Posiblemente, como no esperamos. Pero si dejamos que su Sombra nos cubra, que el sol se oscurezca sobre nosotros, brotaremos.