domingo, 3 de octubre de 2010


NAZARET, TIERRA DE NOSTALGIA


Si sientes nostalgia de Dios, si estás en cualquiera de los estadios en que esa nostalgia se manifiesta, si te sientes vacío de todo o vives una plenitud tan grande que te lleva a intuir que solo es un atisbo de lo que Él, con su Presencia, produce, si vives en sequedad o noche oscura, si no sabes dónde poner el siguiente paso, si no sabes qué camino tomar, si deseas con todo tu corazón esa mano que sostiene y conduce, Nazaret es tu tierra. Nazaret es la nostalgia de Dios. Y qué bueno sería que quienquiera que sienta esa añoranza en cualquiera de sus manifestaciones tuviera al lado un amigo que le invitara: entra en la casa de Nazaret.
La palabra nostalgia significa dolor de verse ausente del propio hogar, la patria o los amigos. Tiene un origen griego que significa algo así como “dolor por la imposibilidad de un regreso que se desea ardientemente”. νόστος, regreso, y –algia, dolor.
Lo sepa o no, la persona, creada por Dios y hecha a su imagen, sólo descansa cuando vive en el Corazón misericordioso de Dios. Cuando ha encontrado el regreso, como el hijo pródigo, y ha sido abrazado por el Padre.
El hogar de Nazaret es el fruto de muchas nostalgias. En ese hogar vemos la añoranza profunda de Dios respecto a sus hijos. Él nos creó capaces de dialogar con él, de mirarle a los ojos, de preguntarle… de completarle. Nos creó porque somos su medida y cuando escogimos otros caminos, cuando nos alejamos de Él, su Ser Todopoderoso se supo incompleto. Por eso nos buscó una y otra vez, por eso imaginó mil maneras de recuperarnos: la Alianza, los profetas, la Torah...y su propio Hijo.
Pero de igual manera que el agua toma la forma del recipiente que la contiene, el Hijo de Dios iba a tomar su forma humana del hogar que lo custodiaría durante años. Los padres escogidos para la Nueva Alianza, José y María, sentían tal nostalgia de vivir con Dios y en Dios que ya su corazón era ardiente Paraíso. Porque la añoranza profunda tiene la virtud de prefigurar la figura del ausente, de hacerlo casi tangible. A veces no hay mayor “presencia” que la ausencia dolorosa.
Podemos sentir añoranza de Dios por tres caminos: porque hemos experimentado su presencia y la hemos perdido; porque nunca hemos experimentado esa presencia – por lo menos de forma consciente – y nos sentimos vacíos. Y finalmente porque sintiendo la presencia de Dios deseamos con mayor intensidad su Ser.
Comencemos por los que viven en el segundo camino. Hoy hay mucha gente que no ha recibido la fe, muchas personas a las que no se les ha acompañado en la experiencia de Dios. Quizá saben nocionalmente algo, incluso mucho de religión. Pero no han bebido del agua que da la vida eterna:

“Quien beba del agua que yo le daré no tendrá más sed: el agua que le daré se convertirá en río de agua viva”.(Jn 4, 14)


La Biblia refleja ese deseo profundo de Dios con la imagen del hombre sediento. Hoy muchas personas viven cerca del pozo, lo llevan en su interior, y mueren de sed. Quizá alguien podría decirles: entra en Nazaret.
Otras personas viven en el primer camino: han tenido experiencia de Dios, han bebido del Agua que da vida pero ahora se sienten “ como tierra reseca, agostada, sin agua” (ps 63,2) Dios, a veces, desaparece de nuestro horizonte y lo hace para que le busquemos con ansia: “Salí tras ti clamando y eras ido…” (San Juan de la Cruz). Otras veces, la mayoría, lo sacamos de nuestra vida con nuestra mediocridad, con nuestro nadar entre dos aguas, con nuestra falta de amor.
La Sagrada Familia se sitúa en el tercer camino: en el de aquellos que habiendo bebido, han sentido crecer la sed. Porque, paradójicamente, la sed de Dios se aviva cuanto más bebemos de Él. Ellos viven las palabras del salmo:

Mi alma se consume y anhela
los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne
retozan por el Dios vivo
.(Ps 83,3)

El hogar de Nazaret es el atrio del Templo. En el Templo habita Dios y en el atrio nos recibe el Hijo, con María y José. No podemos, en esta vida, llegar al Templo santo pero esos pájaros pequeños y audaces que han entrado en el Templo hasta hacer su nido en los altares no son otros que Jesús, María y José:


Hasta el gorrión ha encontrado una casa;
la golondrina, un nido
donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor de los ejércitos,
Rey mío y Dios mío. (ps 83,4)

Ellos gozan de la mayor intimidad de Dios. Pero gorriones y golondrinas no permanecen quietos en el nido. Entran y salen continuamente y, de una forma u otra, señalan el camino, alegran al peregrino. Qué duda cabe que María y José son unos privilegiados pero no guardan para ellos el privilegio. Con su sencillez y humildad se convierten en nuestros faros. En nuestras señales de camino. En nuestra alegría.
Este salmo canta el deseo del peregrino que se dirige al Templo de Jerusalén para entrar en el Templo santo. Es pues, una ascensión. Y toda vida es ascensión, subida. "Subid, hermanos, ascended. Cultivad, hermanos, en vuestro corazón el ardiente deseo de subir siempre (cf. Sal 83, 6). Escuchad la Escritura, que invita: "Venid, subamos al monte del Señor y a la casa de nuestro Dios" (Is 2, 3), que ha hecho nuestros pies ágiles como los del ciervo y nos ha dado como meta un lugar sublime, para que, siguiendo sus caminos, venciéramos (cf. Sal 17, 33). Así pues, apresurémonos, como está escrito, hasta que encontremos todos en la unidad de la fe el rostro de Dios y, reconociéndolo, lleguemos a ser el hombre perfecto en la madurez de la plenitud de Cristo (cf. Ef 4, 13)" (San Juan Clímaco. La scala del Paradiso,).

Otea el horizonte: verás un gorrión, una golondrina que señala el Atrio de Dios: Nazaret. No te quedes en el camino. Bebe de tu propia cisterna (Is 36,16), de tu propio corazón. Dios habita en Él, tu corazón es ya Templo santo y no vas a llegar ascendiendo sino descendiendo. Hazte, como José y María, pequeño cual gorrión o golondrina. Dios alimenta a los pájaros, abandónate. Si no sientes sed, pídela. Si la tienes, bebe.
Sólo en Dios descansa nuestra alma. Mientras a Él llegamos, vivamos en Nazaret, Atrio divino que me permite vislumbrar la Belleza y Grandeza de quien me espera para darme un abrazo. En Nazaret se abrazan Dios y la persona. Y pese a ello, Jesús, porque era auténticamente humano, vivió siempre añorado de Dios. En la cruz muere proclamando lo que nos define: “Tengo sed”.(Jn 19,28)
Esa es mi medida, mi definición: tener sed de Dios, nostalgia, añoranza. Y emprender el camino.