sábado, 21 de noviembre de 2009

viernes, 20 de noviembre de 2009

EL CLAMOR DE NAZARET (VI)
SEXTA PALABRA: RUTINA

La palabra rutina no nos gusta. La asociamos a aquellas cosas que parecen no requerir especial atención o creatividad. Pero lo cierto es que hemos ido creciendo en la forja de la rutina. Recordemos nuestra infancia, nuestra adolescencia y veremos cómo destacan recuerdos luminosos o tristes, sí, pero destacan en un mar de hechos sencillos que, seamos o no conscientes de ello, son los que nos han forjado.
La vida de Nazaret es, sin lugar a dudas, un nuevo génesis, una nueva creación. Con esa vida tan anodina se forja el Salvador. El relato de la Creación, en el libro del Génesis, es un maravilloso himno; hoy sabemos que la creación fue lenta, muy lenta y tuvo algo de invisibilidad; o quizá mucho. No obstante, desde el primer instante estuvo empapada de Luz como lo estuvo la vida de María y José
Qué bien lo percibieron los poetas:

“De una Virgen hermosa celos tiene el sol
Porque vio en sus brazos otro Sol mayor” (Lope de Vega)

Los científicos actuales reconocen no saber explicar casi nada y, mucho menos, la luz. De manera compleja hablan de un orden explicado y un orden implicado. Éste último sería el germen creativo de todo o en palabras de Swimme “un abismo que lo nutre todo”.
La vida pública de Jesús pertenece al orden explicado de la Salvación; mas la vida de Nazaret es el orden implicado, es el misterio insondable germen de esa nueva creación que aún se está expandiendo. Es el misterio que nutre a Jesús en todas su decisiones, en sus afectos, en su voluntad, en sus sentimientos. Es la escuela en la que ha aprendido, de una vez para siempre, que sólo es importante hacer la Voluntad de Dios. Jesús es la más maravillosa “creación” del Misterio de Nazaret. Y Él mismo exige, con su predicación, no ser el único.
En ese misterio nutriente de Nazaret no existe el tiempo tal como nosotros lo concebimos. Para Dios, canta el salmista “mil años en tu presencia son como un ayer que pasó” (ps 90) . Todo está ante Dios y por eso la espiritualidad de Nazaret se yergue sobre el “hoy”. Hoy es día de Creación, hoy es el tiempo de Salvación.
Podríamos poetizar la rutina porque Nazaret es pura rutina. Basta imaginar la vida de una familia normal y corriente que vive en un pueblo desdeñado por todos. En Nazaret no ocurre nada salvo alguna boda, un nacimiento, una muerte o alguna mala noticia que llega del mundo romano. Eso es lo explicado y explicable.
Pero la Santa Familia está recreando el mundo con una fuerza imparable mientras vive – qué tremenda para nosotros la palabra – sometida. A la Ley, a la obediencia…a la rutina. Recrean el mundo anclados en el hoy, fino conducto de tiempo que tiene sabor de eternidad.
El pueblo hebreo había aprendido a vivir pendiente del manná de cada día, había aprendido que sólo es cántico el cántico que se canta cada día. Jesús, en su vida adulta, enseñará a pedir el pan diario y prometerá al buen ladrón que es hoy que se entrega la Salvación. María y José habían reconocido el paso de Dios en sus vidas porque vivían naturalmente aquello que siglos más tarde un no-cristiano, Mahatma Ghandi, formularia:

“Si cuando metemos las manos en el agua para lavarnos o bañarnos, y cuando cocinamos la comida o la comemos, y cuando alineamos columnas de números en la contabilidad o trabajamos la tierra del campo o ejercemos cualquier otra profesión, y cuando hablamos y nos relacionamos con las demás personas en cualquier lugar, no realizamos exactamente la misma vida religiosa que si estuviéramos orando a Dios, el mundo humano jamás se salvará”.

Para la Sagrada Familia siempre fue tiempo de Salvación porque su rutina se elevó como el incienso de la tarde, como la oración más preciada.
Por eso, la rutina aparente de Nazaret es eso: sólo aparente. Para Jesús, José y María todo estaba transido de novedad divina porque Dios, grande y misterioso, requería cada día lo monótono, lo cotidiano de sus vidas para emerger y expandirse. La grandeza de los tres de Nazaret estriba en que supieron beber en su rutina hasta encontrar ese manantial que salta y da vida. Cuando Jesús, años más tarde, hable de dos mujeres que, haciendo lo mismo, merecen trato distinto pues una es tomada y otra dejada ( Mt 24,41) nos está explicando en qué consistió la santidad de Nazaret: santificar el tiempo que se nos da, escuchando los signos débiles de Dios. Sólo la gramática del amor nos permite semejante “milagro”. Sólo desde el amor captamos cómo Dios obra en mí, en el otro, en el mundo.
Para ello, José y María, debieron asumir, desde el principio, que Dios y ellos tenían ritmos distintos y acertaron a acompasar el suyo al de Dios, con lo cual su rutina – el taller, la casa...- se convirtió en la más maravillosa teofanía de Dios. Lo cotidiano amado, lo habitual transido de fe, los capacitó para lo extraordinario. Y Dios se manifestó en María y José, que tejieron día a día su vida sin aspavientos ni alborotos; sin entender mucho, la verdad, pero sobrecogidos de misterio. La rutina se hizo así “capaz de Dios” y el Verbo no pudo hallar cuna más cómoda para nacer.
Lo cotidiano está llamado, desde Nazaret, a ser transformado. A ser transfigurado. Y sólo si amamos nuestros ojos serán capaces de ver al Invisible en la visible sencillez que Dios nos haya asignado. .
Y Dios invadirá nuestra cotidianeidad, como invadió la de José y María, para permitir, casi jugando, que lo encontremos entre pucheros, en la oficina o en la cama de un hospital.
“Dichoso el que no se escandalice de mí” (Lc 7,28) dirá Jesús. Dichoso aquel a quien esa presencia arrolladora de Dios en la vida le basta y le sobra. Ya no es preciso esperar grandes revelaciones. Nazaret es la plenitud de los tiempos. Y esa plenitud nos la alcanza la Sagrada Familia, y en especial Jesús, al enseñarnos que nuestra cotidianeidad es tiempo de salvación.
Nazaret es el paradigma de lo que es el tiempo de Dios. Sólo si vamos a la escuela de Nazaret nos cambian los ojos, la mirada. Y lo ordinario se tiñe para siempre de un valor extraordinario.


domingo, 15 de noviembre de 2009

UNA HISTORIA DE REDENCIÓN