jueves, 5 de enero de 2012


EL TALLER DE NAZARET O LA ESPIRITUALIDAD REPARADORA

Entrar en el taller de Nazaret, cada vez más presente en el arte, es toda una experiencia de sanación. El taller es el lugar de construcción, de trabajo y creatividad. Pero José debía ganarse el pan de los suyos básicamente con una tarea quizá no tan atractiva: reparar utensilios rotos, cachivaches que aún podían servir, herramientas melladas…

En el taller de Nazaret la figura de José cobra un protagonismo total. Y no podía ser de otra manera puesto que él es, en palabras de L.Boff, la personificación del Padre. Dios Padre crea porque no puede hacer otra cosa que crear como expansión de su propio ser. Y repara y venda corazones rotos porque no puede más que amar y “un corazón roto, Tú no lo desprecias, Señor”.

Entrar en el taller de Nazaret supone estar dispuesto a abandonarse en manos del Artesano. Las manos en acción son expresión directa del amor, de un corazón misericordioso que ve en un deshecho la belleza original que tuvo en un principio.

Hoy se ha puesto muy de moda restaurar. No todo el mundo tiene la capacidad para hacerlo pues requiere una infinita paciencia, suma delicadeza y un amor tierno por un objeto que otros han dado ya por inservible. No deja de ser llamativa esta afición a restaurar pues nace en una sociedad de usar y tirar, donde tener ya unos años plantea la necesidad de cambiar la plancha, el coche o lo que sea, pese a estar en buenas condiciones. Pienso que ahora que tan olvidada está la espiritualidad de la reparación Dios nos envía señales: si un mueble restaurado tiene además el valor añadido del inmenso cariño con que se ha reparado…¿cuánto más no vale la persona, reparada con la entrega de Cristo en la Cruz, una entrega que nos restaura a todos aunque no seamos conscientes de ello?

Cuando José tomaba en sus manos un objeto, un yugo, un arado o cualquier otra cosa reconocía su imagen original. Porque hablar de reparar es hablar de tomar conciencia de haber sido imagen de Dios y haberla roto. Por eso voy a Nazaret: porque en ese hogar la imagen de Dios no sólo no se ha roto sino que ha llegado a su máxima expresión: Jesús, José y María son imagen viva de la Trinidad del cielo, son Dios caminando por las calles polvorientas de Nazaret

“ Lo extraordinario no es que aparezca lo nuevo, que lo nuevo irrumpa, invada, surja y conquiste… como nuevo – decía Tillich–. Lo asombroso, es que lo haga “bajo las condiciones de lo que ya existe”. En Nazaret Dios ha entrado “bajo las condiciones de lo que ya existe” bajo una humanidad maltrecha que Jesús viene a redimir. Necesita para ello la mejor escuela, necesita empaparse de los gestos, las miradas y palabras de los que son Inocencia Original, Hombre y Mujer sin tacha: José y María. Así debo asumir mi propia reparación: lo nuevo emergerá en mí desde mi propio ser, con mis límites, mis luces y mis sombras. Pero también yo, por supuesto, necesito sumergirme en la Imagen primigenia.

Entrar en el taller de Nazaret supone por tanto vivir en humildad y abandono. Humildad porque mis deterioros sólo se reparan cuando se analizan, cuando no se ocultan.

“El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia. Bienaventurado el hombre que siempre teme a Dios; Mas el que endurece su corazón caerá en el mal”. Proverbios 28,13-14

Abandono porque “lo que agrada a Dios, dirá Teresa de Lisieux, es verme amar mi pequeñez y mi pobreza, es la esperanza ciega en su misericordia.”. Para que Dios pueda repararme necesita mi “pasividad”, una pasividad que es la acción más profunda de mi corazón pues supone un acto de amor, fe y esperanza a la vez. Sólo así Él « restaura a los abatidos y cubre con vendas sus heridas. »(ps 147,3)

Vamos por la vida rotos, heridos. Algunas veces son las circunstancias, las malas relaciones las que nos hacen sentir abatidos. Pero en esencia lo único que nos rompe, lo único capaz de quebrar la imagen de Dios es el pecado. Ante eso sólo nos queda recordar que “un corazón quebrantado y humillado, Tú no lo desprecias, Señor” (ps 50).

Tengo para mí que Dios disfruta reciclándonos, reparándonos. Espera con ansia nuestra tímida llamada a la puerta del taller para poner su mano sobre nosotros: “Detrás y delante me rodeaste, y sobre mí pusiste tu mano” (ps 139,5). Lo primero, confortar, consolar. Y con esta premisa ya puedo ir preguntándome si yo soy taller para otros, si mi vida sana heridas, si mi mano y mi mirada son reconfortantes, sanadoras.

El taller de Nazaret es ámbito de crecimiento del niño y adolescente Jesús. Allí aprenderá de roturas y estropicios, desgastes y malos usos. Ver a su padre José restablecer la belleza donde había caos va a ir fortaleciendo la vocación de Jesús, pues para eso ha venido. Y cuando esa vocación florezca Él entenderá nuestros quebrantos pues va a vivir también la soledad, la angustia, la traición de los suyos, el silencio del Padre, el fracaso incomprensible. Asumiendo nuestros dolores, “sus llagas nos curaron” (Is 53,5)

El profeta Isaías tiene bellos textos sobre la reparación que Dios obra en nosotros:

"Y los tuyos edificarán las ruinas antiguas;

los cimientos de generación y generación levantarás,

y serás llamado reparador de portillos,

restaurador de calzadas para habitar".

(Isaías 58:12)

¿Qué son los portillos? El diccionario más sesudo habla de abertura en la muralla, hueco que queda en algo quebrado y también puertas pequeñas no muy cuidadas. En definitiva, una abertura, una grieta. Ir al taller de Nazaret supone dejar que Dios “husmee” todos mis portillos, los que quizá ya tengo resecos y los que aún duelen.

Mis portillos pueden ser heridas que la vida me hace pero pueden ser también zonas que, por abandono y dejadez, se han ido deteriorando en mi vida humana y espiritual. La incapacidad de perdonar, la comodidad y pereza espiritual, el abandono de la oración, el deseo de controlarlo todo, especialmente mi vida, la impaciencia, la mentira e incoherencia, el despilfarro de mis talentos, la omisión del bien que estoy llamado a hacer…¡hay tantos portillos! La mirada amorosa de Dios pone de relieve mi imperfección pero Él es el “reparador de portillos” y en sus manos debo abandonarme. Él sabe qué delicada restauración preciso, qué me sana, qué cierra ese portillo por el cual se me va la vida entera. Porque no solemos ser grandes ni siquiera en el pecado. No. Perdemos la vida desangrándonos poco a poco y de forma inconsciente por varios, muchos o un único portillo.

En el taller de José se restauran también “las calzadas para habitar”. En una lectura superficial podemos pensar que las calzadas no son para habitar, que nadie planta en ellas su morada. Pero creo que el sentido de este texto es que las calzadas deben ser habitables, es decir, transitables por su uso habitual. Una calzada por la que nadie pasa se llena de abrojos y matas y muy pronto desaparece. Quizá deberíamos preguntarnos si los caminos que llevan a nuestro corazón son habitables, transitables. Porque no se trata de una nimiedad. Sólo si encontramos el camino a nuestro propio corazón podemos descubrir la Imagen de Dios que habita en mí y podemos alcanzar la Santidad. Quizá por eso podríamos hacer nuestra la oración de la hermana de Lázaro: Señor, el que amas está enfermo (Jn. 11, 3). La podríamos rezar sabiendo que yo soy el amado/a enfermo y que Dios desea alojarse en mi casa para sanarme y rescatarme de las garras de la muerte. Para ello debería hallar un camino transitable. Dios tiene un único camino y ese camino es el nuestro: el amor. “y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros…” (Ef.5:2)

Entrar en el taller de Nazaret es, en definitiva, entrar en una espiritualidad eucarística. Es dejarnos convertir en cuerpo de Cristo y para ello es preciso que Dios nos tome, nos bendiga, nos parta y nos reparta.

Dios me toma. Como un bebé en brazos de su madre así me lleva Dios. La única actitud “normal” es el abandono, la confianza. Aunque pase por valles de tinieblas, Él me ha tomado en sus brazos. Nada puedo temer, nada me puede dañar. Mis heridas son curadas por sus manos sanadoras, por su mirada.

Dios me bendice. Dios dice bien de mí, escruta mi corazón y ve todo el amor que hay aunque a veces yo no lo vea porque no dejo que florezca y crezca libremente. Después que Él me miró “gracia y hermosura” dejó en mí. Él me dice que yo soy un bien imprescindible para el mundo, un tesoro para mis hermanos.

Dios me parte. Porque Dios también duele. Duele cuando desmonta mis tingladillos, cuando deshace mis seguridades, mi mundo de instalación. Si hay algo cierto es que si entras en Nazaret tu mundo se va a desmontar.

Dios me reparte. Curado, sanado, Dios me envía al mundo. Ahora yo debo ser taller para los otros, yo debo ser reparador de portillos, restaurador de calzadas. La mía, la que lleva a Nazaret debe estar limpia y debe ser frecuentada.

Reconozcamos que necesitamos con urgencia ser reparados. Y llamemos al taller de Nazaret. José nos abre la puerta y, tarde o temprano, aparecerán María…y Jesús.

Y el taller será dulce Paraíso.



ORACIÓN DE SANACIÓN



Padre de bondad, te bendigo y te alabo y te doy gracias

porque por tu amor nos diste a tu hijo Jesús,

gracias Padre porque a la luz del Espíritu

comprendemos que él es la luz, la verdad y el buen pastor

que ha venido para que tengamos vida

y la tengamos en abundancia.

Hoy, Padre, me quiero presentar

delante de ti, como tu hijo.

Tú me conoces por mi nombre

pon tus ojos de Padre amoroso en mi vida.

Tu conoces mi corazón

y conoces las heridas de mi historia,

Tu conoces todo lo que he querido hacer

y no he hecho.

Conoces también lo que hice

o me hicieron lastimándome.

Tú conoces mis limitaciones,

mis errores y mis pecados

conoces los traumas y complejos de mi vida.

Hoy, Padre,

te pido que por el amor

que le tienes a tu hijo Jesucristo,

derrames tu santo espíritu sobre mi,

para que el calor de tu amor sanador

penetre en lo más íntimo de mi corazón.

Tú que sanas los corazones destrozados

y vendas las heridas

sáname aquí y ahora de mi alma

mi mente, mi memoria y todo mi interior.

Entra en mi Señor Jesús,

como entraste en aquella casa

donde estaban tus discípulos

llenos de miedo.

Tú que apareciste en medio de ellos y les dijiste:

“Paz a vosotros ”

Entra en mi corazón y dame tu paz.

Lléname de tu amor,

Sabemos que el amor echa fuera el temor.

Pasa por mi vida y sana mi corazón.

Sabemos, Señor Jesús,

que tu lo haces siempre que te lo pedimos

y te lo estoy pidiendo con María, mi madre,

la que estaba en las bodas de Cana

cuando no había vino

y tu respondiste a su deseo,

transformando el agua en vino.

Cambia mi corazón y dame un corazón generoso,

un corazón afable, un corazón bondadoso,

dame un corazón nuevo.

Has brotar en mi

los frutos de tu presencia.

Dame el fruto de tu Espíritu que es amor,

paz, alegría.

haz que venga sobre mí

el Espíritu de las bienaventuranzas,

para que pueda saborear

y buscar a Dios cada día,

viviendo sin complejos ni traumas

junto a los demás,

junto a mi familia, junto a mis hermanos.

Te doy gracias padre,

por lo que estás haciendo hoy en mi vida.

Te doy gracias de todo corazón

porque tú me sanas,

porque tú me liberas,

porque tú rompes las cadenas

y me das la libertad.

Gracias, Señor Jesús,

porque soy templo de tu Espíritu

y ese templo no se puede destruir

porque es la casa de Dios.

Te doy gracias Espíritu Santo por la fe,

gracias por el amor que has puesto en mi corazón,

¡qué grande eres Señor Dios Trino y Uno!

Bendito y alabado seas, Señor.

Oración del P. Emiliano Tardif