Trasteaba, y trasteo muy
poco, por la cocina. Y me vino a las manos un embudo…que, sin esperarlo, me
habló. Mirando esa pieza de menaje vi, de pronto, reflejado el corazón humano. Tenemos una
ancha boca para recibir los dones de Dios que, además, nos parecen naturales.
Pero nunca logramos hacerlos nuestros del todo, siempre tenemos agujeros por los que se
va tanto bien recibido, tanta Gracia, tanta Bondad y Misericordia. ¿Quién no
tiene un agujero que constituye su dolor, su limitación o, quizá, su
inconsciencia?
Pero también podemos
darle la vuelta al asunto porque…Dios también ama los corazones-embudo. Él sabe
cómo somos, conoce nuestros agujeros. Y sigue derramando la Gracia sin medida,
sin mesura, con una asombrosa generosidad. Porque en el fondo sabe cuán útil es
un embudo en la cocina. ¿Quién no ha intentado alguna vez, porque quizá no lo
encontraba, llenar una botella sin embudo para comprobar que, sin él, derramaba el líquido?
Porque el embudo, en su
humildad, no se queda nada para él. Todo lo que recibe lo da. Es puente que facilita
a otros la abundancia. Quizá Dios dice: Dejen de lamentarse por sus agujeros
porque es a través de ellos que les llega a otros mi Gracia.