ASCENSIÓN DE JESÚS AL CIELO
Por su parte, los once discípulos marcharon a Galilea, al
monte que Jesús les había indicado.
Y al verlo le adoraron; algunos sin embargo dudaron.
Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado
todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las
gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y
enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado.
Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el
fin del mundo.» (Mt 28,16-20)
Dice un
filósofo nada sospechoso de beatería que “la
verdadera génesis no se encuentra al principio sino al final” (Ernst Bloch)
Y hoy la
Iglesia celebra la fiesta de la Ascensión
de Jesús a los cielos para presentarnos ese final, esa meta que está en el origen de
cualquier actuación del cristiano. La sabiduría popular ha llamado a esa
realidad “cielo”; otros prefieren decir paraíso y otros… callan.
Nuestra
sociedad ha anulado de su imaginario la muerte. Agarrados a la vida, vemos la
muerte sólo como desgracia, como una ladrona que nos roba lo que más queremos.
Y la hemos convertido en tabú, como hace años lo era el sexo.
Pero al
silenciar la muerte, hemos silenciado también el cielo. Y al callar sobre éste,
hemos convertido a Jesús en un compañero de camino, en un camarada. Y estamos
estafando, incluso en las catequesis, el sentido último de la existencia.