sábado, 1 de febrero de 2014

CONSAGRADOS AL SEÑOR



Cuando se cumplieron los días en que debían purificarse, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor,  como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor  y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Era un hombre justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo.  El Espíritu Santo le había revelado que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor.  Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él,  le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
«Ahora, Señor, puedes, según tu palabra,
dejar que tu siervo se vaya en paz;
 porque han visto mis ojos tu salvación,
 la que has preparado a la vista de todos los pueblos,
 luz para iluminar a las gentes
y gloria de tu pueblo Israel.»

 Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él.

lunes, 27 de enero de 2014

NO ME ESCONDAS TU MIRADA



Me contaba un día una madre que ella en casa, cuando su hijo pequeño se portaba mal, no necesitaba gritar ni castigarlo. Sencillamente, durante una mañana o una tarde – nunca era más – no lo miraba. Trasteaba por la casa, le daba de comer, lo vestía…pero no lo miraba. Hasta que el pequeño – que al principio era tozudo como una mula y no reconocía lo que había hecho  mal – se deshacía en llanto. Entonces la mamá se acercaba, lo consolaba y le hacía todas las reflexiones. Y el pequeño aceptaba todo con tal que la mamá lo volviera a mirar.
Reconozco que me pareció “dura” la postura de la madre. Necesitamos que nos miren, que no nos nieguen la mirada! No podemos vivir sin la mirada de quien amamos.
Y es lo que el salmista pide a Dios: no me escondas tu mirada.(salmo 102,3)
No le pide verlo sino ser visto. Como ese niño que, posiblemente, no miraba mucho a su madre pero sí se sabía mirado por ella.
 “El mirar de Dios es amor”. Quizá porque sólo puedo vivir en el amor, mi vida no subsiste sin el mirar de Dios. A veces nuestra mirada se distrae y no le busca. Nos entretienen juguetes y distracciones.

Basta tener la certeza de que, siempre, Dios nos mira y nos ama. Orar es, simplemente, tomar conciencia de esa mirada. Dejarnos mirar. Y mirarle.