«He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya
hubiera prendido! 0 Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado
estoy hasta que se cumpla!
«¿Creéis que estoy
aquí para poner paz en la tierra? No, os lo aseguro, sino división. Porque desde ahora habrá cinco en una casa y
estarán divididos; tres contra dos, y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y
el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la
suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.»
Decía también a la
gente: «Cuando veis que una nube se levanta por occidente, al momento decís:
`Va a llover', y así sucede. Y cuando
sopla el sur, decís: `Viene bochorno', y así sucede. ¡Hipócritas! Sabéis explorar e aspecto de la
tierra y del cielo, ¿cómo no exploráis, pues, este tiempo?
«¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo
que es justo? Cuando vayas con tu
adversario al magistrado, procura en el camino arreglarte con él, no sea que te
arrastre ante el juez, el juez te entregue al alguacil y el alguacil te meta en
la cárcel. Te digo que no saldrás de
allí hasta que no hayas pagado el último céntimo.» Lucas (12,49-59):
El domingo pasado leíamos tres parábolas de ausencia. Y esa ausencia de
Cristo es, en este domingo, una presencia tan fuerte que se convierte en fuego
que abrasa y cauteriza las heridas.
EL FUEGO
En muchas culturas el fuego, por
lo que tiene de inaprensible y potente, es símbolo de la divinidad. Y con este
sentido se usa, tanto en la escena de
Pentecostés como en la frase inicial de este fragmento; porque Jesús ha venido
a traer el fuego del Espíritu.
Un fuego que contagia la pasión
por el Reino, que purifica de todo mal, que enciende los corazones para el
bien, que conforma el alma en el molde del corazón de Cristo; un fuego, un
Espíritu, que en Jesús se revela en el ansia por cumplir la Voluntad del Padre
y en la cercanía amorosa con los más necesitados. El Fuego que enciende Jesús
en nuestros corazones al hacer camino con nosotros es “dulce huésped del alma, suave
alivio, descanso en el
trabajo, alegría en nuestro llanto. Es fuego que
penetra hasta lo más hondo, purifica nuestras manchas, enciende nuestra aridez, sana nuestras heridas, elimina
con su calor nuestra frialdad y corrige nuestros desvíos”...
Pero es fuego. Y quema. Quema
orgullos y soberbias, protagonismos e intolerancias…Los Tres de Nazaret
vivieron siempre encendidos en este Fuego.
LA PAZ DE DIOS Y EL CONFLICTO
Todos ansiamos la paz y, unos más
y otros menos, tememos el conflicto. Pero lo que queda claro es que la paz de
Jesús no es la que da el mundo y, por lo mismo, llegar a obtenerla pasa por
entrar en conflicto con ese mundo, chocar con él, sentir el desgarro del corazón
cuando se hace preciso optar. Porque Jesús pone de relieve actitudes de nuestro
corazón que son incompatibles, luces y sombras propias; y también la llamada a
ser profeta.
Por el bautismo todos somos
profetas. Enviados de Dios para ser la conciencia del pueblo. El evangelio de
hoy nos llama a “ser conflictivos” a denunciar lo que nos deshumaniza, a no
callar ante la injusticia, a ver las cosas bajo otra Luz…
La paz de Dios nada tiene que ver
con la calma y la tranquilidad. Puede ser muy dura y llegar envuelta en
soledad. Pero es paz.
LOS SIGNOS Y SU LECTURA
Jesús pone de relieve nuestra
ceguera esencial. Sabemos ver si lloverá, si nacen las flores o vienen coches
por la carretera vecinal. Sabemos ver cosas y personas pero nos cuesta ver la
Mano que los guía.
Jesús nos quiere adultos en la
fe. Y nos dice que juzguemos nosotros. No pidamos recetas, hay que ir leyendo
la vida día a día. Es preciso “explorar este tiempo”.
Porque lleva oculta una gran
riqueza; la posibilidad de ser santos. Basta con saber leer los signos que nos
guían.