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miércoles, 15 de enero de 2014

PENSAMIENTOS






La existencia de Jesús durante estos 30 años no fue menos plena y fecunda para la obra de la Redención. ¿Y de qué se alimentaba esa vida:? Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado (Jn. 4, 34). 
En Nazaret, por una parte, se valora el rechazo de lo espectacular y de la eficacia inmediata; por otra parte se acepta la ley de la maduración vital: los tiempos de silencio y de “inutilidad” preparan la acción fecunda. Pero esto no se vive sino desde dentro de la fe.


Jean Laplace, S.J., Diez días de Ejercicios,

martes, 31 de diciembre de 2013

VISITA A NAZARET EN AÑO NUEVO



AÑO NUEVO COINCIDE EN MIÉRCOLES, QUE NUESTRO CORAZÓN VISITE LA CASA DE NAZARET, QUE NO FALTE A LA CITA... 

Sagrada Familia de Nazaret, Jesús, María y José. Con confianza de hijo vengo a vosotros para estrenar en vuestra compañía un nuevo  año, un nuevo tiempo que, por Gracia, estoy llamado a vivir al ritmo y estilo de Nazaret.
Enseñadme a estrenar, no el tiempo del calendario, sino el del corazón. Enseñadme a vivir el minuto con valor de eternidad y a descubrir la eternidad en cada minuto.
De ti José, quiero aprender el valor del silencio, de la custodia de la familia, del trabajo bien hecho: enséñame a amar sin protagonismos. De ti, Madre, quisiera aprender a aceptar los desafíos de Dios entonando el Magnificat; dame tu fidelidad y llévame del hogar de Nazaret a la Cruz para resucitar con tu Hijo. Y tú, Niño de Belén, transforma mi corazón para que no se endurezca, para que no se enorgullezca, para que no se pierda. Que no pierda la ternura y que, aunque pasen los años, conserve  siempre un corazón de niño. Que al concluir el año que hoy comienza también yo, como tú, haya pasado haciendo el Bien. ¡Hazme semejante a ti! Pongo a tus pies este año para que en él me moldees.  
Sagrada Familia de Nazaret, enseñadme que es en el día a día que se me permite acercarme a Dios, conocerlo, amarlo y servirle más y mejor. Enseñadme que es en el tiempo que voy viviendo ya la eternidad. Que el 2014 sea en mi corazón un preludio de cielo. No porque no tenga problemas sino porque los vivo con ustedes.

Bendecid mi familia (nombrar a todos los miembros), bendecid todas las familias del mundo y bendecid la gran familia de Nazaret. Que con la ayuda de San José Manyanet y M. Encarnación seamos todos un nuevo Nazaret.  

jueves, 19 de diciembre de 2013

MIÉRCOLES: VISITA ESPIRITUAL A NAZARET


(Siguiendo la tradición de San José Manyanet, todos los miércoles nuestro corazón visita “!a Casita de Nazaret”) 
                    VISITA ESPIRITUAL A NAZARET

Jesús, José y María, vengo a vuestro hogar para amaros y aprender  todo lo que queréis enseñarme. Me acerco a vosotros con la humildad del discípulo que quiere hacer de Nazaret su escuela, su hogar, su taller y su templo. Tengo poco que ofreceros pero cuanto tengo es vuestro. Con lo que tengo, con lo que soy, quiero hacer cuanto Él me diga. 
No permitáis que me desaliente en el camino emprendido.  Reconociendo mi pequeñez y que nada puedo por mí mismo, me pongo en vuestras manos; conocéis   mi corazón y sabéis qué necesita. José, tú que enseñaste al Creador a trabajar enséñame a mí a trabajar mi corazón para que le agrade. Enséñame a ser como esa madera que en tu taller transformabas. Yo me abandono en Dios para que pula mi corazón y lo convierta en instrumento de salvación. María, concédeme el don de meditar y guardar su Palabra y haz que, como tú, sea capaz de pronunciar siempre el “Hágase”. Y tú, Jesús, que creciste en Nazaret, acógeme en Nazaret para que como Tú crezca cada día en santidad. Haz en mí tu mayor milagro.

Sagrada Familia de Nazaret bendecid mi familia (nombrar a todos los miembros), bendecid todas las familias del mundo y bendecid la gran familia de Nazaret. Que con la ayuda de San José Manyanet y M. Encarnación seamos todos un nuevo Nazaret.  

martes, 22 de octubre de 2013

JESÚS APRENDE (y III)


                                        EL CENTURIÓN DE CAFARNAUN. Lc 7,1-10

El centurión de Cafarnaún viene definido como un hombre que ama mucho. Ama mucho a su criado enfermo y ama al pueblo que, supuestamente, domina.
Enterado de la presencia de Jesús en Cafarnaún, el centurión se vale de sus contactos para pedir la curación de su siervo. Pero este valerse de los ancianos, las autoridades judías  de Cafarnaun, es también un gesto de delicadeza para con Jesús, como lo será la insistencia en que no vaya a su casa. Según la ley judía si Jesús hubiera entrado en casa del centurión hubiera quedado impuro. (Resulta muy curioso que sean las mismas autoridades judías quienes le instan a transgredir la ley religiosa. ¿Nos hallamos ante una interpretación más flexible de la ley o ante una demostración del interés de estar a bien con los romanos por encima de las propias leyes? ¿Hubieran entrado ellos en casa del centurión?)

martes, 15 de octubre de 2013

JESÚS APRENDE (II)


DE LA MUJER CANANEA... (Mc 7,24-30)


Jesús cruzó las fronteras de Israel en contadas ocasiones. Parece tener claro que ha sido enviado al pueblo elegido y, básicamente, es él el destinatario de su obra y su predicación.
Pero Marcos nos relata el momento en que Jesús, al decir de Mariola López, “ensanchó horizontes”.  A Jesús le precedía ya la fama e intenta pasar desapercibido en esa excursión a Tiro. Pero una mujer, urgida por el amor a su hija enferma, le acecha. Y tan pronto Jesús sale de la casa, la mujer se postra, suplicante, a sus pies.
Jesús, en un primer momento, rechaza la petición: “Me debo a los hijos, al pueblo elegido. No está bien que alimente a los perrillos con el pan que es de los hijos”.
La mujer no acusa el golpe. Porque Jesús no debió decir perrillos, ni cachorros, sino “goyim”, perros, que es como los judíos designaban peyorativamente a los paganos.
Esta mujer es atrevida e inteligente, audaz, osada hasta los límites. Tiene la “parresía” – el atrevimiento- que nos permite a los cristianos rezar el padrenuestro. Acepta las palabras de Jesús sobre ella y no las discute (primera lección: no discutir con Jesús) pero presupone que el banquete de los hijos, el festín mesiánico es tan abundante que habrá para todos. No enmienda la plana a Jesús pero le obliga a ir más allá.  Su humildad y valentía y, sobre todo, su fe, hacen caer en la cuenta a Jesús que también los paganos están llamados al banquete. Su predicación y su obra son para todos – aun cuando se reconozca la primacía de Israel- porque en la mesa del Padre caben todos. La misión de Jesús acaba de alcanzar su justa medida: la no-medida.
No sé porqué, me viene a la memoria las numerosas críticas que recibieron los famosos tres tenores. Alfredo Kraus, Plácido Domingo y Josep Carreras se empeñaron en ofrecer ópera al pueblo. Ellos mismos dudaron pero les pudo la pasión y el amor. Los entendidos, la gente culta, fue demoledora: para disfrutar con la ópera, para “entenderla” hacía falta una seria formación musical. Tan seria que sólo una élite de elegidos la poseía; esa élite que llenaba los liceos y palacios de la música y que, desde  luego, no eran del pueblo. Tuvieron que rendirse – algunos aún no lo han hecho y siguen hablando de la traición que los tres han realizado a la ópera- a la evidencia: los tres tenores entusiasmaron al pueblo con las mejores piezas de ópera.
Quizá de manera irreverente pienso que al principio Jesús vive su misión desde  la sacralidad del pueblo de Israel. Pero esta mujer rompe sus prejuicios y le enseña que la ópera es para todos. En todo caso “sólo” primero para Israel pero el banquete también alcanza para los paganos.
Jesús acepta sus palabras y le reconoce la autoridad, nacida del amor, para “corregirlo”:
“Por haber hablado así, vete, el demonio ha salido de tu hija” (7,29)
Confrontado con la sabiduría de una mujer humilde, Jesús acaba d ensanchar el horizonte de su misión.

Y el milagro se produce. En la niña enferma…y en Jesús.   

miércoles, 9 de octubre de 2013

JESÚS APRENDE (I)


Nunca había caído en la cuenta que, al igual que nosotros, personas adultas que seguimos descubriendo cosas, aprendiendo cada día, madurando y creciendo por dentro, Jesús tuvo la misma experiencia.  He caído en ello gracias a un precioso libro, “Ungidas”, de Mariola López, que recomiendo vivamente. Y a partir de un comentario suyo he ido al evangelio para ver a Jesús adulto seguir aprendiendo, seguir creciendo. Su vida espiritual no se estancó en ningún momento y también las personas y los hechos fueron, como lo son para nosotros, mediaciones de Dios.
Damos por sentado que Jesús aprendió de José y María su humanidad. Pero situamos normalmente ese aprendizaje en esos años ocultos y, sobre todo, en esos años – niñez, adolescencia…- en que, por supuesto, toca aprender.
Pero Jesús es el  Maestro. ¿Cómo no va a valer para Él lo que todos los maestros de pacotilla que somos nosotros, afirmamos con rotundidad?  “Siempre aprendo de mis alumnos”. “Me enseñan más ellos que yo a ellos”. “Cada día se aprende algo nuevo…si se quiere aprender”. “Aprendemos juntos”. “Si se quiere, hasta del enemigo aprendemos”. Muchas frases afirman una experiencia universal: aprender es propio de la naturaleza humana y nada tiene que ver con edad o situación.
Veamos algunas situaciones en las que Jesús aprende.

lunes, 30 de septiembre de 2013

NAZARET, PARADOJA DE DIOS



Puesto que la experiencia de Dios es algo absolutamente personal cabe el peligro de hacer un Dios a nuestra medida o, por lo menos, contentarnos con la “parcela” descubierta y vivida de Dios y tender a presentarla como verdad única e irrefutable. Quisiera huir de estos peligros en el momento de hablar de Nazaret. Desde el s. XIX, a través de muchos fundadores, ha comenzado, de forma imparable, a desarrollarse la espiritualidad de Nazaret que es, a la postre, la única espiritualidad que nos legó el Nazareno.
Pero después de subrayar muchos aspectos que nos acercan a ese Nazaret que podemos vivir en nuestra cotidianeidad, es justo que presentemos el aspecto inaprensible de Nazaret. De lo contrario falsearíamos piadosamente el aspecto central, con el misterio pascual,  de nuestra fe.
Nazaret es pura paradoja. Es sí, cercanía, proximidad de un Dios que se hace uno de nosotros; que nace, crece, aprende, sufre y muere. Es día a día, anonimato e irrelevancia. Grandeza de lo ordinario santificado, familia y lazos de amistad. Pero Nazaret es, al mismo tiempo, el Misterio más inalcanzable para mente y corazón humano. Nazaret es Misterio máximo pues es misterio de Encarnación. Es realidad que no podemos captar con los sentidos, es verdad incomprensible.
No hay palabra humana que pueda expresar totalmente a Dios y, por lo mismo, por mucho que escribamos y digamos de Nazaret, nada puede explicar Nazaret. Hablamos de forma analógica de Dios, hablamos de Él por lo que sabemos de nosotros, de nuestra existencia. Pero Dios es siempre “más allá”, es el Inefable (aquel de quien no se puede hablar). Sólo podemos comprenderlo como incomprensible. Vivir en Nazaret supone dar vida a las palabras de San Juan de la Cruz:

“Entréme donde no supe
y quedéme no sabiendo
toda ciencia trascendiendo”

Dios va llamando cada vez más a muchas personas a vivir en Nazaret. Y uno entra sin saber muy bien, sin adivinar qué nos quiere revelar Dios de Él mismo – pues cuanto de él conocemos es don suyo- . Llega un momento en que quizá lo único que sabemos es que estamos en él “no sabiendo” porque trasciende toda ciencia, va más allá de cualquier conocimiento.
No podemos por tanto reducir Nazaret. Nazaret es el espacio en que Dios se manifiesta y pese a ello, no entendemos. No obstante, es importante permanecer. Vivir en Nazaret hasta que vivamos la experiencia de “no entender, entendiendo” como canta San Juan.
Recurriendo a Santa Teresa, tan devota de la humanidad de Jesús, sabemos que Dios “como nos ama se hace a nuestra medida”.

Pero ¡ni esa medida alcanzamos!. Por eso, vivir en Nazaret presupone una actitud básica: la adoración. Sin esa actitud interna estamos creando un dios de caramelo. Un Jesús compañero, amigo y colega, nada más.
Dice J. A. Pagola que no hay tanta crisis de fe como de sentimiento religioso. No es difícil creer cuando las mismas ciencias reclaman el concurso de un Creador para poder explicar la maravilla que nos envuelve y sustenta. Pero es difícil a la persona del s. XXI tener una actitud religiosa, sentir la propia pequeñez y admirar la grandeza de Dios. Siempre me ha resultado difícil aceptar que nuestra capacidad de admiración no haya crecido con nuestro conocimiento. El hombre que escribe el salmo 8 (Qué admirable es tu nombre en toda la tierra…¿qué es el hombre para que te acuerdes de él?) tiene una visión risible para nosotros del mundo que lo envuelve. Y se asombra de los astros, el cielo…la luna y las estrellas, hasta experimentarse pequeño. Nosotros sabemos más del Universo e ignoramos a su Creador.
Adorar es admirar la grandeza de Dios, sentirnos pequeños. Rendir intelecto y sentidos.

Eso es, en el fondo, lo que hace difícil la espiritualidad de Nazaret. Vivir adorando, vivir rendidos a  la grandeza infinita del Dios que ha querido hacerse a nuestra medida. 

lunes, 10 de junio de 2013

A VUELTAS CON LOS DEFECTOS DE UNA FAMILIA SANTA



Ya en otra ocasión hablé en este blog de los defectos de la Sagrada Familia. Me parece que tener defectos es un don que Dios nos ha dado (aunque en términos generales nos empeñemos en considerar que es una humillación) y no estaría bien que la Sagrada Familia no lo hubiera disfrutado…
Tener defectos es, además, un regalo especialmente comunitario. Crecemos en comunidad – familiar, religiosa- y los defectos ajenos son fuente inacabable para crecer en virtudes. También nuestros propios defectos se ponen de relieve en comunidad, ya sea porque alguien nos los señala, ya porque se hacen evidencia en el trato.
Son esos pequeños defectos a los que no solemos prestar mucha importancia: impuntualidad, desorden, tono altanero, tendencia a inhibirse, afán de protagonismo, imprudencia, temeridad, agresividad, murmuración, genio vivo…en fin, toda esa lista de cosas que solemos liquidar con un “yo soy así”. “Cuánto disgustan a Dios esas faltas que los mediocres llaman poca cosa” dice Manyanet. En “Escuela de Nazaret” San José Manyanet tiene preciosos y serios avisos contra los defectos pequeños y consentidos y afirma rotundamente que son el camino directo a la mediocridad y al letargo del espíritu.
Por eso creo que la Sagrada Familia fue una comunidad en la que también hubo que limar asperezas, corregir defectos temperamentales, aguantar con paciencia los ajenos. En esa familia fueron todos una enseñanza para el otro y también un ejercicio de las propias virtudes.  Recuerdo que, cuando niña, con frecuencia me ponía nerviosa mi madre. Y ella, que lo notaba, me exigía paciencia con sus defectos – pues aceptaba que los tenía y no pedía que por ser madre y quererme mucho yo se lo encontrara todo bien- diciéndome que los aprovechara para hacerme santa. Lo decía de manera sencilla, con un refrán catalán: “si sant vols ser, algú te’n ha de fer” (“si santo quieres ser, alguien te tiene que hacer” …sería una traducción aproximada) aunque luego añadía con sorna: ¡y qué mayor gozo para una madre que hacer santa a su hija!. Ya mayor esa frase de mi madre sigue muy presente en mi vida.
Me sorprende a veces que sigamos aferrados a una imagen hierática de las Sagrada Familia. Son, en la devoción popular, personajes planos: santos al principio, santos al final. En nuestra mente no evolucionan, no se superan, no crecen. ¡Y el verbo que define lo que Jesús hacía en Nazaret es “crecer”! Este hieratismo hace que estos personajes no tengan nada emocionante que ofrecernos salvo lo que les ocurre desde el exterior: buscar posada y no encontrarla, la persecución de Herodes, la vuelta a Nazaret…
Yo me imagino que lo apasionante de los Tres de Nazaret es la aventura interior que vivieron personal y familiarmente con Dios. Esa aventura los tuvo que cambiar radical y continuamente en su generoso afán por empujar la venida del Reino. Y eso, precisamente eso, es lo que más nos cuesta aceptar, prefiriendo muchas veces los clichés.
De todos ellos quizá el que más me molesta es el que afecta a Jesús y que lo convierte en un niño dócil, obediente, sumiso…encantador… pero casi tonto. Porque los niños no son así y si por casualidad nos encontramos con alguno así, los educadores nos preocupamos.
Por eso me ha encantado encontrar un cuadro en el que María da, literalmente, una paliza al niño. Que es hijo de Dios, sí, pero también suyo. ¿Qué habría hecho Jesús? Quizá, curioso, llevaba varias veces acercándose a ese borde de precipicio en el que corría peligro de caerse y sobre el que tantas veces había sido advertido: no te acerques…Pero los niños nunca ven el peligro y Jesús fue niño-niño de verdad. ¿Qué haría? Cualquier cosa que enfadó a  María, seguro. Me hace sonreír que mientras la Virgen mantiene su corona, la del Niño haya rodado por los suelos. Eso me lo humaniza, me lo acerca. Es, simplemente, un niño en apuros.
El cuadro, de Ernst Max, causó revuelo en 1926 y fue censurado. Presentaba una Virgen demasiado "humana" aunque hoy molesta más que pegue al niño, que lo castigue físicamente. De hecho, he realizado un pequeño experimento y lo he puesto en un pasillo del colegio. Junto a otros que presentan a la Virgen en actitud orante o bordando inacabables labores. Todos los comentarios, de profesores y alumnos, han sido negativos: “No me la imagino para nada así”, “No me gusta, la Virgen no debía perder la paciencia como cualquier madre”, “seguro que el Niño Jesús no hacía trastadas” o “yo lo veo como una falta de respeto”.
A mí en cambio me habla de humanidad en perfección. Me habla de corregir  y aprender. No estoy a favor de las azotainas pero me habla de una familia normal donde la madre se enfada y pierde la paciencia con los defectos del hijo, tantas veces avisado.

Aprovechemos nuestros defectos y los ajenos. Los nuestros nos acercan más a Dios, porque nos hacen humildes. Los ajenos pueden alcanzarnos la santidad.

domingo, 5 de mayo de 2013

NAZARET Y LA EUCARISTÍA (III)


                                                 EL LAVATORIO DE LOS PIES


La fina sensibilidad de Juan rescató del olvido un gesto de Jesús que los sinópticos no relatan. El último acto libre de Jesús es un acto de servicio, una acción que sintetiza cómo debe vivir un cristiano.
En el marco de la institución de la Eucaristía, Jesús se levanta de la mesa que preside, se despoja de su manto – ese que luego sortearán- se pone un delantal y comienza a lavar los pies de los discípulos. Este gesto nos remite a la Encarnación por la cual el Hijo de Dios no se aferra a su dignidad, deja su manto de la divinidad y desciende, se agacha para lavarnos a todos del pecado. Si en vida fue un humilde artesano ahora, de forma intrínsecamente unida a la Eucaristía, nos ama hasta el extremo y toma la condición de esclavo. Porque lavar los pies era el servicio de un esclavo y Pedro, que pese a su amor por Jesús, comulga con el pecado estructural de la desigualdad, se indigna. Para Pedro todavía hay amos y siervos, tareas dignas e indignas.
El icono del lavatorio de los pies ha sido identificado por la comunidad cristiana como una llamada al servicio sin límites. San Ignacio dirá que es preciso “ en todo  amar y servir”. Y un hijo de San Ignacio, pero sobre todo un hombre evangélico,  ha escandalizado hace poco a ciertos sectores por agacharse a lavar los pies sin distinción de credo ni sexo…
Nazaret es escuela de servicio. José despierta del sueño en que el ángel le indica lo que debe hacer y se desposa con María para hacer de su vida servicio a ésta y al hijo que lleva en sus entrañas. Y María, tras recibir el anuncio angélico, sale diligente a servir a su prima Isabel. El camino que hace de Nazaret a Ain-Karem, con el Hijo en su seno, es la primera y más bella procesión de Corpus de la historia de la Iglesia. Si José es el Custodio, María es la Custodia que lleva a Cristo a los otros. Aquellos que vivimos en Nazaret debemos llevar siempre Cristo a los otros…
Las almas nazarenas son almas eucarísticas. Jesús se convierte en el centro que las des-centra de sí mismas y salen siempre de sí para vivir en servicio de.  Servicio viene de servus. El Siervo de Dios es un título de enorme prestigio en el Antiguo Testamento. Para el hombre bíblico no hay mayor honor que servir a Dios. Pero Dios siempre nos pregunta dónde está nuestro hermano…
Jesús, fiel al misterio de la Encarnación, deja claro que para servir a Dios no hay otro camino que servir a la persona. Quien quiera vivir a lo divino será siempre enviado a servir. Porque Dios ha querido encarnarse no sólo en Jesús de Nazaret. Dios, en Jesús, ha prolongado y ampliado su Encarnación al identificarse totalmente con cualquier persona: a mí me lo hacéis, dice en su evangelio.
Si Jesús adulto es capaz de lavar los pies a sus discípulos es porque en Nazaret aprendió a centrar la vida en lo único necesario, a amar hasta el extremo y a dar la vida como respuesta a las necesidades de las personas y como respuesta personal al infinito amor de Dios que lo reconoció como Hijo.  La liturgia del Jueves Santo ha dignificado el gesto del lavatorio. Me gustaría poder devolverle por un momento su crudeza original. Quizá nos baste pensar que besar los pies tiene, en sí mismo, un punto de “fealdad” que hemos cubierto al sacralizar el gesto. Pies sucios…¿a quién le apetece besarlos?. Puedo besar el rostro, los labios, las manos…pero ¿los pies? Sólo se me ocurre un contexto en el que pueda una persona querer besar los pies: el contexto de una pareja que se ama tanto que se entrega en totalidad. El contexto en el que no hay una parte de cuerpo que no se desee acariciar para expresar ese amor total. El contexto esponsal.
Cristo se ha desposado con la humanidad. Y besa con amor tierno esa parte mía que puede humillarme. Pero luego me sonríe y me pide que me despose con el mundo. Y que bese el mal para redimirlo. Eso es Nazaret: el beso que redime y limpia.  

viernes, 1 de febrero de 2013

NAZARET Y LA EUCARISTIA (II)


Lo ordinario. El pan es un elemento común. Y común es la vida que se vive en Nazaret. Dios no quiso revelarse en el esplendor del Templo ni en la magnificencia de un palacio. Dios se revela en una familia anodina, lleva una vida común, vive en un pueblo irrelevante. Anodina, común e irrelevante son palabras clave en la espiritualidad de Nazaret. Y para quedarse entre nosotros Jesús escoge el pan. No un manjar exquisito de cocinas cinco estrellas sino algo común, cotidiano. No obstante, el fino sentido común de todo pueblo ha hecho del pan el centro de toda alimentación. Por eso hablamos de “ganarse el pan” y no la langosta o el caviar. De una manera u otra hemos descubierto lo esencial. ¿Por qué nos cuesta tanto descubrirlo en el plano espiritual? 

En las mesas, el pan es habitual. Para un cristiano, la Eucaristía debe ser habitual. Necesaria. Vivida con serena profundidad, con gratitud y normalidad. Porque en el fondo no deja de ser “normal” que Dios ame hasta el extremo. Por eso pienso que debe fastidiarle enormemente esa catequesis tan mal hecha que ha “engrandecido” tanto el hecho de ir a comulgar que ha acabado alejando a muchísimos creyentes que desean encontrarse con Dios…pero no se atreven a acercarse porque siempre, siempre, se hallan indignos. Cada vez que leo aquello de “más os valdría  que os colgaran una rueda de molino al cuello” me vienen a la memoria todos esos avisos que a veces se dan sobre la necesidad de ir a comulgar con ciertos requisitos. Y voy viendo como algunos se van sentando…

Habría que hacer una catequesis del valor de lo ordinario, lo común, lo de cada día. Y concluir que Dios es para cada día, que la Eucaristía es para cada día. No para los días de fiesta. Que es pan, no caviar.

sábado, 26 de enero de 2013

NAZARET Y LA EUCARISTÍA (I)


He tenido la inmensa suerte de que, desde pequeña, el capellán de mi colegio me grabara a fuego una frase: “La Eucaristía es la universalización de la Encarnación”. La puerta del sagrario de la Cova (Manresa) reproduce un bello esmalte del nacimiento de Jesús. Ante él se me dijo, muchas veces, esa frase que, a muchos años de distancia, sigue resonando en mi interior; por eso sé que acercarme a comulgar es, en cierto modo, acercarme al hogar de Nazaret para vivir, yo también, en Nazaret, para ser yo misma encarnación de amor para el mundo actual. Hoy quisiera comenzar esta reflexión con algunas ideas. Aunque no sé si es muy preciso llamar “idea” a aquello que, lentamente, va surgiendo en la oración hasta convertirse en luz que ilumina de forma sorprendente una realidad... que llevabas viviendo toda la vida.
¿Qué conexión hay entre Nazaret y la Eucaristía?
Un silencio que es levadura. A menudo seguimos sorprendiéndonos por los 30 años de Jesús en Nazaret. ¿Y los siglos de silencio encerrado en un pequeño sagrario?  El anonimato de Nazaret casi es “de poca monta” frente a tantos sagrarios callados, ignorados, silenciados. ¿Nos hemos parado a pensar alguna vez, cuando sobrevolamos en avión alguna ciudad, los sagrarios que puede haber esparcidos por ella? O cuando viajamos y vamos pasando pueblito tras pueblito…¿contamos alguna vez los campanarios que ocultan la grandeza del Oculto? Dios sigue ahí, en este Nazaret actualizado. Y si Dios creció en Nazaret es normal que las almas crezcan bajo el manto de silencio del sagrario que siempre fue la forja de los grandes santos. Nazaret es el hogar más santo y la Eucaristía es la prolongación de esa presencia entre nosotros de Aquel que llamamos Altísimo; un nombre que, dicho sea de paso, no le hace favor. Porque Él es el que se ha abajado, el Bajísimo, el cercanísimo, el vecino…el hermano.    

miércoles, 31 de octubre de 2012

EL HOGAR DE NAZARET (y III)




                                    EN EL HOGAR DIOS SE “MUJERIZA” 

Si nos trasladamos a  la época de Jesús no podemos poner en duda que María fue, como toda mujer de su tiempo, el puntal de aquella familia. Por lo menos, el puntal visible porque es obvio que José, desde el anonimato, fue fiel a la misión de custodio que había recibido de lo alto.

No cabe duda de que María influyó en Jesús como pretende hacerlo toda madre. De hecho educar es la voluntad de influir, de forjar. Ella le enseñó a hablar, caminar, rezar…Ella le dio una mirada positiva sobre sí mismo, sobre el mundo y, muy especialmente, sobre Dios.

Pero María dio también a Jesús una mirada distinta a la que tenían los muchachos de aquella época. Creo que gracias a la profunda admiración que Jesús niño, joven y adulto, sintió por su madre, tuvo una mirada sobre la mujer en general que no poseían otros hombres. Jesús adulto es capaz de comprender a la mujer en todas sus facetas: la del miedo ante el parto (Jn 16,21), la de su capacidad de sufrir e interceder por otros incluso en hechos que parecen triviales,  como ve hacer a su madre en Caná (Jn 2,1ss), la de la dispersión afectiva que tan bien se refleja en la samaritana (Jn 4) la del miedo e impotencia para cambiar las cosas en un mundo gobernado por hombres (Jn 8)sus celotipias (Lc 10,40), su capacidad para la ternura (Jn 12) su fortaleza interna y su capacidad de olvido de sí misma ante el dolor ajeno (Jn 19,25-27) y muchos otros aspectos que nos llevan a concluir que Jesús, que no se casó, sintió una profunda admiración por la mujer. Tanto que comenzó a ver al Padre bajo el manto de ternura femenina, que comenzó a conocerlo Madre y no dudó en hacerlo, en sus parábolas, absolutamente femenino.

 De hecho, el relato maravilloso del  hijo pródigo no necesita la figura de la madre porque el “padre” ha ocupado su lugar, se ha mujerizado. Espera contra toda esperanza, como saben hacerlo las madres, el regreso del pequeño y cuando lo ve venir no se comporta como un padre herido sino como una madre que no puede esperar a abrazar al hijo que tanto le ha disgustado. Y con detalle y mimo es un padre-madre que se percata de los celos del mayor y sale a buscarlo, a hablar con él…

Jesús no duda en mujerizar al Padre y nos habla de la mujer que busca una dracma perdida, de la mujer que amasa pan, de la que enciende una lámpara…El último acto libre de Jesús es un gesto absolutamente femenino porque, en ausencia de esclavos, era la mujer quien lavaba los pies.  

En Nazaret hay un salto imperceptible pero muy importante. Nazaret supone pasar de ser  pueblo a ser familia. Un pueblo necesita un líder, un guía. Una familia necesita una madre (o alguien que sepa dar lo que ella daría). Por eso Jesús en la cruz no nos deja un sucesor suyo – el que había nombrado estaba escondido- sino una madre. Pese a que seguimos hablando de la Iglesia como pueblo de Dios me parece obvio que Jesús, que disfrutó de su familia y no formó una familia humana de la que tener hijos, no puede dejar de crear una familia. Y al frente de ella pone a María.

Siempre me ha resultado sorprendente la enorme devoción que manifiesta y promueve la jerarquía eclesiástica. Pienso que algo falla en su autenticidad porque al mismo tiempo aleja de su seno a cualquier mujer; basta ver las tareas que los párrocos suelen encomendar a las feligresas…

Hace años se suscitó una cierta polémica al recordar que según no sé qué canon la mujer no puede poner el pie en el presbiterio. En un pueblo las mujeres se quedaron aquel día más tiempo del habitual en la Iglesia y el párroco acabó por encargar a la feligresa de turno que cerrara. Y se fue. En ese momento las mujeres aprovecharon para bajar la imagen de María del presbiterio y dejarla en el centro de la iglesia con un cartel: “Ella también fue mujer”. 

Ojalá que también nuestra Iglesia se mujerizara…Y que como auténtica familia viviéramos unidos por un mismo pensar, un mismo sentir, un mismo actuar. Ojalá que todos experimentáramos la Iglesia como ámbito de crecimiento, de respeto y confianza, de perdón e intimidad, de servicio y reconocimiento del otro. De alegría.

Nazaret es casa encendida, hogar habitado que me espera. Paradigma de la Iglesia que necesitamos.
 

domingo, 21 de octubre de 2012

EL HOGAR DE NAZARET (II)



EL HOGAR, PRIMER ESPACIO PARA EL MILAGRO DE DIOS 
 
Constato y no sé si se debe a nuestra naturaleza o por deformación o por simple pereza, que tendemos a ser reduccionistas.  Para la mayoría de los mortales la palabra “milagro” evoca una curación inexplicable o  un hecho prodigioso que rompe las leyes naturales. La palabra milagro viene del latín y significa “maravilla”. Y nosotros hemos decidido que sólo es maravilla aquello que siendo palpable – como lo es que un ciego vea de repente- no entendemos. Olvidamos así que vivimos inmersos en la maravilla de Dios, es más, que somos la gran maravilla, el gran milagro de Dios. Del mismo modo que no hablo de la luz y vivo inmersa en ella, del mismo modo que no hablo del oxígeno que me da vida, hablamos poco del milagro constante que nos habita y en el cual habitamos. En Él nos movemos y existimos, ese es el gran milagro.  El gran milagro está  “en casa”.
He saboreado, desde esta perspectiva, los milagros que Jesús hace en una casa. Lo podemos contemplar curando a un paralítico que es bajado desde el techo, resucitando a la hija de Jairo, curando a la suegra de Pedro…y es que el hogar es ámbito de restauración, de curación, de vida. En el hogar escucha María a los pies de Jesús, se sientan a la mesa, comparten y se convierten. Cuando Judas sale del cenáculo se constata que era “de noche” porque en el hogar, esa matriz afectiva que nos teje, siempre hay o debería haber, luz y calor.
Si en el hogar se realiza el milagro de Dios es porque el hogar es ámbito de Mensaje, de buena Noticia.  La Palabra de Dios, viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, es capaz de crear lumbreras de día y lumbreras de noche, de separar aguas y tierras, de poblar de animales ambos espacios. Es capaz de entrar en una humilde casa y anunciar a María cuál es su misión. Entonces el milagro se produce. Y toda casa, toda familia, está llamada a ser el eco de esa palabra divina que nos da identidad.
En casa, en la familia, percibimos el mensaje que me dice quién soy yo y mi valor infinito: en el hogar se percibe el mensaje que me da una fisonomía, una identidad espiritual. No hay hogar “mudo” pues todo hogar es, por definición, un microcosmos que relata el mundo a ese niño que en él crece. Y con ese relato somos enviados. Lo que se me ha relatado sobre mí en el hogar, sobre los otros y sobre Dios, configurará el sentido de mi vida.
Para captar el mensaje hace falta silencio, vida interior. Si el hogar es cuna de gracia, si se parece al de Nazaret se convierte en ámbito de crecimiento. De desarrollo moral. Un hogar es fuerza centrípeta porque tiene una profunda vida interna; y es fuerza centrífuga porque el hogar siempre nos envía al mundo, siempre nos da, una vez revelado nuestro ser interior, una misión.
Fijémonos en los tres Sagrados personajes: la casa de María es arrollada por la presencia del Mensajero divino, a José se le ordena llevar a su casa a María. Ahí crecerá Jesús pero a los doce años se queda voluntariamente en el Templo, que es también su hogar; hogar trinitario, aunque ese aspecto aún permanece oculto. Cuando desciende a Nazaret queda claro que todo hogar debe ser, al mismo tiempo, Templo. El hogar de Nazaret es “casa de oración”. Experiencia de trascendencia.  Cuando al niño no se le da esa posibilidad, el hogar se convierte en “cueva de ladrones”.
Cuando Jesús, en su vida adulta, llene el mundo de  parábolas  nos hablará de una casa construida sobre roca y se admirará del centurión que sabe que no es digno de recibirle en su hogar; pero hablará con Zaqueo el pecador público y le pedirá que lo reciba en casa. Y es en la intimidad del hogar donde explicará a los apóstoles el sentido de las parábolas.  Jesús se halla a gusto en las casas. Lleva en su alma el hogar de Nazaret porque la familia, cuando es familia, es siempre “la patria portátil”.
Nazaret es “el hogar en que Dios no sintió añoranza del Cielo” (Cecilia Cros). Y no sólo eso: Dios aprende en Nazaret todas las lecciones de humanidad. Por eso hay que ir a Nazaret. Allí mi corazón encuentra lo que desea. Allí se me revela mi nombre y mi misión.
El milagro se realiza en casa.  
 
EL HOGAR  O EL OCULTAMIENTO DE DIOS 
 
El ocultamiento como Proyecto de Dios. Francamente, parece de lo más tonto. Porque cuando uno tiene un proyecto busca promocionarlo, darlo a conocer, hacerlo público. Pero el proyecto de Dios pasa por el ocultamiento. ¿Por qué será que Dios ama lo oculto?
A lo largo de muchos textos bíblicos vemos referencias a lo escondido, a lo interior.
“Me esconderá en lo escondido de su tienda”, afirma el salmista para expresar su seguridad en Dios (Salmo 27,5); Dios ordena a Moisés esconderse en una hendidura de la roca para que no pudiera verle al pasar junto a él (Ex 33,22); Elías elige una cueva para esperar al Señor en el Horeb (1Re 19,9)  Hasta que llega la afirmación del profeta:
“Tú eres un Dios escondido” (Is 45, 15). Por eso con la intuición del alma enamorada la novia del Cantar de los Cantares pide a su Amado ser ocultada: ¡Ay, llévame contigo, sí, corriendo, a tu alcoba condúceme, rey mío...! (Cant 1, 4) y afirma después: “Me introdujo en su bodega...” (Cant 2,4). Ella misma es para él “jardín cerrado y fuente sellada”  (Cant 4, 12).
Finalmente, Dios pide entrar en nuestra más profunda interioridad: "Mira que estoy a la puerta llamando: si uno me oye y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos" (Apoc 3,20).
Decimos que Dios ha querido “ocultarse” en un hogar. Pero quizá lo estamos valorando desde nuestro prisma y esa afirmación es la primera que se nos ocurre al ver que Dios  no se manifiesta en el Templo de Jerusalén o en lugares “específicamente sagrados”. Si miramos más a fondo podemos descubrir que no  es que Dios se oculte, sino que con su presencia hace luminosa la grandeza de toda familia. Que Dios se haya hecho familia es todo el comentario que la familia merece. Nada de lo que podamos decir supera la acción divina: quiso ser familia.
Y desde que Dios es familia no existe otro referente para el ser humano que la familia de Nazaret.

jueves, 18 de octubre de 2012

EL HOGAR DE NAZARET (I)




DE LA TIENDA AL HOGAR 

Para adentrarnos más en el Misterio de Nazaret creo que es indispensable echar la vista atrás y ver cómo en el Antiguo Testamento se nos habla en numerosas ocasiones de la Tienda del Encuentro. Porque la Encarnación del Hijo de Dios supone pasar de vivir en una Tienda a vivir en un Hogar. La diferencia es abismal.

El pueblo peregrino que lidera Moisés encuentra la presencia de Dios en una tienda que recibe el precioso nombre de “Tienda del Encuentro”. En cada etapa de su peregrinar Moisés planta la Tienda de Dios y todo aquel que desea encontrarse con él va a la Tienda. La Tienda, no obstante, y creo muy significativo el dato, se plantaba siempre “fuera del campamento” (Ex 33,7)

En los momentos en que la presencia de Dios se hace epifánica la Nube se posa sobre la Tienda. (Ex 40,34). La Tienda del Encuentro va siempre con Israel; cuando David, que habita en palacio, siente remordimientos por vivir bajo techo mientras Yahvé  vive en una Tienda y piensa en construirle una casa digna, recibe la visita del profeta Natán en la que se le dice que Dios no desea otra morada que la Tienda. Pero en el precioso mensaje que luego se convierte en diálogo, Yahvé le dice a su siervo David que no es él quien tiene que construirle una casa sino que Él mismo se la construirá y que lo hará a través de su estirpe. Nacerá alguien de su linaje al cual Yahvé será Padre y él será Hijo. (1 Cr 17).  A muchos siglos de distancia se repite, en cierto modo,  la escena en la cual Yahvé hizo salir a Abraham de su tienda para mostrarle un inmenso cielo cuajado de estrellas, signo de su descendencia.

Porque no es en la Tienda sino en el Hogar.

La Tienda significa provisionalidad, el Hogar permanencia.

La Tienda se plantaba fuera del campamento, el Hogar está en medio del pueblo.

La Tienda fue construida por los hombres, el Hogar fue tejido por Dios.

Sobre la Tienda se posaba la Nube, en el Hogar vivía la Nube. 

Yahvé no admite Hogar pues éste es el ámbito del Hijo.  Y es que el Hogar es siempre, filiación.  

Y VINO A LOS SUYOS… 

Al llegar la plenitud de los tiempos, Dios quiso crecer en un hogar.  Resulta conmovedor que cuando la Sagrada Familia va a Belén y se cumplen los días para dar a luz no halle sitio en el hostal. Dios no quiere un espacio que, de nuevo, significa provisionalidad. Pero vayamos antes a sus padres.

Sabemos que el ángel Gabriel “entró en casa de ella” para cambiar el curso de la humanidad. Y José la recibió en su casa para ser el cauce del torrente divino que, a través de María, llegaba a todos los hombres. A partir de ahí formarían un hogar único pues en él crecería Dios en humanidad y ellos iban a ser la forja. Si Manyanet  nos envía continuamente al hogar de Nazaret no es tanto porque éste sea un hogar modélico que podamos imitar o porque sea el ámbito donde aprendemos – que también- sólidas virtudes. Nos envía allí porque sólo allí se vive en el Espíritu. En efecto, sabemos que María está poseída por Él, que José es justo, es decir, santo, hombre de Espíritu, y que Jesús se encarna por obra del Espíritu y vive de Él y por Él.

La vida interior no es otra cosa que vivir en el Espíritu y el hogar de Nazaret es su morada. Allí se nos da la Filiación, la vida esponsal – alianza definitiva- y la misteriosa paternidad. Vivir en Nazaret es descubrir que somos llamados a vivir como hijos de Dios pero también a engendrarlo y custodiarlo, como hicieron María y José.

Vivir como hijos. Vivir día a día la Alianza de Dios con nosotros.  Engendrar vida. Custodiar a Dios y “hacerlo crecer”. He aquí el programa del hogar de  Nazaret.

sábado, 18 de agosto de 2012

La Óptica de Nazaret



LA ÓPTICA DE NAZARET O LA GRACIA DE VER EL MUNDO COMO LO VE DIOS (II)

Todos los evangelistas citan Nazaret. Ello indica que el hecho de que la Encarnación del Hijo de Dios tuviera lugar en Nazaret va a constituir para siempre la piedra angular sobre la que se asentará el mensaje de Jesús. Nazaret es la óptica desde la cual Dios aprende a ser persona.
Hoy por primera vez se reivindica no una Iglesia nacida en Jerusalén sino una Iglesia nazarena[1]. Nazaret lleva el sello de la autenticidad, de una autenticidad que hoy se precisa más que nunca. Aunque todos los evangelistas citen Nazaret es Lucas quien, alejándose precisamente de este pueblo santo, como aquel que se aleja de un cuadro precioso para lograr la perspectiva adecuada, nos da la clave de lo que se vive y se hace en Nazaret: “estar en las cosas del Padre” (Lc 2,49). En la escena, que tiene lugar en Jerusalén, Lucas condensa la espiritualidad de Jesús, María y José, la espiritualidad no tan sólo de todo cristiano sino de todo creyente: estar en las cosas del Padre. Y si bien la escena transcurre en la Ciudad Santa, constituye un programa de vida el hecho de que Jesús, tras dejar clara su misión, de la que ya ha tomado plena consciencia, no permanezca en el Templo dedicado a  escudriñar las Escrituras: con la misión de estar en las cosas del Padre, regresa a Nazaret. Allí escudriñará la presencia de Abbá Dios en todas las cosas, en todos los hechos, en todas las personas. La santidad de Dios no necesita Templo porque el mundo es Templo de Dios.
Los verbos que utiliza el evangelista para indicar el regreso de Jesús a su aldea natal son programáticos: descendió, bajó a Nazaret. Y allí les estaba (a José y María) “sometido”. Víctor Codina dice en su precioso libro que “si queremos hallar a Jesús, hemos de ir a Nazaret; si la Iglesia quiere ser fiel a Jesús, ha de ser una Iglesia nazarena, no davídica; y puesto que el mundo de los pobres entre los que se encarnó Jesús en Nazaret tiene una especial densidad humana y teológica para comprender la Palabra de Dios, la misma teología ha de ser nazarena”[2]
Tenía que ser una voz autorizada en el campo de la teología la que  señalara que vivir en Nazaret, ir a Nazaret espiritualmente, no es un gesto devocional sino un gesto teológico. Es más, es el gesto que nos hace cristianos porque sólo sumergiéndonos en la atmósfera de Nazaret podemos vislumbrar el Misterio de la Encarnación, el Misterio de la Redención. Y podemos aprender el estilo de quienes hicieron posible el milagro para continuar haciéndolo pues la encarnación sigue realizándose hoy.
No obstante, me gustaría subrayar que si hoy ya hay teólogos que citan Nazaret como ámbito teológico –y no sólo geográfico-ello se debe a que muchos fieles y bastantes santos, entre ellos Manyanet, han tenido la intuición, el sensus fidei, de clavar su mirada en Nazaret para poder seguir a Jesús desde la autenticidad.
La óptica de Nazaret, la mirada de María, José y Jesús es “estar en las cosas del Padre”. La centralización del Padre en mi vida nos permite conocerlo en su grandeza y alegrarnos en ella, gozarnos al ver como derriba a los soberbios y enaltece a los insignificantes; nos permite vernos como somos, pequeños en los que el Padre obra maravillas, y ver el mundo en su realidad de auxiliados por pura misericordia.
Pero desengañémonos: Nazaret es muy duro. Borremos de nuestra mente y de nuestro corazón esa casa idílica que han pintado algunos artistas donde José trabaja mirando a María, que no se cansa de coser, y el Niño juega haciendo crucecitas. Si nos apuntamos a vivir en Nazaret para mejor conocerle, amarle y seguirle nos apuntamos al anonimato, a la insignificancia, a la irrelevancia social; optamos por ser nadie y eso significa crucificar un día sí y otro también nuestro inflado ego, nuestro deseo de protagonismo, de aplauso, de éxito. Por eso estoy convencida que Nazaret es la patria de los pobres, de aquellos que ya han nacido en la marginalidad y tienen el instinto de ocultarse. No sé si nos hemos fijado en que hay un tipo de personas que tienden a ocultarse de la misma manera que otros se desesperan por aparecer en pantalla. La gente sencilla que se halla, por ejemplo, en una fiesta de cierta importancia tiende a callar convencida de que quizá se expresará mal o de que no tiene nada importante que decir; tiende a pasar desapercibida porque quizá no va bien vestida; tiende a servir sin esperar ser servido porque parece que lo natural es eso, que han nacido para servir; y se avergüenzan cuando les sirven porque no les parece natural.  Si queremos incardinarnos teológicamente en el misterio de Redención hay que ir aprendiendo sencillez, anonimato, olvido, ninguneo. Eso es estar “sometido”, una palabra que hoy suena tan mal, hoy que vivimos en el mundo de la plena realización humana, de la libertad y autonomía, que muchas biblias han suavizado o eliminado.
Esos pobres niños ricos de Rusia no viven “sometidos”. Y, paradójicamente, ello les niega la posibilidad de ser personas libres. Ese es el misterio de Nazaret: someterse a Dios es la única puerta de la libertad y Jesús ha venido a enseñarnos el camino.
Un camino que pasa por su casa. Por Nazaret. La única mirada que, al humanizarnos, nos permite tocar con los dedos la divinidad.  


[1] El teólogo Víctor Codina ha escrito un interesante estudio que titula “Una Iglesia nazarena. Teología desde los insignificantes” Sal terrae. Col. Presencia Teológica. Madrid 2010
[2] Ibídem pag 15

miércoles, 15 de agosto de 2012


LA ÓPTICA DE NAZARET O LA GRACIA DE VER EL MUNDO COMO LO VE DIOS  (II)

Leí un día un reportaje sobre los nuevos niños ricos de Rusia. Son hijos de multimillonarios que desde que han nacido lo tienen todo: colecciones de armas a su alcance, los mejores modistos, viajes… Están acostumbrados a la opulencia. Y desde ella, la fotógrafa –profesional de excelente prestigio- que hacía el reportaje era para unos simplemente una persona “a su servicio”, a la que exigían la mejor foto o los más tontos caprichos, mientras para otros era una molestia impuesta por sus padres, alguien a quien aguantar durante unas horas, un paréntesis entre el último juego de su sofisticado ordenador o su paseo a caballo. Leyendo el reportaje fui sintiendo una pena infinita por estos niños nacidos en una óptica tan falsa que les llevaba a ver la realidad de una manera totalmente distorsionada, ridícula y absurda donde ellos, pequeños de ocho, diez, doce años, se creían muy superiores a la excelente periodista que hacía el reportaje. Estoy convencida que, sin la ayuda de la Gracia, estos niños nunca verán la realidad tal como es.
Y por contraste pasé a pensar en Jesús que al nacer se situó en la óptica de Nazaret. Viendo al Jesús adulto, libre, capaz de seducir a las masas porque sabe hablar al corazón de las personas, que convence porque vive aquello que predica, viéndole capaz de enfrentar valientemente la persecución, el dolor, la muerte. Viendo pues, a Jesús tan libre y señor de sí mismo y con que infinita delicadeza valora la persona sin mirar si es rica o prostituta, pecador público o mujer, pobre o fariseo, llegué a la conclusión que sólo si reeducamos nuestra mirada en Nazaret veremos el mundo tal como lo ve Dios.
Jesús niño y adolescente, joven y adulto aprende en Nazaret el valor del trabajo, el amor a la naturaleza, la vida callada, el lento germinar del trigo y la bondad del Padre que llueve sobre justos e injustos. En Nazaret aprende que los pobres sólo pueden fiarse de Dios y esa es su gran riqueza; por eso, Nazaret se convertirá en la primera de sus bienaventuranzas. Desde la óptica de Nazaret, donde se come para vivir, un banquete es siempre fiesta, abundancia inusual; por eso, Nazaret se convierte en preludio de la eucaristía, porque Jesús ha aprendido a amar la fiesta, la mesa compartida. En Nazaret se sufre como sufre la gente sencilla, sin aspavientos ni dramas, cargando la cruz con pasmosa naturalidad; por eso, Nazaret es para Jesús aprendizaje de fortaleza, justa medida de la vida en su aspecto negativo de cruz y dolor. Un dolor que es intrínseco a la condición humana. Un dolor que Él no viene a suprimir sino a redimir.
Pero Nazaret forja, sobre todo, la riqueza humana de Jesús, su fina psicología, su sentido del humor, su ira ante la injusticia, su capacidad de observar y valorar lo pequeño, su rica interioridad. La personalidad humana de Jesús ha sido muy estudiada por creyentes y no creyentes y cuantos a ella se han acercado han coincidido en remarcar el enorme equilibrio de su naturaleza, su capacidad afectiva y efectiva que lo convierten, humanamente hablando, en uno de los líderes de la historia más importante. No escribió nada y sus palabras aún perduran. Fue perseguido y ajusticiado y somos millones los que le seguimos. Este hombre libre se forjó, como persona, en la humildad de Nazaret, muy lejos de la óptica en la que se educan esos niños ricos a los que aludo al principio.

jueves, 21 de julio de 2011



LOS DEFECTOS DE JESÚS, MARÍA Y JOSÉ


Durante muchos años hemos vivido, creo, de un cliché estático de las tres figuras de Nazaret. Aunque parezca sorprendente quizá el que ha escapado más al cliché es Jesús: lo vemos gozoso, lo vemos llorar la muerte de un amigo, enfurecerse con los vendedores del Templo, acariciar niños...En cambio a María, la Llena de Gracia, la concebimos así, siempre llena, siempre en plenitud. Como si se hubiera quedado en el momento de la Anunciación, ese que podríamos llamar su “momento fundante”. O la vemos en la cruz, dolorosa y fiel. A José lo llamamos – cuando nos acordamos- el varón “justo”. Y ya.
Leí recientemente un artículo que me hizo mucho bien porque desmontaba paso a paso una idea que tenemos muy arraigada: la santidad equivale a perfección. Y parece, decía el autor, que ser santo es algo tan simple como dejar pasar la Luz de Dios a través de tu vida, con la psicología que tengas. De la misma manera que un vino excelente puede beberse en una copa de cristal de bohemia o en una copa comprada en un bazar, Dios se sirve de toda persona para manifestarse. Ha habido santos impacientes, con mal genio, tozudos...ha habido santas que somatizaban sus angustias, hipersensibles o excesivamente temerosas o audaces. Y murieron con esas particularidades, con esos defectos que eran propios de su psicología. Pero fueron santos.
Imaginar que José, María y Jesús no tienen sus fallos humanos, sus “defectos” es negarles, en cierto modo, la posibilidad de ser humanos. Si el verbo de Nazaret es “crecer” y ya desde el principio son “perfectos”...¿no nos estamos alejando de entender radicalmente que Dios se hizo carne? ¿que Dios acepta ser sujeto de perfección, que María y José tienen un camino que andar? Tener defectos es propio de la naturaleza humana y es, también, camino de santidad. Asumir los propios y los ajenos nos hace semejantes a Dios, nos acerca a su corazón misericordioso.
Me impresionó que Rita Levi-Strauss, premio Nobel de medicina, hiciera, hace muchos años, un serio y científico elogio de la imperfección. Según ella, sólo las especies que nacieron casi perfectas no han evolucionado. El escarabajo de hoy día es un organismo igual al del escarabajo de hace millones de años. En cambio, continua la científica, la persona ha evolucionado muchísimo desde su aparición en la tierra. Porque no era perfecta. Así que, con todos los respetos, como no pienso tratar a la Sagrada Familia como una especie casi perfecta incapaz de evolución he reflexionado sobre sus defectos. No es incompatible con la concepción inmaculada de María y José el pensar que la Virgen pudiera ser impaciente, que José pudiera estallar a veces y que el Niño Jesús, tres veces santo, pudiera ser tozudo como una mula. ¡Qué poco respeto, dirán algunos! Pero imaginarlos asumiendo también su fragilidad humana me reconcilia con la mía y aleja de mí la tentación, tan frecuente, de calibrar si voy mejorando o no, si supero o no ciertos límites, defectos o debilidades.
Hace muchos años me dijo un sacerdote: moriremos inmaduros. Me pareció un afrase bonita. Hoy, cada vez la descubro, la sé más cierta.
Pero lo importante es que aún con defectos, ni José ni María ni Jesús obstruyeron nunca la Luz. Ellos fueron el ventanal por el cual entró Dios a raudales. Y, siguiendo la imagend e ese artículo que tanto me gustó, la Luz puso de relieve sus desconchones humanos. Por algo, y no sólo por temor santo de Dios, habla María de su pequeñez.
Es posible imaginar pues que María pudiera ponerse nerviosa con lo que le costaba a José cobrar un encargo, un trabajo realizado. La vemos enfadada cuando el niño desobedece y se queda en el Templo. Cabe pensar que José se pelearía alguna vez con Dios, que tan complicada carga le había encargado custodiar.
El evangelio dice muy claro que Jesús crecía. Maduraba, vencía defectos y límites. Pulsiones, tendencias y sombras. Dice también que María no entendía y meditaba esas cosas en su corazón. ¿Pediría alguna vez cuentas a Dios?
Lo cierto es que nada de esto está reñido con la santidad. La santidad se acerca al concepto de plenitud; tanto da, decía Teresa de Lisieux, si eres un vaso como un dedal. Los tres son personas plenificadas. Se saben tierra sagrada de Dios y, por lo mismo, se aman y aceptan tal cual son.
Los tres dicen habitualmente, como Jesús en Getsemaní: no mi voluntad sino la tuya.
¡Qué buena noticia pues la de Nazaret!
No tengo que ser un vaso perfecto, una ventana nueva, una tierra sin un pedrusco...Basta que me deje llenar de Dios, que deje pasar su Luz, que me deje sembrar por Él.
Que no me pide la perfección sino la santidad.

martes, 19 de julio de 2011



IMÁGENES DE NAZARET: LA LEVADURA



En las casas se ve poco la levadura. Antes, cuando el pan se amasaba en cada hogar era de uso frecuente. María lo usó en muchas ocasiones ante los ojos asombrados del niño Jesús que pareció aprender para siempre la lección de la enorme capacidad que tiene lo pequeño para transformar lo grande.
Nazaret es levadura del mundo, sí. Pero si nos fijamos en el aspecto externo de la levadura no podemos decir que revista especial belleza. Es algo insignificante y de hecho son hongos microscópicos unicelulares, aunque eso, desde luego, no lo sabía Jesús. Esos pequeños hongos tienen una enorme fuerza interior para fermentar; pero ese proceso ocurre al descomponerse, al “morir”. La idea de morir para dar fruto, para resucitar, para nacer a nueva vida la aprendió Jesús en su hogar desde muy pequeño y con cosas y hechos muy simples que él leyó como Palabra de su Padre. En efecto, ante los ojos de Jesús niño ocurría el milagro diario: su madre hacía una masa e introducía un poquito de levadura. En realidad, había dos milagros:el del fermento de la masa y el hecho de que Jesús niño se percatara de un milagro tan chiquito y aprendiera así, para siempre, cual es el estilo del Padre. Pareciera que, definitivamente, Jesús se enamoró en Nazaret de lo pequeño.
Lo pequeño, lo anónimo, lo irrelevante – los niños, la sal, el grano de mostaza, la levadura...- le sirve a Jesús, en su vida adulta, para explicar la grandeza del Reino. Un Reino que, sin lugar a dudas, es hogar.
El hogar de Nazaret es hogar de pequeños. María lo proclama en su Magnificat: ha mirado la pequeñez de su sierva. De estas palabras se hará eco Jesús en lo que conocemos también como su Magnificat: el Padre ha escondido estas cosas – las de Dios- a los sabios y las revela a los pequeños, a los humildes. José, simplemente, actuará como niño que se abandona en su Padre.
El hogar de Nazaret es levadura del mundo.La levadura no es fea, es común, anodina. Su enorme fuerza está en lo interior. Y para que esa fuerza se revele hay una condición: debe ocultarse. Oculta pero no inactiva. Así es la vida de Nazaret.
Normalmente vivimos buscando el protagonismo, alejándonos de Nazaret al pretender que nuestra opinión sea valorada, que nuestros hechos sean aceptados y aplaudidos. Desde ese paradigma nuestra vida se convierte en la semilla que cae en terreno pedregoso: estéril y destinada a la muerte.
Ser de Nazaret es reconocer que Dios es levadura, potencia omnipotente. Él es quien transforma el mundo, quien acrecienta el bien, sostiene la espernaza, anima al decaído, fortalece al débil, apaga la sed el caminante. Él está haciendo germinar, Él fermenta nuestro corazón hasta ensancharlo, acrecentarlo, expandirlo.
¿Tenemos la mirada limpia de Jesús para darnos cuenta del milagro diario que sucede en nuestras vidas y en nuestro mundo?
Si el hogar de Nazaret se convirtió en levadura del mundo que aún hoy sigue actuando es porque los Tres dejaron que Dios introdujera en su ser la levadura de la divinidad. Y así, los Tres se convirtieron en la más viva imagen de la Trinidad del Cielo.
Es eso lo que ocurre: Dios no se impone, no fuerza. Pero una vez se le abren de par en par las puertas del corazón...nada vuelve a ser igual.
La Belleza, esplendor de la Verdad, empapa las vidas de quienes van por el mundo, como Jesús, María y José, con Dios en su corazón. Son vidas luminosas en las que Dios, oculto pero no inactivo, actúa incluso cuando no se percibe.
Vayamos a Nazaret. Allí se aprende el valor infinito de lo pequeño, de lo anónimo, de lo común.