martes, 22 de septiembre de 2009

EL CLAMOR DE NAZARET (II)

SEGUNDA PALABRA: ESCONDIDO

En Nazaret se realiza el misterio, el designio de Dios, que es Jesucristo, oculto en el silencio de los siglos (Rm. 16,25) Porque Dios, nuestro Dios es un “Dios escondido” que nos sale al encuentro si le buscamos. Y Nazaret es a la vez ocultamiento y búsqueda de Dios.
En Nazaret la Familia Divina, la Trinidad que forman el Padre, el Hijo y el Espíritu se ocultan en la familia humana formada por José, María y Jesús. Y a partir de ese instante la característica más grande de Nazaret es la ausencia de Misterio.
Quizá por ello la pregunta que toda persona de Nazaret debe llevar grabada a fuego en su corazón, la primera palabra que debe brotar de su ser al despertar el día es “Adónde”.

¿Adónde te escondiste
Amado y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste
habiéndome herido;
Salí tras ti clamando, y eras ido.

Las personas tendemos a formarnos una imagen de Dios. Algunos, por desgracia, tienen una imagen negativa de Él: juez, árbitro severo que penaliza toda falta...Otros tienen imágenes amorosas, positivas: Padre bueno, comprensivo... Pero toda imagen es limitada y, por tanto, Dios siempre es más. Dios no está en mi imagen, en la que yo tengo de Él. Está escondido tras ella y debo aprender a romper esa imagen, día a día, para que Él, cuando quiera, pueda mostrar su rostro. Lo dice magistralmente Gregorio de Nisa:
“Los conceptos crean ídolos de Dios, sólo el sobrecogimiento presiente algo”

Jesús, José y María son los que más han llegado a presentir el misterio de Dios; sin embargo, la Sagrada Familia vivió en la perenne desinstalación de no saber cuál era el rostro de Dios porque Dios siempre es el que está escondido a nuestros esquemas, nuestra lógica, nuestros estudios. Sólo con el corazón es posible verlo y Jesús lo proclama así en su Magnificat:
“Te has revelado a los sencillos y te has ocultado a los sabios y entendidos”.

Nazaret es el ámbito donde Dios más se deja presentir. Porque es interioridad y esa es la premisa básica para que Dios se manifieste. Jesús sabía lo que decía cuando proclamaba:

“Ora a tu Padre que está en lo escondido”.

Nuestro máximo Nazaret es el propio corazón. Allí reside el Altísimo hecho intimidad, compañero del alma. Vivir la espiritualidad de Nazaret supone, por tanto, cultivar el corazón. Cuidarlo, alimentarlo, purificarlo. Y saber, como decía Santa Teresa con gracejo:

“Hijas, que no estáis huecas!”

Mi corazón es Nazaret. Es el espacio en que Dios planta su tienda y se revela. Es el desierto al que me lleva y me habla. Es la fuente que apaga mi sed, la sombra que me cubre, el manná que me alimenta. Y no estoy hueca sino habitada. Soy la casa que Dios ha querido habitar pero debo franquearle la entrada porque Él está a la puerta llamando. No puedo decir “mañana le abriremos...para lo mismo responder mañana”. Porque si es así, todos sabemos cómo y cuánto se deterioran las casas que no se habitan

Dios tiene una lógica muy distinta a la nuestra. Nosotros tendemos a esconder lo malo, como vemos en Adán y Eva que se esconden tras pecar; Dios, en cambio, se oculta para permitirnos la mayor libertad: buscarlo. Si Dios se manifestara, se revelara en totalidad y evidencia nuestra libertad quedaría anulada. Él es el Dios que no se impone, que se esconde precisamente porque es bueno. Por eso hay que buscarlo como tesoro escondido.
Cuentan de un rabino que miraba cómo su nieto jugaba al escondite con unos amiguitos. En un momento dado, cuanto el nieto estaba escondido, los otros se cansaron y se fueron. Y el nietecillo se fue llorando a su abuelo porque nadie le buscaba. El rabino lo consoló diciendo: Así llora Yavhé cuando no es buscado...
En Nazaret Dios no llora. Es el hogar en que no siente añoranza del cielo porque los tres buscaron en su vida la primacía de Dios.
La mayor parte de las personas pasan su vida de manera anónima, oculta. Por eso la espiritualidad de Nazaret es una espiritualidad laical por definición, porque Dios la ha ofrecido al mundo para que se viva en familia, de manera anónima y por toda condición de persona.
Jesús explicó su experiencia de ocultamiento con la imagen entrañable del grano de trigo que muere que, por extraño que parezca, sólo hemos sabido aplicar a la cruz cuando esa es una realidad vivida día a día por millones de personas.
Del mismo modo se habla poco de San José ignorando, quizá, que puede ser patrono de nuestra manera de vivir, de ese anonimato, de ese estar sin que se note. El evangelio sólo nos habla de las noches de José. Noche turbada cuando descubre el embarazo de María. Noche asustada cuando huye a Egipto para proteger al niño. Noche alborozada cuando, por fin, puede regresar a su patria. Pero las noches de José son noches transparentes, noches que revelan el Misterio y dejan hablar al Dios escondido. Esa noche es el paradigma de la espiritualidad de Nazaret. Porque el sol, con su esplendor, oculta la belleza de un cielo cuajado de estrellas; el sol puede distraerrnos los sentidos que sólo la noche recoge. Nazaret es noche para el mundo. Nadie se enteró de cuánto estaba ocurriendo en aquella aldea. Porque Dios no es espectáculo sino noche encendida, soledad sonora.
La noche de Nazaret consiguió juntar Amado con amada, juntó a Dios con la amada humanidad. Y fue noche más amable que la alborada...
En silencio, oculto, germinó Dios para el mundo. Porque “el espacio de Dios es el mundo y el secreto del mundo es la presencia escondida de Dios. Cristo es la articulación de esa presencia y el nombre de ese secreto” (Dumas) La espiritualidad de Nazaret nos enseña a no mirar al cielo para buscar a Dios porque el mundo y especialmente las personas son teofanía patente.
De la misma manera que la presencia del Padre se escondió para Jesús en José, todas las personas ocultan en su ser la presencia de Dios. Y hay que saber ver, pedir cada día: “Señor, que vea, que te vea!” Juan de la Cruz lo decía poéticamente:
“Descubre tu presencia y hermosura...”
Para poder rezar por la noche:
“Mis ojos han contemplado al Salvador...” Con la clara conciencia de que si no lo hemos sabido ver, si no lo hemos contemplado, ese no es un día vivido en Nazaret.
Cada vez más “la exquisita fragancia” (Manyanet) que emana del Misterio de Nazaret atrae a más y más cristianos que encuentran en la espiritualidad de Nazaret la manera de vivir en el mundo transformándolo desde dentro. Cada vez son más los que saben que en Nazaret hallarán la paz y verdadera alegría que el corazón desea.
Vivir en Nazaret supone buscar al Dios que siempre “es ido”, al Dios que sólo deja huellas. Al Dios que nos dice: Buscadme y viviréis (Am 5,4)

Como vive por siempre la Trinidad de la tierra, Jesús, María y José.

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