viernes, 16 de octubre de 2009


EL CLAMOR DE NAZARET (IV)
CUARTA PALABRA: UNIDAD
El alcance de la ciencia después de Einstein nos lleva a pensar, inexorablemente, en el misterio que se realizó en Nazaret. Así que voy a tener que hacer un pequeño excursus para poder centrar una de las palabras más bellas de Nazaret: unidad
Los científicos anteriores a Einstein concibieron el mundo como una máquina de reloj perfecta donde todo estaba ensamblado y funcionaba. Dios le había dado cuerda y el reloj seguía “dando la hora”. Pero se creaba una distancia entre Dios y su obra. Dios y su obra no eran uno. Esta visión mecanicista ha sido rechazada por la ciencia actual precisamente por ser acientífica. Todo, decían antes, tiene su causa. A causa B y B causa C. Y esto mismo hemos aplicado a la teología cuando hemos visto a Dios como causa primera y hemos explicado el pecado como causa de la Encarnación, del misterio de Nazaret. Felix culpa cantamos la noche de Pascua como si sin pecado no se hubiera dado la Encarnación. Ahora la ciencia nos dice que el universo es un sistema de sistemas dentro de sistemas. No hay una causa sino una red de causas y condiciones. Cada cosa natural es la parte de un todo y, a su vez, es un todo. Es lo que Arthur Koestler llamó “Holón” y que el diccionario más reciente explica diciendo que “Toda la realidad esta compuesta por totalidades/parte, es decir por holones. Cosas que son simultáneamente totalidades y partes. Nada es solo totalidad, ni nada es solo parte”.
Creo que este planteamiento produce vértigo si pensamos que Dios hizo el mundo a su imagen y semejanza; que la Trinidad es, por tanto, un todo de tres personas y que cada persona divina no puede existir sin formar parte de la Trinidad. No es el Padre origen, ni el Espíritu la relación entre Padre e Hijo. No hay camino de relación como no hay ningún camino para la luz. Es Misterio.
Y la Sagrada Familia de Nazaret, imagen viviente de la Trinidad, se convierte así en un signo de los tiempos no sólo para la familia sino para nuestra concepción del mundo y también de Dios. Jesús no se encarnó por causa alguna sino que si el Universo está en continua expansión – pasamos de conocer nuestra galaxia a saber que hay 144.000 millones de galaxias (hasta ahora) que se van alejando unas de otras agrandando nuestra concepción de universo- la Trinidad se expandió también en Jesús y Jesús fue el “agujero negro” el punto de crecimiento de María y José, prototipo de una nueva humanidad, de una nueva creación sin pecado, y, a la vez, el Misterio de Nazaret se sigue expandiendo en cada persona, en cada cristiano, en cada ser que vive una relación de profunda unidad con el Universo. Así lo entendió Francisco de Asís con su “Dios mío y todas las cosas” o Teilhard de Chardin con su misa sobre el mundo.Y Matilde de Magdeburgo (1210-1280) escribe: “vi y supe que había visto todas las cosas en Dios y Dios en todas las cosas”. Más recientemente un empresario japonés, Yazaki, tras su experiencia en un monasterio budista explica: «Los seres humanos han separado el yo del mundo, la naturaleza de la humanidad y el yo personal de los otros yos. Por eso han caído en la trampa de las ilusiones en el esfuerzo de llenar el yo vacío. Y se han convertido en víctimas fatales de un aterrador escenario de autoengaño, de hipocresía y de fariseísmo».
Parece ser que la experiencia mística de todos consiste en vivir la revelación de la profunda unidad que guarda este mundo. Desde ese momento todos los que han vivido esa experiencia tienen paz. Ven el mundo como lo ve Dios. Todo camina hacia una profunda unidad, todo es ya unidad, todo es un todo. Y, por ello, Dios no está en su mundo y nosotros en el nuestro con un puente que llamamos Jesús; nosotros formamos parte de Él como Él de nosotros. Cuesta vislumbrar esta realidad sin rozar el panteísmo. Algunos teólogos hablan de panenteísmo pero otros dan un paso más al afirmar que Dios se encarnó en el universo, que es el cuerpo de Dios. De hecho, toda la humanidad ha percibido intuitivamente el carácter sagrado del mundo. Este cuerpo de Dios se ha particularizado en Nazaret. El nacimiento de Jesús en el seno de la Sagrada Familia, es parte de ese misterio que está en constante expansión. Es el big-ben que dará lugar a una nueva creación que ya ha empezado. Todo es muy lento, Dios no hace las cosas con prisas; pero todo es de una belleza que nos sobrepasa.
Ya S. Agustín definió el pecado como la ruptura de la unidad humana. Somos conscientes de lo que ha traído el egoísmo: hambres, guerra, esclavitud…Pues resulta que, en cierto modo, los científicos explican también el pecado: el cáncer, dicen, podría explicarse como una crisis holonística: los todos no reconocen depender de sus partes subsidiarias y las partes no reconocen más la autoridad organizativa de los todos.
Sólo en el último sentido, cuando nosotros no reconocemos al Todo, puede explicarse el pecado y todos los cánceres de la humanidad nacen de ahí.
Sin embargo, una familia santa está puesta en el corazón del mundo. Una familia que es un todo y es parte del Todo. Esa es la alegría que ostentamos los de Nazaret: el corazón del mundo está sano en su raíz. Ha estallado ya una sanación imparable porque sólo la unidad nos sana.
Cuando nos acercamos a comulgar no recibimos solamente el Cuerpo de Cristo. Es comunión con el Todo del que formamos parte; es comunión, también, con la Santa Familia. Es asumir que somos cuerpo de Cristo y Cristo, cabeza de todo, forma parte también del Todo Supremo.
No es de extrañar que a las puertas de la muerte la oración de Jesús fuera oración de unidad: que todos sean uno.
Jesús fue un hombre de una libertad radical porque creció en la unidad. De ahí que supiera relativizar tantas cosas, incluida la Ley.
Que Nazaret sea signo de unión que permita al mundo crecer en la libertad de los hijos de Dios.

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