viernes, 30 de julio de 2010



LA PALABRA DE HOY
¿NO ES ÉSTE EL HIJO DEL CARPINTERO?

En aquel tiempo Jesús fue a su propia tierra, donde comenzó a en­señar en la sinagoga del lugar. La gente, admirada, decía: "¿De dónde ha sacado este todo lo que sabe? ¿Cómo puede hacer tales milagros? ¿No es este el hijo del carpintero? Y su madre, ¿no es María? ¿No son sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas, y no viven sus hermanas tam­bién aquí, entre nosotros? ¿De dónde ha sacado todo esto?" Y no qui­sieron hacerle caso. Por eso, Jesús les dijo: "En todas partes se honra a un profeta, menos en su propia tierra y en su propia casa." Y no hizo allí muchos milagros, porque aquella gente no creía en él. (Mt 13,54-58)

El conflicto está dentro. No son los de fuera los que menoscaban a Jesús sino los de dentro: Nazaret, Israel…
También en mí está el conflicto cuando Dios viene a mí que soy su tierra, su patria, el ámbito donde quiere crecer. Él llega para hacer proezas con su mano, para transfigurar mi vida. Pero también yo, como los de Nazaret, soy a veces especialista en tergiversar los valores.
Dios ha querido tener familia, padre y madre, parientes. Raíces. ¡Dios las valora!
Pero yo convierto esas raíces divinas en una imposibilidad para creer. Me gustaría, en el fondo, un Dios más etéreo, menos humano. Por eso pregunto: ¿No es este el hijo del carpintero? Y su madre ¿no es María?. Y lo que para Dios era un camino hasta Él yo lo convierto en muro que separa.
Esa irrelevancia de Jesús, un carpintero por padre, una mujer como tantas por madre, es lo que dificulta mi fe. ¡Qué difícil es aceptar de verdad el Misterio de Nazaret! ¡Qué difícil asumir que Dios no quiere estridencias, que no se hace distinto, que es de mi mismo barro…Mentalidad que refleja una pobre concepción de la persona. Me niego a admitir que Jesús, de quien conozco sus humanas raíces, sea Alguien poderoso porque lo he visto crecer, lo conozco de niño y joven…y lo hago de mi misma calaña. Estoy más acostumbrado a mirar las sombras de la persona que sus luces.
Y quizá eso es lo que Jesús viene a decirme: que soy de barro, sí, pero transfigurado. Que tengo límites, historia, raíces. Pero que ellas me permiten alzar vuelo. Que si quiero seguirle debo aceptar que Él entre en mí y sea capaz de no escandalizarme de cuánto Él quiere.

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