lunes, 11 de octubre de 2010


DESIDERIA


Quiero presentaros a Desideria. No basta decir que es una figura inventada por San José Manyanet o que es la protagonista del libro Escuela de Nazaret. Desideria es mucho más porque Desideria, lo sepamos o no, somos todos.
La palabra “deseo”, manchada durante algunos años, ha sido clamorosamente rehabilitada desde la exégesis bíblica y la psicología de más alto nivel. Que es donde se sitúa Desideria.
Hoy existen ya muchos libros que nos hablan de nuestros deseos más profundos, del deseo de Dios y de un Dios deseante. En realidad, la Biblia es la historia de un ardiente deseo, a veces correspondido, a veces desoído y apagado. Pero siempre vivo.
Desideria, esa figura tan manyanetiana, es una mujer y eso me parece interesante. Es verdad que es el trasunto del alma, que propiamente encarna toda alma deseosa de Dios, pero que sea una mujer, tan convertida en “objeto de deseo” a lo largo de los siglos, tan dañada y tan distorsionada, impone una reflexión.
La mujer es espacio natural de recepción y creación de vida. Nuestros deseos, debidamente atendidos, son los que configuran nuestra vida. Los que nos crean y recrean. Dicen que la mujer es frágil pero sabemos cuán fuerte puede llegar a ser. Nuestros deseos de Dios son, a menudo, muy débiles pero basta atenderlos un poco para transfigurar toda nuestra existencia. El deseo de Dios, seguido y saciado, ha sido la única forja de santidad. La mujer también es, en general, más intuitiva. Se habla, con cierta sorna, de la intuición femenina. Ese sexto sentido es un camino para alcanzar a Dios, a quien sólo podemos intuir, vislumbrar…No quiero hacer aquí un elogio de la feminidad pero veremos como Desideria va a necesitar seguir el deseo naciente de Dios, guiarse por cuanto sólo es capaz de intuir y ser creadora de un nuevo ser…en la forja de Nazaret.
Se ha definido el deseo como una atracción hacia algo percibido como bueno. Nuestra experiencia religiosa nos dice que nada hay más bueno que Dios. Desear a Dios no es algo “aparte” de nuestros otros deseos. No se contrapone al deseo familiar, de amistad o de cubrir nuestras necesidades: el hambre, por ejemplo. Pero es la cumbre de todo deseo y orienta los otros. Es Dios quien nos ha constituido seres capaces de relación y en esa “relacionalidad” ha querido incluirse Él. Desde nuestro primer hálito, le deseamos.
En la Bíblia, y especialmente en el A. Testamento, existen muchas imágenes y textos del deseo de Dios:
a Ti elevo mi alma, Sal 24,1
levanto mis ojos a Ti, que habitas en los cielos, Sal 122, 1
mi alma tiene sed de Dios, Sal 41,2;
a Ti anhela mi carne, como tierra árida, sin agua, Sal 62,2b
mi alma te ansía de noche, mi espíritu en mi interior madruga por Ti
oh Dios, tu eres mi Dios, desde la aurora te busco, Sal 62,2a;
La imagen del exilio del Paraíso y de la Tierra prometida así como el Cantar de los Cantares son altos exponentes de ese deseo que cruza el A. Testamento. Pero también los textos que nos narran peregrinaciones a Jerusalén, búsqueda de pastos, migraciones etc son imagen del deseo que, esencialmente, nos pone en marcha. Porque el deseo se percibe siempre como carencia de un bien y ello nos dinamiza, nos mueve.
Ya hemos visto que el tema del deseo de Dios es inherente a la persona. Es, además, el gran tema de la vida espiritual y a lo largo de la historia se ha tratado desde distintos ángulos y con distintas imágenes, alcanzando en los místicos sus cotas más altas: “¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido?” (San Juan de la Cruz). La vida pues, no es otra cosa que un éxtasis, una salida de sí para unirse al objeto de nuestro deseo más profundo: Dios.
Manyanet trata este tema, ya clásico, con la bella figura de Desideria. Cabría resaltar dos aspectos en esta figura femenina:
El nombre: Nomen est omen. El nombre en la biblia es vocación, augurio de misión, definición de la persona. Manyanet da al paradigma de la vida espiritual el nombre de “deseosa”. Sin deseo de Dios no hay vida en el Espíritu.
Las visitas: Muy en la espiritualidad del siglo XIX y XX, Manyanet recoge la devoción de las “visitas espirituales”, que, en este caso, él aplica a la Sagrada Familia. Algunos hombres de su época escribieron “visitas espirituales” que se hicieron famosas. En el ámbito catalán, al cual Manyanet pertenece, basta recordar la “Visita espiritual a la Mare de Déu de Montserrat” del obispo Torras y Bages.

(CONTINUARÁ)

1 comentario:

  1. Precioso, Maria Dolors, espero no tengas reparos a que los publique en mi blog con tu nombre. Un abrazo, Julio SF.

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