martes, 19 de julio de 2011



IMÁGENES DE NAZARET: LA LEVADURA



En las casas se ve poco la levadura. Antes, cuando el pan se amasaba en cada hogar era de uso frecuente. María lo usó en muchas ocasiones ante los ojos asombrados del niño Jesús que pareció aprender para siempre la lección de la enorme capacidad que tiene lo pequeño para transformar lo grande.
Nazaret es levadura del mundo, sí. Pero si nos fijamos en el aspecto externo de la levadura no podemos decir que revista especial belleza. Es algo insignificante y de hecho son hongos microscópicos unicelulares, aunque eso, desde luego, no lo sabía Jesús. Esos pequeños hongos tienen una enorme fuerza interior para fermentar; pero ese proceso ocurre al descomponerse, al “morir”. La idea de morir para dar fruto, para resucitar, para nacer a nueva vida la aprendió Jesús en su hogar desde muy pequeño y con cosas y hechos muy simples que él leyó como Palabra de su Padre. En efecto, ante los ojos de Jesús niño ocurría el milagro diario: su madre hacía una masa e introducía un poquito de levadura. En realidad, había dos milagros:el del fermento de la masa y el hecho de que Jesús niño se percatara de un milagro tan chiquito y aprendiera así, para siempre, cual es el estilo del Padre. Pareciera que, definitivamente, Jesús se enamoró en Nazaret de lo pequeño.
Lo pequeño, lo anónimo, lo irrelevante – los niños, la sal, el grano de mostaza, la levadura...- le sirve a Jesús, en su vida adulta, para explicar la grandeza del Reino. Un Reino que, sin lugar a dudas, es hogar.
El hogar de Nazaret es hogar de pequeños. María lo proclama en su Magnificat: ha mirado la pequeñez de su sierva. De estas palabras se hará eco Jesús en lo que conocemos también como su Magnificat: el Padre ha escondido estas cosas – las de Dios- a los sabios y las revela a los pequeños, a los humildes. José, simplemente, actuará como niño que se abandona en su Padre.
El hogar de Nazaret es levadura del mundo.La levadura no es fea, es común, anodina. Su enorme fuerza está en lo interior. Y para que esa fuerza se revele hay una condición: debe ocultarse. Oculta pero no inactiva. Así es la vida de Nazaret.
Normalmente vivimos buscando el protagonismo, alejándonos de Nazaret al pretender que nuestra opinión sea valorada, que nuestros hechos sean aceptados y aplaudidos. Desde ese paradigma nuestra vida se convierte en la semilla que cae en terreno pedregoso: estéril y destinada a la muerte.
Ser de Nazaret es reconocer que Dios es levadura, potencia omnipotente. Él es quien transforma el mundo, quien acrecienta el bien, sostiene la espernaza, anima al decaído, fortalece al débil, apaga la sed el caminante. Él está haciendo germinar, Él fermenta nuestro corazón hasta ensancharlo, acrecentarlo, expandirlo.
¿Tenemos la mirada limpia de Jesús para darnos cuenta del milagro diario que sucede en nuestras vidas y en nuestro mundo?
Si el hogar de Nazaret se convirtió en levadura del mundo que aún hoy sigue actuando es porque los Tres dejaron que Dios introdujera en su ser la levadura de la divinidad. Y así, los Tres se convirtieron en la más viva imagen de la Trinidad del Cielo.
Es eso lo que ocurre: Dios no se impone, no fuerza. Pero una vez se le abren de par en par las puertas del corazón...nada vuelve a ser igual.
La Belleza, esplendor de la Verdad, empapa las vidas de quienes van por el mundo, como Jesús, María y José, con Dios en su corazón. Son vidas luminosas en las que Dios, oculto pero no inactivo, actúa incluso cuando no se percibe.
Vayamos a Nazaret. Allí se aprende el valor infinito de lo pequeño, de lo anónimo, de lo común.

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