miércoles, 15 de agosto de 2012


LA ÓPTICA DE NAZARET O LA GRACIA DE VER EL MUNDO COMO LO VE DIOS  (II)

Leí un día un reportaje sobre los nuevos niños ricos de Rusia. Son hijos de multimillonarios que desde que han nacido lo tienen todo: colecciones de armas a su alcance, los mejores modistos, viajes… Están acostumbrados a la opulencia. Y desde ella, la fotógrafa –profesional de excelente prestigio- que hacía el reportaje era para unos simplemente una persona “a su servicio”, a la que exigían la mejor foto o los más tontos caprichos, mientras para otros era una molestia impuesta por sus padres, alguien a quien aguantar durante unas horas, un paréntesis entre el último juego de su sofisticado ordenador o su paseo a caballo. Leyendo el reportaje fui sintiendo una pena infinita por estos niños nacidos en una óptica tan falsa que les llevaba a ver la realidad de una manera totalmente distorsionada, ridícula y absurda donde ellos, pequeños de ocho, diez, doce años, se creían muy superiores a la excelente periodista que hacía el reportaje. Estoy convencida que, sin la ayuda de la Gracia, estos niños nunca verán la realidad tal como es.
Y por contraste pasé a pensar en Jesús que al nacer se situó en la óptica de Nazaret. Viendo al Jesús adulto, libre, capaz de seducir a las masas porque sabe hablar al corazón de las personas, que convence porque vive aquello que predica, viéndole capaz de enfrentar valientemente la persecución, el dolor, la muerte. Viendo pues, a Jesús tan libre y señor de sí mismo y con que infinita delicadeza valora la persona sin mirar si es rica o prostituta, pecador público o mujer, pobre o fariseo, llegué a la conclusión que sólo si reeducamos nuestra mirada en Nazaret veremos el mundo tal como lo ve Dios.
Jesús niño y adolescente, joven y adulto aprende en Nazaret el valor del trabajo, el amor a la naturaleza, la vida callada, el lento germinar del trigo y la bondad del Padre que llueve sobre justos e injustos. En Nazaret aprende que los pobres sólo pueden fiarse de Dios y esa es su gran riqueza; por eso, Nazaret se convertirá en la primera de sus bienaventuranzas. Desde la óptica de Nazaret, donde se come para vivir, un banquete es siempre fiesta, abundancia inusual; por eso, Nazaret se convierte en preludio de la eucaristía, porque Jesús ha aprendido a amar la fiesta, la mesa compartida. En Nazaret se sufre como sufre la gente sencilla, sin aspavientos ni dramas, cargando la cruz con pasmosa naturalidad; por eso, Nazaret es para Jesús aprendizaje de fortaleza, justa medida de la vida en su aspecto negativo de cruz y dolor. Un dolor que es intrínseco a la condición humana. Un dolor que Él no viene a suprimir sino a redimir.
Pero Nazaret forja, sobre todo, la riqueza humana de Jesús, su fina psicología, su sentido del humor, su ira ante la injusticia, su capacidad de observar y valorar lo pequeño, su rica interioridad. La personalidad humana de Jesús ha sido muy estudiada por creyentes y no creyentes y cuantos a ella se han acercado han coincidido en remarcar el enorme equilibrio de su naturaleza, su capacidad afectiva y efectiva que lo convierten, humanamente hablando, en uno de los líderes de la historia más importante. No escribió nada y sus palabras aún perduran. Fue perseguido y ajusticiado y somos millones los que le seguimos. Este hombre libre se forjó, como persona, en la humildad de Nazaret, muy lejos de la óptica en la que se educan esos niños ricos a los que aludo al principio.

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